En el Balcón

La luz y la alegría del Domingo de Resurrección

  • El sepulcro permanece vacío y desde hace dos milenios recibe la visita de los peregrinos en Tierra Santa para sentir el espíritu de la resurrección

Edículo del Santo Sepulcro en Jerusalén.

Edículo del Santo Sepulcro en Jerusalén. / Eduardo Sugrañes

No busquéis entre los muertos al que vive, no está aquí ha resucitado (Lc. 24, 1-6).

Está la tumba vacía, sin embargo concita desde hace dos milenios la peregrinación hasta este lugar donde se siente de una manera muy especial el espíritu de la Resurrección.

La peregrinación a Tierra Santa culmina en el Santo Sepulcro donde nos alegramos de la Resurrección de Cristo. Verdaderamente ha resucitado. La piedra está vacía.

La luz que penetra por la linterna alumna el edículo del Santo Sepulcro. La luz que penetra por la linterna alumna el edículo del Santo Sepulcro.

La luz que penetra por la linterna alumna el edículo del Santo Sepulcro. / Eduardo Sugrañes

El lugar donde ocurren los hechos más importantes del cristianismo se encuentra como oprimido en el entorno del viejo barrio. Desde un primer momento se intentó que no constituyera un lugar de culto.

Aquí está el monte llamado Gólgota que significa la calavera por su forma, no muy alto, y cerca un huerto con una tumba nueva excavada en una cantera en desuso como era costumbre.

“Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie había sido enterrado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el sepulcro, pusieron a Jesús” (Jn 19, 41-42).

Hoy aquel lugar se encuentra formando la Basílica del Santo Sepulcro a pesar de que todos intentaran ocultarlo, incluso Adriano lo sepultó bajo los edificios del Capitolio, poniendo sobre ellos las estatuas de Júpiter y Afrodita Venus. Gracias a Constantino el Grande, tras el Concilio de Nicea (325), se volvió a recuperar este lugar de culto, del que las investigaciones arqueológicas dan autenticidad a lo que siempre se afirmó de ser el sitio de la crucifixión y del entierro de Jesús. La basílica es prácticamente la construida por los cruzados, la propiedad está compartida por las comunidades cristianas griegos-ortodoxos, católicos y armenios-ortodoxos, con lugares de cultos también para los coptos y sirios.

Arrodillada ante la lápida que cubre la piedra donde fue sepultado el Señor, en el altar del edículo del Santo Sepúlcro. Arrodillada ante la lápida que cubre la piedra donde fue sepultado el Señor, en el altar del edículo del Santo Sepúlcro.

Arrodillada ante la lápida que cubre la piedra donde fue sepultado el Señor, en el altar del edículo del Santo Sepúlcro. / Eduardo Sugrañes

En la actualidad se ha convertido en un punto de culto permanente, de visitas diarias, de largas colas para estar un tiempo brevísimo en el edículo. Se accede por la capilla del Ángel para llegar al habitáculo donde se enterró al Señor, arrodillarse y besar la lápida que tapa la piedra del espacio donde la historia dice que fue enterrado Jesús.

Es un espacio pequeño, tienes un tiempo muy breve, solo para arrodillarte

Es tanta la emoción en tan brevísimo tiempo que sales aturdido de este espacio pequeño, con luz tenue, solo las velas interiores compartiendo la estrecha puerta para entrar y salir.

No puedes estar más tiempo de lo permitido pues ya te requieren a que salgas. Mereció la pena la espera, sales reconfortado, renovado del espíritu de la Resurrección, con los pulmones como si estuvieran llenos de aire nuevo.

Ahora hay momento para continuar viviendo en profundidad esta experiencia religiosa. El Santo Sepulcro muestra otros muchos espacios en los que continuar la meditación.

En la tarde sigue la visita de los peregrinos, no es tan masiva como en la mañana. Acudimos ahora a la procesión de los franciscanos que recorre todo el recinto de la basílica para llegar hasta el Santo Sepulcro entre oraciones y cánticos, cuyo seguimiento se facilita en un libreto que alumbran con una vela. Es verdaderamente conmovedor escuchar los cánticos que envuelven el espacio de un misticismo especial, hace que interiorices mucho más el momento.

El obispo emérito de HUelva José Vilaplana, preside la Eucaristía en la capilla de la Aparición de la basílica del Santo Sepulcro. El obispo emérito de HUelva José Vilaplana, preside la Eucaristía en la capilla de la Aparición de la basílica del Santo Sepulcro.

El obispo emérito de HUelva José Vilaplana, preside la Eucaristía en la capilla de la Aparición de la basílica del Santo Sepulcro. / Eduardo Sugrañes

Llega hasta la misma sepultura del Señor, donde hay una estación para el rezo y la adoración. La procesión, que siguen los fieles portando pequeñas velas, continúa hasta el altar de María Magdalena, un relieve junto a Jesús de diseño moderno, donde concluye la procesión que culminará en la capilla de la Aparición y coro de los franciscanos.

Peregrinos de Huelva en la celebración religiosa en la capilla de la Aparición de la basílica del Santo Sepulcro. Peregrinos de Huelva en la celebración religiosa en la capilla de la Aparición de la basílica del Santo Sepulcro.

Peregrinos de Huelva en la celebración religiosa en la capilla de la Aparición de la basílica del Santo Sepulcro. / Eduardo Sugrañes

Aquí celebramos la eucaristía que preside el obispo emérito de Huelva José Vilaplana, que encabeza la peregrinación diocesana. En su homilía deja en el aire meditaciones tan importantes como el hecho de que “solo una palabra ha cambiado la historia: Resucitó. La muerte ha sido vencida, ya no tiene la última palabra, la tiene el amor de Dios que es más fuerte”.

“Que la alegría sea una característica de nuestra vida cristiana”.

“Esta luz y alegría resuenen como el mejor recuerdo de Tierra Santa”.

“Seamos discípulos de la Resurrección, que se note en la forma de vivir, en nuestro testimonio”.¡Aleluya!

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