El parqué
Rojo generalizado
Los sueños mundialistas del técnico de la selección chilena, Marcelo Bielsa, chocaron ayer con el poderío de Brasil. Maldijo, gesticuló, se golpeó las piernas, se agarró la cabeza, gritó instrucciones imposibles de escuchar bajo el estruendo de las vuvuzelas, pero nada evitó su despedida del Mundial y la goleada del favorito de siempre.
Bielsa confesó antes del duelo que quería un "pequeño espacio" en la historia. Pero no estaba loco, sabía que el rival que tenía enfrente era enorme. Los 16 goles anotados por Brasil a Chile en los últimos cuatro duelos eran una realidad innegable. Por eso, quizá, Bielsa decidió cambiar sus normas futbolísticas y puso ante los pentacampeones una formación inédita.
Chile embistió en el inicio, pero Brasil reaccionó y arrinconó a sus adversarios. Sin un 10 ni un líder sobre el campo, el cuadro de Bielsa perdió el balón y su plan. Sus pupilos sólo pudieron crear peligro al contraataque. O al menos eso pareció, con los pases en largo sin precisión a Suazo, aún falto de velocidad tras su extensa ausencia por lesiones. Pero los goles de Juan, en el minuto 35, y Luis Fabiano, en el 38, sepultaron toda la apuesta de Bielsa, a quien los chilenos quieren en el banquillo de su país, pese a la derrota.
En el descuento de la primera mitad, el técnico optó por volver al esquema de siempre y mandó a Valdivia al césped del Ellis Park, pero el 3-0 firmado por Robinho, en el 59, ahogó toda esperanza. Luego, todo fue un suplicio para el argentino, que aún ante una derrota evidente no dejó de pedir a gritos una reacción, con los ojos encendidos de furia ante los errores de sus dirigidos.
Fuera de sí gritó al equipo y criticó la actuación de los linieres. Otra vez estaba fuera de un Mundial, como le sucedió con Argentina en el de Corea y Japón 2002, su fracaso más doloroso. El tañido final, como nunca, lo dejó inmóvil, en cuclillas en el área técnica, sin suspiro. No salió corriendo al vestuario como en los encuentros previos. Masticó los segundos finales, aceptó los saludos de los brasileños, tomó su libreta de notas y encaró el vestuario, donde lo esperaron unos pupilos llenos de tristeza.
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