Huelva

Una pandemia deja a Huelva sin fiestas 135 años después

  • El último brote de cólera morbo que asoló a la península ibérica provocó en 1885 la suspensión de los festejos en la capital y en la provincia

Espectáculo de cabezudos por las calles de Cartaya en una feria antigua.

Espectáculo de cabezudos por las calles de Cartaya en una feria antigua. / J. Villegas (Cartaya)

Una de las múltiples consecuencias de la pandemia que sufrimos ha sido el colapso prácticamente completo del ciclo festivo anual que tanto identifica a nuestra tierra, capital y provincia. Aunque comparado con los efectos sanitarios o económicos pudiera parecer un asunto menor, no lo es, no solo por sus implicaciones materiales, sino también por lo que supone para la vigencia de nuestras señas y rituales de identificación colectiva. En condiciones normales, en estos días deberíamos celebrar las históricas fiestas en honor a la Virgen de la Cinta, suspendidas en todos sus actos externos en aplicación de las medidas preventivas contra el contagio. Pero la situación no es nueva; ya sabemos que la historia tiene la costumbre de repetirse. Lo mismo que hoy, y por razones muy similares, pasaba en el año 1885.

Pero, ¿qué era exactamente lo que ocurría en aquellas fechas? España se encontraba inmersa en una de las cuatro grandes epidemias de cólera morbo que se sufrieron a lo largo del siglo XIX –las de 1833, 1854-1855, 1865 y 1884-1885–. En esta ocasión la enfermedad había penetrado en la Península en septiembre de 1884 a través de Alicante, por vía marítima y procedente de la ciudad de Orán. Aunque en principio se creyó controlada con la llegada de las bajas temperaturas invernales, una segunda ola se desató a finales de marzo de 1885, con una alta letalidad que alcanzaba a la mitad de los contagiados, los cuales morían de manera fulminante al cabo de unas pocas horas. La cuarta parte de los municipios españoles resultó invadida, contabilizándose un total de 120.000 fallecidos, de los aproximadamente 17 millones de habitantes que tenía entonces el país. Once fueron los municipios onubenses afectados, con un registro de 231 defunciones, cifra porcentualmente pequeña en comparación con los datos de otros lugares, pero suficientemente elevada como para justificar el intenso miedo que se apoderó de la población.

Aunque a finales del verano de ese año la ciudad de Huelva sigue libre de casos y parece que la epidemia en general pierde virulencia, voces prudentes advierten desde el periódico La Provincia que “no porque el cólera vaya descendiendo en toda España y haya desaparecido de muchas poblaciones deben abandonarse ciertas precauciones”. Siendo comprensible “la necesidad de emprender negocios para resarcirse de los daños que la paralización, por efecto de las circunstancias sanitarias, ha producido”, desde el periódico se considera no obstante necesario aumentar las prevenciones y redoblar la vigilancia, porque “si (…) nos entregamos al regocijo y caemos en el abandono”, las consecuencias pueden ser funestas.

Leyendo estos extractos, tomados del número de La Provincia del 14 de septiembre de 1885, parecería, en efecto, que el tiempo no ha pasado. Uno de los principales temores de las autoridades era, como ahora, la concentración de personas y la concurrencia incontrolada de forasteros que pudieran transmitir la enfermedad, por lo que las fiestas populares entraron bien pronto en las mesas de decisión, y no se tardó mucho en decretar suspensiones o aplazamientos. En lo que respecta a Huelva, sabemos de la celebración más o menos normal a principios de agosto de las fiestas de la Sociedad Colombina, pero ya a mediados de este mes la preocupación ante una posible invasión de la ciudad por el cólera morbo se revela como asunto prioritario, acordando la Junta Municipal de Sanidad la adopción de una serie de potentes medidas higiénicas y preventivas. La segunda quincena de agosto es sin duda un tiempo de máxima alerta en la capital y en la provincia. Aunque, hasta donde hemos podido saber, la ciudad no llegó a registrar contagios, sí los hubo a principios de septiembre en La Palma, donde el foco acabaría saldándose con siete muertos y el traslado de posibles contagiados a barracas construidas fuera del pueblo. Tal práctica era habitual; en Huelva capital, siguiendo la normativa estatal, llegó a instalarse un “asilo o casa de observación de la Cinta para individuos sospechosos procedentes de puntos infestados”.

