Huelva

Rogativas de Huelva a la Virgen de la Cinta a lo largo de la historia

  • El triduo por el fin de la pandemia recuerda al celebrado por la Gripe del 18

Imagen de Nuestra Señora de la Cinta a la que le rezaron los devotos en 1918.

Imagen de Nuestra Señora de la Cinta a la que le rezaron los devotos en 1918. / ARCHIVO SUGRAÑES

Al igual que ocurriera a finales de octubre de 1918, esta semana se celebra un triduo de rogativas ante la Virgen de la Cinta en su santuario por el fin de la pandemia, que preside el obispo de Huelva, José Vilaplana. Aquella situación tan desesperante convoca a los onubenses a un triduo de rogativas en el santuario de la Cinta, que culmina en la tarde del 31 de octubre con el traslado de la imagen de la Virgen de la Cinta a la parroquia de San Pedro. La población busca la protección de la epidemia en los rezos ante la Patrona.

El arcipreste Miguel Muñoz envía ese mismo día al alcalde una carta en la que da cuenta de ese traslado, “solicitado por muchos devotos” y le pide la presencia de agentes de orden público, en especial a su llegada a la Merced y posterior recorrido hasta san Pedro.

Antigua imagen de Nuestra Señora de la Cinta a la que se le rezaba en aquella épcoa. Antigua imagen de Nuestra Señora de la Cinta a la que se le rezaba en aquella épcoa.

Antigua imagen de Nuestra Señora de la Cinta a la que se le rezaba en aquella épcoa. / ARCHIVO SUGRAÑES

La petición de intersección ante la Virgen de la Cinta por las calamidades siempre fue una constante del pueblo onubense, como se refleja en sus novenas (1848-1858): “La población de Huelva que la venera con particular devoción, es testigo de sus milagros; en las aflicciones de los contagios, su patrocinio ha sido bien manifiesto; en las enfermedades más agudas, implora por sus devotos, han reconocido un alivio instantáneo”.

La Salve de los Marineros es una constante alabanza y súplica la Virgen de la Cinta, en su primera versión, que se edita en hojas sueltas coincidiendo con estos años y alude: “gimiendo y llorando están/ epidemia padeciendo”.

La crónica de aquel traslado en rotativas se sabe por La Provincia que “a la procesión y su desfile, que ha sido sin ostentación alguna, acudieron infinidad de personas de todas las clases sociales”.

Juan Cádiz Serrano recuerda en ‘Mis Memorias’ aquel momento de la bajada de la Virgen de la Cinta: “¡Qué temporada tan terrible la que sucedió! En el mes de octubre una epidemia diezmó por completo nuestra ciudad y la juventud lozana pagó un grandísimo tributo. Treinta y más personas todas ellas llenas de vida y de vigor, bajaban al sepulcro diariamente. Un amigo mío, un hermano cariñoso y santo, que muchas veces miré con sana envidia y que él mismo se ofrecía con su salud si fuera posible para obtener mi curación, Antonio Oliveira, bajó a la tumba y Huelva consternada pidió que la imagen de nuestra Patrona fuese trasladada a Huelva para hacerle rogativas”.

Manuel Siurot, que vivió aquel triduo, dedica un obituario a Antonio Oliveira, miembro activo de la Hermandad de la Cinta y concejal del Ayuntamiento, en la revista Cada Maestrito, del 15 de noviembre de 1918: “Antonio Oliveira, amigo de mi alma, hermano, tú también te has dio. Parece mentira, parece un sueño…”. Recuerda los caminos recorridos juntos: “Al perderte a ti, pierdo al compañero en las luchas por Dios, al inspirador de las cosas buenas, al consejero prudentísimo, al adorador más ferviente de la Sección, al devoto más encendido de la Eucaristía, al hombre más bueno, y más humilde que he conocido en estos mundos de Dios, al gran amigo de nuestras Escuelas”.

La bajada de Nuestra Señora de la Cinta no fue fácil, muchos tenían en sus mentes a los que recientemente habían perdido, personas de todas las edades, niños, jóvenes y mayores. Una situación especialmente dura, como la relata Antonio Vázquez

Llegado al momento en el que la epidemia tiene sus índices más bajos hay un solemne te deum de acción de gracias ante la Virgen de la Cinta en la parroquia mayor de San Pedro, al que asiste el Ayuntamiento. Posteriormente, a las tres de la tarde, se procedía a su traslado al santuario.

Un retorno que cuenta con un nutrido acompañamiento: “En devota procesión de gracias, fue trasladada a su santuario de los cabezos de la parroquia de San Pedro, donde se hallaba desde los comienzos de la epidemia gripal, la milagrosa Virgen de la Cinta. Con este motivo en el santuario y sus pintorescos alrededores era extraordinaria la animación, discurriendo todo el día en juergas pacíficas. Al llegar la comitiva al Humilladero el arcipreste señor Muñoz Espinosa procedió a la bendición del mismo, en el que se habían realizado importantes obras”.

El paso de la Gripe de 1918 se quedó en la memoria de aquellos que la vivieron, así lo recuerda el periodista Domingo Gómez ‘Flery’ en 1950, coincidiendo con el traslado de la Virgen de la Cinta para la inauguración del Palacio Municipal.

La Salve de los Marineros,impresa en 1919, en la que se implora ante las epidemias. La Salve de los Marineros,impresa en 1919, en la que se implora ante las epidemias.

La Salve de los Marineros,impresa en 1919, en la que se implora ante las epidemias. / ARCHIVO HERMANDAD DE LA CINTA

Habla de aquel 1918, “año de la gripe, en genérica expresión”, y traslada un testimonio en el que se ve la crudeza de aquellos momentos: “La terrible epidemia diezmó todos los hogares, no quedando familia sin luto”.

La ciudad mostraba una imagen dantesca: “la calle de San Sebastián, obligado trayecto a la necrópolis, ofrecía diariamente el aspecto de una peregrinación en marcha”. En ese momento, en el que “la ciencia médica, a pesar de sus afanes se estallaban contra la realidad de la muerte”, “fue entonces cuando los onubenses corrieron hacia la ermita de la Cinta y tomando a su Virgen -salus infirmorum- sobre sus hombros la trajeron y la pasearon conmovedoramente por la ciudad”.

Flery recuerda con palabras emocionadas ese caminar de la Virgen por la ciudad: “No se ha borrado de nuestra retina aquellas emocionantes escenas.

Al paso de la Virgen, cuyas andas eran llevadas por hombres y mujeres con rival empeño se entreabrían las ventanas y los balcones, dejando ver a los enfermos postrados en sus lechos. Entonces la Virgen era vuelta hacia aquellos y el pueblo entero -porque en dicha procesión de rogativas figuraba el pueblo en masa de Huelva- postrábase de rodillas. ¡Cómo gritan las gargantas y cómo enturbiaban los ojos aquellas plegarias de la Salve de los Marineros”.

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