En medio

Estoy hasta las narices de derechos históricos, de lenguas supremacistas y de discriminaciones

Como cada año, y ya no son pocos, cuando llega esta fecha le coloco a mis amables lectores un artículo sobre la Constitución Española. Pero este año escribo metido en un sándwich. Por un lado las manifestaciones autonómicas del 4 de diciembre de 1977 que cumplen cuarenta años y por el otro el día 6, en el que a nuestra Constitución le faltará un año para entrar en la cuarentena. Yo estuve en ambos acontecimientos, del primero me arrepiento y del segundo me felicito. Más claro imposible. Si llego a saber en lo que iba a derivar el asunto este de las autonomías no hubiese salido a la calle aquel día. Voté la Constitución, y volvería a votarla mil veces a pesar de que quitaría de un plumazo el Título VIII entero, el del Estado de las Autonomías. Espero que sigamos siendo amigos mis lectores autonomistas y yo, pero a estas alturas ya no tengo pomada suficiente en mi botiquín para adornar con palabras este Estado en el que diecisiete pirañas se reparten la nación a dentelladas. Estoy hasta las narices de derechos históricos, de lenguas supremacistas y de discriminaciones entre españoles por la razón que fuere. En el siglo XXI no se puede diferenciar a ningún español por la razón que sea, por ninguna. No pueden existir territorios que contribuyan menos a la caja común alegando unos derechos de tiempos de María Castaña, no se puede discriminar en la escuela a nadie que hable español, no se puede eliminar de oposiciones a candidatos que no hablan lenguas regionales, no se puede pagar de diferente manera a un policía, a un médico o a un maestro. Y así podría seguir hasta terminar el artículo.

Mientras, nuestra clase política, en su habitual estado de indigencia mental, nos repite todos los días el mantra de que hay que reformar la Constitución. El caso es que no explican para qué. Sólo repiten reforma, reforma. ¿Y saben por qué no dicen lo que quieren reformar? Porque es para ponerla mucho peor. El Título VIII, el de las autonomías, prescindible de cabo a rabo, lo quieren engordar, aumentar, inflar hasta que reviente. El caso es que de ese engorde sólo pretenden que participen los que ya son gordos y ricos. O sea, los gordos serán más gordos y los ricos más ricos. No está mal. Andaluces, extremeños y manchegos, por ejemplo, dejándose las pestañas para llegar a fin de mes para que catalanes y vascos se encuentren hartos y felices. Todavía no se han enterado de que existe eso que los psicólogos denominan "la demanda infinita", aquello que los niños malcriados ejercitan a diario. ¿Hasta cuándo abusaréis de nuestra paciencia?

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