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Matalascañas, donde habitó el glamour

  • Por fortuna, la playa sigue siendo una verdadera joya. No conozco una mejor en calidad, limpieza y longitud. Sus ricos valores naturales han sobrevivido a la degradación urbana.

Matalascañas, donde habitó el glamour

Matalascañas, donde habitó el glamour

Estaba llamada a ser una urbanización pequeña, recoleta, con muy pocas edificaciones altas, con servicios exclusivos de alto nivel en comercio y hostelería. Matalascañas nació y se vendió como "Playa del Coto de Doñana", en un terreno privilegiado de la naturaleza a la que se accedía tras pasar una barrera que sólo permitía el paso a propietarios e invitados. Un diseño muy parecido de lo que se proyectó en Matalascañas en los años 60 se puede contemplar hoy en la urbanización de Vistahermosa del Puerto de Santa María (Cádiz). Pero la gallina de los huevos de oro fue reventada, el suelo fue vendido a bajos precios, la especulación irrumpió y, por lo tanto, cierto criterio de calidad quedó orillado. El conglomerado urbanístico en el que se convirtió la playa es una realidad palmaria. Bloques altos, sensación de colapso en Caño Guerrero, ahogamiento del antiguo Pueblo Andaluz... El nivel bajó en cuanto apareció la masificación, como ocurre siempre. No queda ni uno de los grandes restaurantes, ni una de las célebres discotecas, ni uno de los rostros famosos que frecuentaron el lugar hasta los años 80, cuando los periódicos tenían corresponsales para informar de las caras conocidas que iban llegando a Matalascañas.

A muchos les molesta esta verdad, pero más le duele al que esto escribe. Por fortuna, la playa sigue siendo una verdadera joya. No conozco una mejor en calidad, limpieza y longitud. Sus ricos valores naturales han sobrevivido a la degradación urbana. Hoy no te encuentras ya con ilustres vecinos de esta playa que emigraron hacia otros puntos de la costa. Mantiene no sé por qué la vitola de playa de Sevilla, cuando cada vez hay menos sevillanos. Quizás es una herencia de los años ochenta.

En el recuerdo quedan siempre los anuncios de las actuaciones de Julio Iglesias en Surfasaurus, los paseos por la urbanización de grandes periodistas como Antonio Burgos, Nicolás Salas, Carlos Colón, Manuel Lorente, Ruesga Bono, Blázquez... Las visitas de sacerdotes como el cardenal Bueno Monreal, Francisco Gil Delgado, Juan del Río, el padre Garnica... Te encontrabas en la compra del pan con médicos, militares de alta graduación, empresarios, arquitectos. No era entonces una playa que abusara de la chancla ni del bañador a todas horas del día. Los hábitos eran muy distintos a los actuales. El edificio El Delfín lucía sombrillas de paja, tenia sistema para tirar la basura sin que fuera paseada por las zonas comunes y conserje uniformado. Atrás queda la elegancia perdida en el hotel Flamero, el Fidalgo o el antiguo Tierra Mar. Los manteles gordos del Tívoli, los negocios selectos del Quijote (algunos con espectáculos picantes bien entrada la madrugada), la enorme cantidad de plumeros blancos que adornaban el centro comercial con sus fuentes y sus pequeñas piscinas de ambientación; Horacio, el hostelero que después abrió negocio en el Arenal de Sevilla... ¡Hasta tuvo Matalascañas una tienda de antigüedades a cargo de la siempre recordada Lola Ortega, la misma que vendía durante el año en la Plaza del Cabildo de Sevilla! Fíjense cómo era el paisanaje que había demanda para semejantes artículos de alta calidad para paladares exquisitos, como la había para comprar libros y periódicos en Cernuda. Atrás quedaron los turistas alemanes y suizos (que generaron la apertura de la Cervecería La Bota) que acudieron al reclamo de la primera promotora que invirtió en la playa, la que vendía los apartamentos en reuniones celebradas en el hotel Alfonso XIII.

Nada de eso queda, pero permanece la playa que permite largos paseos y unas preciosas puestas de sol junto a la peña, a la vera de la cual se celebraron hasta bautizos con agua del mar en los años setenta. No todo es negativo. De las misas con el ruido del corte de chuletas en la carnicería de enfrente hemos pasado a dos templos bien levantados hoy, en la zona del pueblo y en Caño Guerrero. Se fue el glamour, queda los auténtico: la mejor playa, donde los animales del coto aparecen cuando no ruge el gran público y el otoño ha extendido su manto por un palmo de tierra privilegiada. Pudo ser Vistahermosa y hasta Sotogrande, pero... Así es la historia. Algunos no querrán oír de aquella estampa, les parecerá acaso elitista. Simplemente era así, distinta a la imagen actual. El caso es que muchos se fueron en silencio y abandonaron el paraíso al que habían llegado. Y siempre con la asignatura pendiente de la autovía inconclusa.