Cartaya, Gibraleón o Trigueros también cancelaron las celebraciones locales previstas

Como consecuencia de todo ello, y precedida de rumores que recorren el vecindario, se produce la decisión de suspender “la feria y velada de la Cinta”. El acuerdo, que recoge La Provincia el 24 de agosto de 1885, se toma en la sesión municipal del día anterior, “teniendo en cuenta que más bien la época es de luto por las desgracias que afligen al país, que no propia para regocijos y festejos”. Acordaban además los ediles que las cantidades económicas destinadas ordinariamente a la fiesta fueran aplicadas “este año a socorros si fuese invadida nuestra ciudad”. A pesar de ello, los redactores del periódico deseaban que durante los días correspondientes se decorara e iluminara “profusa y vistosamente el teatro de verano”. Desconocemos si tal cosa se hizo, pero sí podemos afirmar que, en recuerdo de la festividad, el comercio de la ciudad cerró “según antigua costumbre, el día 9, y no ha dejado la gente de divertirse”.

No sabemos si las fiestas de la Cinta fueron las primeras en ser suspendidas aquel año en la provincia de Huelva, pero no fueron, desde luego, las últimas. La prudencia ante una epidemia que aún constituía una seria amenaza hizo que muchos pueblos suprimieran también sus fiestas y ferias. Aunque no hemos podido saber de todas ellas, sí tenemos información sobre algunas muy significativas. En el Archivo Municipal de Cartaya se conserva el acta del 5 de septiembre de 1885, donde se acuerda que “se supriman las festividades de Nuestra Señora del Rosario”, dando publicidad a la medida en la villa y en las localidades cercanas. El alcalde cartayero indica además que el temor al contagio “ha hecho que en muchos pueblos se hayan suprimido idénticas festividades”. También tenemos noticias de otra suspensión similar en Trigueros, cuyo ayuntamiento, “en vista de las críticas circunstancias sanitarias que desgraciadamente afligen al país” estimaba prudente la suspensión de la feria prevista entre los días 13 y 15 de octubre.

Las frases textuales anteriores, como otras de este artículo entresacadas del periódico La Provincia, se repiten prácticamente en el número del 12 de octubre del mismo año, donde se anuncia que “la feria de ganados de Gibraleón, que se celebra los días 18, 20 y 21 de este mes, ha sido este año aplazada a causa del estado sanitario del país”. En el caso olontense la solución adoptada era el aplazamiento del certamen “para el próximo mes de noviembre en la misma fecha”, registrándose opiniones encontradas sobre la conveniencia o no de tal medida. Para unos el traslado de fechas supondría una merma importante de la fiesta; para otros, teniendo en cuenta la suspensión de otras ferias similares –se cita expresamente a Santiponce, Sevilla, y otras en Andalucía y Extremadura–, la nueva fecha dejaría sin competencia a la de Gibraleón e incrementaría la participación foránea. También son interesantes las apreciaciones que hacen los redactores de La Provincia sobre los “temores respecto a la salud pública, por la reunión de gentes de muy distintos puntos”. En el caso de la aplazada feria olontense, creen “que no debe inspirarlos, tanto por el rápido descenso que en la epidemia se observa, cuanto porque todavía falta más de un mes para que se realice, en cuyo tiempo es posible que la epidemia concluya”.

Todo apunta, siguiendo estas reflexiones, a que el temor a la mortífera epidemia empezaba ya a decrecer, como lo demuestra la decisión tomada para la feria de Niebla, cita tradicional de los primeros días de noviembre, que “no se suprime este año, sobre todo después de tener la certidumbre de que el estado de la salud pública de Sevilla no debe inspirar alarma; y que se celebrará en los días de costumbre”. Es de suponer que el histórico certamen iliplense acabó celebrándose, pues, según señalan diversos estudios, la epidemia se dio por definitivamente controlada a mediados de noviembre de 1885. Se cerraba así una de esas etapas difíciles del pasado que tal vez creíamos archivadas para siempre en los anaqueles del tiempo y que, sin embargo, vemos reeditada con asombrosas similitudes en nuestro momento presente

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