Hermandad entre cantes y paella
convivencia rociera El coro de la filial onubense pone música a la misa que ofició José Antonio Sosa en el paraje
Un millar de rocieros de Huelva se reúne en el paraje de La Matilla para celebrar la apertura del curso en una cita que se ha convertido en toda una tradición y que se celebra desde hace treinta años
El tiempo no le aguó ayer la fiesta a los rocieros de la Hermandad de Huelva. Pese a que las predicciones meteorológicas auguraban tormenta en la provincia, el día se levantó espléndido, con un sol radiante que parecía toda una invitación para acudir al paraje de La Matilla, donde los rocieros onubenses pernoctan durante la primera jornada de camino a la aldea almonteña.
Treinta años han pasado ya desde aquella primera jornada de convivencia otoñal en Bodegones (que luego pasó a Gato) que sirve de apertura al curso rociero y que siempre ha estado precedida de la ofrenda que la filial hace a la Patrona de Huelva, la Virgen de La Cinta.
Hasta el lugar se desplazaron familias enteras dispuestas a pasar un día inolvidable entre amigos. Más de mil personas, que se trasladaron en unos 400 vehículos, organizaron sus tenderetes, desplegaron mesas y sillas y se dispusieron a disfrutar.
El primer acto del día fue el litúrgico. En torno a las 13:00, los rocieros se acercaron hasta el monolito que recuerda que La Matilla es el lugar donde duerme la Hermandad de Huelva cuando parte al encuentro de la Blanca Paloma para asistir a la misa. El director espiritual de la filial, José Antonio Sosa, fue el encargado de oficiar la multitudinaria función principal, a la que pusieron voz y música los componentes del Coro Rociero de la hermandad.
El olor de los pinos comenzó a entremezclarse deliciosamente con el de los avíos de las paellas. Fogones encendidos y paelleras en la que los cocineros removían con gracia los pedacitos de carne, la cebollita fresca, los chocos y el marisco. Y así hasta ponerle el arroz que luego degustarían pequeños y mayores.
El presidente de la Hermandad de Huelva, Juan Ferrer, destacó la importancia de una tradición que "hace muy feliz a la familia rociera". Mientras les llegaba el olor del arroz delicioso, el resto de afanaba en poner la mesa e ir calentando la voz con un vinito, una cerveza y un buen fandango.
La hermana mayor de la filial, la onubense Cinta Gómez Molina, vivió con intensidad una de las citas más célebres para los rocieros: "Me gustan, sobre todo, la hermandad y la convivencia, compartir estos ratos con familiares y amigos no tiene precio". Mientras se preparaban las paellas, emprendió un recorrido por los distintos grupos que se concentraron en La Matilla y fue entregándole a cada reunión un salvamantel de cerámica pintada a mano con un dibujo que reflejaba la medalla de la Hermandad de Huelva adornada por coloridos motivos florales.
Tras el almuerzo llegaron las risas, la música, el jolgorio. Los mayores echaron mano de las guitarras, acompañaron con palmas y entonaron los cantes del camino, esos que piropean a la Patrona de los almonteños. Para los niños, La Matilla se convirtió en un paraíso campestre que corretear arriba y abajo y en el que jugar con los amigos. Hasta que aguantó el cuerpo estuvieron los hermanos de Huelva en el paraje. Algunos se quedaron incluso hasta la caída de la noche. Entretanto, arrancarán las hojas al calendario mientras cuentan los días que quedan para el Rocío.
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