En algunos sitios he leído que la Sanidad Pública en Andalucía es la joya de la corona del Gobierno andaluz. Yo, que he estado décadas de mi vida trabajando en la misma, nunca pude reprimir una mueca de escepticismo al leer esto. Pero por lo visto y leído en estos días parece que la joya no es tal, no es un rubí o una gema preciosa ni un lapislázuli que admirar, sino que se ha quedado en bisutería de bazar chino. Días pasados tuvieron lugar unas jornadas de reflexión sobre Huelva del alma y en la misma mi benemérita compañera, la presidenta de ese grupo que se parte la cara por nuestra sanidad y que se llama Huelva, por una sanidad digna, dio unos datos como para no tener ganas de celebrar nada mañana 28-F. Leo que en primer lugar la sanidad nacional, que ya no es nacional sino sanidades troceadas, ocupa el puesto 23 entre 188 países, entre los que imagino estarán incluidos Mozambique, Burkina Fasso y Etiopía. Hace apenas nueve años estábamos en el sexto puesto. Descenso en caída libre. En cuanto a Andalucía imparable, me entero de que en 2009 ocupábamos la sexta posición entre los 17 virreinatos de España y ahora sólo superamos a Ceuta y Melilla. Como para tirar cohetes en los fastos conmemorativos de 28-F, que tantos años después de su inauguración siguen importándole un pimiento al 90% de los andaluces. Sigo leyendo y me levanto y voy a por un pañuelo en el que enjugar un lagrimón: Andalucía es la taifa que menos gasta en sanidad por habitante y que tiene menos camas públicas igualmente por habitante. No hay más que ver el racimo de hospitales y clínicas privadas que han salido como hongos a la sombra de la ineficacia, inutilidad y caos de la sanidad pública en toda nuestra tierra.

Como botón del desmadre autonómico cuento una historia que me la refirió su protagonista hace unos días. Un andaluz de 80 años, con más de 40 años de cotización, cae enfermo en el virreinato de Extremadura durante un viaje. Acude a Urgencias sólo con el carnet de identidad y le dicen que no está dado de alta en los ordenadores extremeños. La funcionaria que lo recibe se apiada de él y le ofrece ser atendido como un inmigrante sin papeles. Ahí fue Troya. Tuvieron que intervenir los seguratas. El hombre no iba muy mal pero por poco acaba en Cuidados Intensivos con un infarto de miocardio. Anécdotas hay para rellenar la edición de este periódico durante toda una semana. Con lo dicho basta para que mañana cuando los veamos celebrar el 28-F, que sólo celebran ellos, apaguemos el televisor por pura salud mental.

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