HISTORIAS DEL NUEVO MUNDO CON SABOR A HUELVA

Agua de coco para Juan Rodríguez Mafra

  • Tal día como hoy hace 500 años fallece este piloto, vecino de Palos, que participó en la primera circunnavegación y acompañó a Cristóbal Colón en sus tres primeros viajes colombinos

Isla de Homonhon y su entorno. Ilustración que acompaña a la Relazione del primo viaggio intorno al mondo, la crónica escrita por Antonio Pigafetta al regreso del viaje que dio la 1ª Vuelta al Mundo. Edición facsímil del manuscrito conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Ediciones Grial.

Isla de Homonhon y su entorno. Ilustración que acompaña a la Relazione del primo viaggio intorno al mondo, la crónica escrita por Antonio Pigafetta al regreso del viaje que dio la 1ª Vuelta al Mundo. Edición facsímil del manuscrito conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Ediciones Grial.

Amanecía. Las olas balanceaban suavemente los tres navíos que, llevados por el viento, se encaminaban hacia Poniente. Acostados en camastros improvisados, suspendidos en sus coyes (unas lonas similares a las hamacas) o apoyados en cualquier esquina de la cubierta, los enfermos agonizaban de dolor. Rondaban la decena, al menos los que peor estaban. Entre ellos el piloto Juan Rodríguez Mafra, un vecino de Palos que había recorrido medio mundo: acompañó a Cristóbal Colón en sus tres primeros viajes y, junto a Diego de Lepe, exploró las costas del Brasil. Luego siguieron unos años de idas y venidas a las colonias americanas, hasta que embarcó en la expedición liderada por Fernando de Magallanes. Era el piloto de la nao San Antonio, hasta que, receloso de su capitán, logró cambiar a la nao Concepción, a la que guió a lo largo del océano Pacífico.

Habían dejado atrás el Estrecho de Magallanes, en noviembre de 1520 y, si por entonces ya acusaban las penalidades del viaje, el ancho mar les prolongó la travesía hasta el extremo de la inanición. Una breve parada en un par de islotes no evitó el hambre y la sed. El escorbuto hizo mella en la tripulación, y hasta los más avezados marineros fueron cayendo enfermos.

Cuando por fin llegaron a las primeras islas habitadas, las Marianas, habían perdido a nueve compañeros y, pese al alivio que experimentaron por la obtención de algunos víveres, no suplieron el déficit acumulado de vitamina C, que acusaban desde hacía más de un año. De poco sirvieron las frutas exóticas que probaron en Brasil y algunas hierbas recogidas en la Patagonia; tampoco solventaron el problema las uvas y ciruelas pasas o la carne de membrillo que cargaron en Sevilla; las uvas de Almuñécar y las ciruelas de Huelva. Fueron demasiados meses.

Cuando avistaron la isla de Guam, a comienzos de marzo de 1521, algunos presentaban un aspecto deplorable: piel reseca y acartonada, manchas, encías hinchadas y sanguinolentas… Muertos en vida, situación agravada por la nula higiene y un aliento putrefacto. Los víveres obtenidos entonces prometían ser su salvación: tubérculos, peces, algún que otro plátano y cocos, muchos cocos, aunque para algunos era ya demasiado tarde.

Así las cosas, como ya dije, siguieron su camino rumbo al Oeste y el 16 de marzo de 1521 avistaron una isla de buenas dimensiones, Samar. Decidieron dejarla atrás, anclando sus barcos junto a una isla menor, poblada de palmeras y con una playa en la que desembarcar. Unas lonas dispuestas a modo de toldos ofrecieron una sombra en la que resguardar a los enfermos y el agua de los manantiales mitigó su sed. No faltaron ni los cocos, ni un jabalí, que cazaron y asaron, ni los presentes recibidos de los nativos: pescado, arroz, algunas naranjas, un gallo, plátanos y un brebaje peculiar. Un licor obtenido del cocotero, que los nativos tenían por vino, y que les ofrecieron con largueza.

Eran gentes pacíficas, que se apiadaron de aquellos maltrechos extranjeros, y por eso pudieron disfrutar de aquel paraíso durante ocho días. Allí, en la isla de Humunu, el comandante Magallanes atendió a sus enfermos y, acaso aconsejado por los nativos, les dió de beber agua de coco, ese jugo dulce y fortificante que esconden en su interior.

No habían llegado aún a su destino, las islas de las Especias, y por eso continuaron su aventura. Dejaron atrás Humunu, atravesaron un estrecho y alcanzaron la isla de Mazaua, nueva etapa en su periplo por las islas Filipinas.

No sabemos a ciencia cierta que fue de Juan Rodríguez Mafra. Unos cuentan que se repuso, aunque la lista de difuntos sentenció que el 28 de marzo falleció de enfermedad. Otros afirman que vivió unos meses más y llegó a visitar la isla de Tidore, donde pereció. Ya fuera en Mazaua o en Tidore, descansó en paz al otro lado del Mundo, hace 500 años.

La próxima entrega: Misa y banquete el Domingo de Pascua.

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