Ensoñación y tragedia
Siguiendo este espléndido ciclo 'Grandes Obras de la Cinematografía Japonesa', los espectadores del Cine Forum La Gota de Leche, han tenido ocasion de admirar esta otra obra maestra del cine nipón del pasado siglo XX, en la que Hiroshi Teshigahara adapta a través del propio guión de su autor, Kôbô Abe, su novela del mismo título. Curiosamente Kôbô Abe estudio la carrera de Medicina, que finalizada en 1948, nunca llegó a ejercer, para dedicarse por entero a la literatura. Ya de niño se había interesado tanto por la etimología como por escritores como Kafka, Rilke, Rainer, Dostoievski, Nietzsche, Heidegger, Jaspers, Edgar Allan Poe - de quien ahora celebramos sus doscientos años - y Lewis Carroll. Ello le familiarizó con un ámbito literario tan fructífero como el grupo 'Yoru no kai', del que sería uno de sus más brillantes autores.
Hiroshi Teshigahara, emprendía con esta película su tercera adaptación de una novela del escritor y dramaturgo Kôbô Abe, seudónimo de Kimifusa Abe, 'Tarin no kao'. El realizador japonés ya había llevado a la pantalla dos años antes, 1964, otro de sus libros más famosos 'La mujer de la arena', a la que se otorgó el Gran Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes. El prestigioso director hacía de la historia literaria 'El rostro ajeno' un compendio de imágenes donde se materializaba una admirable parabola y a la vez toda una metáfora de aspectos muy diferenciados. Representa esa tendencia de muchos seres humanos de ocultar con ambiguas apariencias su evidencia personal para convivir con los demás.
Es posible encontrar en esta película soberbias escenas, muy cuidados pasajes de un estética admirable, concebidas en muchas ocasiones con un halo lúgubre, misterioso, enigmático, que resulta muy difícil desvelar. Todo ello con una narrativa eficaz y una fluidez que facilita al espectador su seguimiento. Fiel al concepto original de la novela de Kôbô Abe, el realizador Hiroshi Teshigahara acierta a interpretar la idea de que el rostro es una vía de comunicación entre las personas y a la vez una especie de tránsito que permite al protagonista huir de su vacío existencial. Así, este científico, que se siente rechazado socialmente por su apariencia, pone todo su empeño en construir una cara artificial que oculte sus cicatrices, fuente de su dolor y su vergüenza, y proporcione sosiego a su alma atormentada. Necesita una prótesis que le devuelva un aspecto humano y concibe en su mente la idea de crear una máscara sintética que sea susceptible de movimiento y dotada de expresión.
Una doble intención presenta la película en esa apariencia que puede permitir al ser humano una máscara, que, con el tiempo, con el uso y el abuso, se convierte en una costumbre que unos y otros acaban por admitir. ¿No ocurre así en tantos aspectos de nuestra vida común o en la política donde tanto aparente servidor público se vale de un engañoso travestismo para mantenerse en el poder? En este caso el protagonista no cejará en su empeño, cualesquiera que sean los medios, para recuperar su identidad, su propia estima y el amor de su esposa que considera malogrado. Un admirable ejercicio de virtuosismo cinematográfico propio de otro de lo grandes realizadores japoneses.
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