Huelva

Huelva barrio a barrio: La lucha contra los estigmas en el Torrejón

Una de las calles principales del Torrejón.

Una de las calles principales del Torrejón. / Alberto Domínguez (Huelva)

Tiene Huelva un barrio con calles de flores. Lleva por nombre el de una antigua finca y en sus aceras crecían las higueras y las huertas. Sus plazas son humildes y su gente luchadora, curtida en la batalla diaria por salir adelante. El Torrejón tiene 44 de años de vida, una existencia marcada por los prejuicios y el estigma de la exclusión social contra el que se rebelan sus vecinos. El origen de la barriada es de finales de los 70, cuando el Instituto Nacional de la Vivienda creó un plan contra el chabolismo que permitió a vecinos de Santa Lucía, Pinar de Balbueno o el Chorrito instalarse en sus nuevos bloques.

Pepe y María Ángeles son vecinos de la primera época, de los que llegaron cuando alrededor de sus calles todavía quedaban esas higueras y huertas hasta lo que hoy es la fuente del Burro. “Donde está la gasolinera comprábamos las lechugas”, recuerda Pepe. Han visto pasar las décadas por las calles que estrenaron y que el tiempo y el mal uso del hombre deterioró. Son dos luchadores contra los estigmas que persiguen al Torrejón. Defienden que detrás de la fama de conflictividad hay una población de casi 5.000 personas que viven condicionadas por “las manzanas podridas” que marcan la imagen de toda la población, la que trasciende fuera con frecuencia.

El Torrejón es un barrio humilde en el que sus vecinos no ocultan la lacra que los persigue y que habita en algunas de sus calles. La droga es el gran problema al que se enfrentan, que dificulta la convivencia de todos ellos. Genera un círculo vicioso que los atrapa, al condicionar a aquellos que tratan de afrontar su día a día de forma honesta. La sociedad empuja los puntos de venta a la periferia, a los barrios más desfavorecidos en todas las ciudades. No es un fenómeno único de Huelva. Esa pobreza genera pobreza, exclusión y marginalidad. El siguiente paso es el aislamiento. La droga va acompañada de delincuencia de forma intrínseca. El Torrejón no es culpable, es una víctima.

Sus vecinos plantan cara a diario en su pelea por llevar “una vida de barrio normal”. Los esfuerzos de las asociaciones de vecinos, ONGs y trabajadores sociales dan sus frutos “muy lentamente” porque “el dinero fácil es una tentación”. Mucho más en una población muy vulnerable a las crisis económicas. El trabajo con la gente joven es fundamental, desde una base educativa que ofrezca nuevas oportunidades.

La tarea es compleja. El Plan Integral del Distrito V es reconocido por ello. Hay mucho por hacer todavía porque “donde hay pobreza todo cambio es más lento, desde una base que no existe y hay que fomentar”. El Torrejón fue un proyecto pionero de integración liderado por el párroco Juan Duque. En cada portal se alojaron originalmente dos familias gitanas junto al resto de vecinos. La mayor parte de ellas sigue habitando en sus calles, donde suponen alrededor del 8% de la población. La convivencia es “normal, como la de cualquier vecino” si bien “por su cultura tienen sus propias costumbres que todos respetamos”. Es otro de los estigmas contra los que lucha El Torrejón, el de los prejuicios que genera la imagen exterior que se transmite.

“Aquí vinieron los de Callejeros y sacaron solo la parte negativa, la sensacionalista y morbosa y El Torrejón es mucho más que eso”, lamenta María Ángeles. “No se puede estigmatizar de esa forma a todo un barrio por un foco conflictivo” añade Manoli. María Ángeles reconoce con pesar que “todavía cuando coges un taxi y le dices que te lleve al Torrejón o lo llamas para que te vengan a recoger te ponen mala cara”. Un paseo por sus calles acompañado por Pepe permite comprobar el deterioro y la falta de conservación que sufren algunas calles. “Los mismos habitantes tenemos parte de culpa porque no lo cuidamos”, lamenta mientras señala las aceras. Muchas viviendas ya fueron rehabilitadas con la instalación de ascensores, otras están pendientes. Las cornisas en forma de “sombreros de Papa” de los bloques corren peligro de desprendimiento y en los descampados donde iban plazas “se van a quedar como aparcamientos”.

Su ubicación periférica siempre condicionó la relación con el resto de la ciudad. Hoy es un barrio perfectamente comunicado, al que llegan todas las líneas de autobuses y ubicado de forma estratégica entre la nueva zona de expansión universitaria, el hospital Juan Ramón Jiménez y la ampliación de La Orden hacia el Seminario. Pero el futuro es “incierto” porque “si la de 2008 nos dejó tocados porque hay muchos vecinos que vivían de la construcción, la del Covid nos ha rematado”. La vida en El Torrejón no es fácil, su gente lo sabe y lucha a diario por salir adelante.

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