El parqué
Índices limitados
Dos pueblos que se miran mutuamente, uno portugués y otro español, solo separados por el deslumbrante río Guadiana, se despliegan mostrando una de las fronteras más bellas de España, y está en Huelva.
Emparentados por su cercanía desde hace cientos de años, aunque no siempre unidos de manera fácil o rápida, hasta que fue construido el puente Internacional sobre el río Guadiana, Vila Real de Santo António, en Portugal, y Ayamonte, en España, y a través de Huelva, son dos pueblos marineros que se visten de pureza y tradición, en un enclave de naturaleza e historia donde dos países se aprecian y respetan.
Hasta el año 1991, estas dos bonitas localidades tan cercanas y lejanas a la vez, solo se podían comunicar por vía marítima, un hermoso recorrido que llenaba (y aún llena, porque es un trayecto que sigue realizándose) de vida e interculturalidad a dos pueblos que, cada uno con su personalidad y su singularidad, se complementan.
Y esta imagen no es ni más ni menos que otra perspectiva que no acostumbramos a ver, quizá desde un avión que va de camino o viene de Faro, el aeropuerto más próximo (por ahora) junto con el de Sevilla, una visión de la belleza y la idiosincrasia aspectual de esta frontera que también es lazo de unión entre dos localidades, y dos países.
En esta fotografía podemos apreciar el municipio de Ayamonte, uno de los más bonitos de la provincia de Huelva, con sus dos esteros, sus playas, y su localidad homónima que la corona con un maravilloso patrimonio lleno de historia, cultura, naturaleza y gastronomía sin igual.
Al otro lado, Vila Real de Santo António se ofrece como uno de los pueblitos con más encanto del Algarve portugués, de calles empedradas, playas naturales y un buen comer que también sabemos apreciar desde España.
Dos pueblos vecinos con dos nacionalidades, pero con un mismo almay forma de vida: La que se vive poco a poco, degustándola a pequeños sorbos, con tranquilidad y belleza, con cercanía y una espectacular gastronomía. Y perduran por la sencillez de cada uno de ellos, porque así es la auténtica felicidad, el disfrute de lo cotidiano, sin necesidad de mirar el reloj.
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