Historias del Nuevo Mundo con sabor a Huelva

'Palabritas' en aguas del Océano Pacífico

  • Dichos bivalvos son muy semejantes a nuestras coquinas, aunque de distinta especie. Abundan en la costa de Tumbes, donde vivió Bartolomé Ruiz, y en otras localidades del norte y centro del Perú

“Americae, sive novi orbis”. Mapa de América incluido en el Atlas de Abraham Ortelius, en su edición de 1601.

“Americae, sive novi orbis”. Mapa de América incluido en el Atlas de Abraham Ortelius, en su edición de 1601.

Bartolomé Ruiz de Estrada era un hombre de palabra. Había acompañado al almirante Cristóbal Colón y posteriormente se había afincado en Panamá, donde conoció a Francisco Pizarro. Juntos exploraron las costas panameñas, colombianas y ecuatorianas, y juntos alcanzaron la isla del Gallo. Allí, extenuados, se enfrentaron al dilema que les planteó el conquistador: «Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere».

Bartolomé Ruiz no lo dudó y dio un paso al frente. El primero de los Trece de la Fama. El experimentado piloto guio las naves de Pizarro hacia un gran imperio, el Inca.

¿Qué pasó por su mente cuando avistó por primera vez las playas del golfo de Guayaquil? Mucho le gustaron aquellas tierras, pues acabó sus días como regidor de la recién fundada ciudad de Tumbes.

Experimentado marino, supo sortear los bajos arenosos de aquellas costas, acostumbrado como debía estar a la navegación por la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel, aunque el clima y la vegetación eran algo distintos. Quizás buscó algo familiar y quizás lo encontró el las “palabritas”, muy abundantes en las arenas de este litoral a medias entre Ecuador y Perú.

¿Y qué son? Pues son primas hermanas de nuestras coquinas, aunque de distinta especie. Abundan en la costa de Tumbes, donde vivió Bartolomé Ruiz, y en otras localidades del norte y centro del Perú. Los romanos ya las conocían, aunque a nosotros nos interesan las onubenses. Las coquinas no se mencionan en la documentación, quizás por considerarse demasiado humildes para ser tenidas en cuenta. La abundancia de bivalvos en las costas onubenses queda acreditada por su mención en algunas ordenanzas municipales. Así ocurre en Gibraleón y en Lepe con las almejas, donde se vendían por millares, en Cartaya con éstas y los berdigones, y en Ayamonte, Lepe y La Redondela con los ostiones.

Pero regresemos al Perú. Allí se las llama conchitas, palabritas o maruchas, y se consumen en ceviche o cocinadas con un caldo potente, en el que intervienen el jugo de limas o limones, ajíes, culantro,… Nosotros nos conformamos con un ajo refrito en aceite y algo de vino blanco o limón para cocerlas ligeramente, hasta que se abran, a veces con perejil, a veces con pimentón, según el gusto.

¿Probó Periáñez unas coquinas mientras recorría el virreinato del Perú? Seguro que estaba acostumbrado a hundir su pie en la arena en busca de un buen puñado de coquinas. Nació a mediados del siglo XVI, hijo de un marinero de Faro afincado en la choquera calle de En medio. Siguió la tradición familiar y, con el dinero que pudo reunir, invirtió en un barquito pesquero, que solía faenar por Arenas Gordas, o sea, frente a las playas que van de Mazagón a Matalascañas. Desgraciadamente unos piratas berberiscos capturaron su embarcación en 1578 y, con ella, a tres de sus hijos, que se llevaron presos. El pobre Periáñez solicitó al rey licencia para pedir limosna en el virreinato del Perú, animado quizá por las noticias que llegaban de América. Las riquezas del Nuevo Mundo resonaban en todas las villas onubenses y, a veces, los reales de plata relumbraban en la orilla del mar. En las playas y bajos de Arenas Gordas se habían hundido algunos galeones.

No debió ser fácil y el hambre pudo acosarle en más de una ocasión. Por eso bien pudo acudir a alguna playa del virreinato para buscar alimento. No hay constancia de ello, aunque sí del dinero que pudo reunir antes de morir ¿Qué sería de sus hijos?

Muy distinta fue la experiencia de Hernando Quintero de Guevara, natural y vecino de Huelva, que logró ser nombrado piloto de la Mar del Sur a fines del siglo XVI. Tales eran las buenas expectativas de este oficio que convenció a sus padres, a sus hermanos y a su esposa para que le acompañasen a su nuevo destino. Juntos marcharon hacia su nueva residencia, en la ciudad de Trujillo del Perú. ¿Compró o cocinó en alguna ocasión las coquinas peruanas?

Que los españoles valoraban la existencia de moluscos bivalvos, como las coquinas o las almejas, lo atestiguan algunas fuentes escritas. Así ocurrió cuando los exploradores alcanzaron una bahía de la baja California a la que dieron nombre las almejas “chocolatas” o “chiludas”; o en la bahía de San Francisco, protegida del mar abierto por la Punta de Reyes y la Punta de Almejas, según nos describió fray Juan Crespí en su viaje de 1772. Casi dos siglos antes exploró aquellas costas Sebastián Vizcaíno, que algunos suponen onubense.

Uno u otro, como tantos que pisaron sus playas, pudieron probar algunas almejas o coquinas locales, porque haberlas, haylas. Por estos lares norteamericanos las han bautizado “butterfly clams”, aunque milagrosamente también usan nuestra querida palabrita onubense.

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