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Crónica La Palma-Ciudad de Lucena (0-1): Los palmerinos tocan el cielo en el 95 con el gol de Perea

Un momento del partido entre La Palma y el Ciudad de Lucena.

Un momento del partido entre La Palma y el Ciudad de Lucena. / Manolo Camacho

Lo hemos dicho mil veces y lo volvemos a repetir. Todo es un estado de ánimo y luego están las virtudes y los intangibles. La Palma, que ya ha pasado por el infierno esta temporada (cuatro derrotas seguidas), sabe lo que es sufrir y cuando uno pasa por ese trance, cuando sale, ve la vida de otro color.

Los locales amanecieron en el partido con la valentía suficiente como para mirar al colíder a la cara. De hecho, y acompañando el acto de fe, Nacho Molina situó a Pedro Juan de lateral derecho, señal inequívoca que al entrenador no se le encogía el ombligo por mucho nombre que tuviera delante. Así, La Palma situó todas sus líneas en la predisposición de adelantarse al balón y a los acontecimientos. Por eso, el Ciudad de Lucena encontró incomodidades por todas partes, y en todas las partes del campo. Ni salía por fuera ni se imponía por la columna vertebral del partido. Era una trampa detrás de otra, anticipación, nervio, fe, colocación en definitiva. Así se desempeñó los primeros 45 minutos. Con los locales en hilo del partido y los visitantes intentando descifrar su propio plan.

En medio de tanto ir y venir, con fricciones varias porque nadie concedía nada, llegó, en el once de partido, la mejor ocasión de La Palma, con remate, de cabeza, de Mesa al palo. Fue la definición perfecta de lo que sería la primera mitad, La Palma apuntando insistentemente al norte y los cordobeses templando gaitas en torno a la pelota. A ese respecto, Falete, el veterano entrenador del Ciudad de Lucena, aplaudió permanentemente que su equipo manejase atrás, en espera de una salida que nunca llegó, al menos de forma clara.

La segunda parte arrancó con las mismas proposiciones. La Palma intentando meterle velocidad al partido y el Ciudad de Lucena sembrando cloroformo. Falete mediante, mandaba avisos constantes desde el banquillo, calma, mucha calma, con sus futbolistas tardando una barbaridad en poner el balón en juego cada vez que el partido se paraba.

En el 70 de partido, la colegiada gaditana, le perdonó la vida a David Díaz. Era el último hombre, derribó a Benítez, y en vez de mandarlo a la ducha, como manda el reglamento, le enseñó amarilla y el público se enervó con toda la razón del mundo.

Sobrepasada la media hora de la segunda parte, el público comenzó a cabrearse en serio con la actitud de los cordobeses, por la congelación del juego y por su falta de voluntad para abrirse. Solo en contadas ocasiones, esporádicas, buscaban verticalidad y aceleración, oliendo ya el desenlace.

Pero el fútbol, de vez en cuando, castiga la racanería. El Ciudad de Lucena puede aducir que tenía bajas, algo a lo que no escapa nadie. Pero no tiene disculpa alguna que no quisiera jugar en ningún momento. Y hete ahí que, en el minuto 95, en la última del partido, con un saque de banda de Juan Becken se lió la mundial. La defensa cordobesa entró en estado de alarma porque Becken la pone en las entrañas del área, rechazó levemente la cobertura y Perea, recién ingresado, la metió con el alma. Como pueden entender, los incondicionales celebraron el gol como si no hubiera un mañana y el Ciudad de Lucena lloró lo que no supo poner en valor en todo el partido.

Fue una victoria justa por la actitud, por la predisposición y por el entusiasmo. Todo es un estado de ánimo. Y el de La Palma, que suma tres victorias seguidas, no se puede medir en estos momentos porque camina por el infinito y más allá.

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