Este año el invierno se presenta de forma extraña; mientras la sequía continúa marcando el panorama meteorológico, el político va a continuar condicionado por el problema catalán. Las buenas noticias de unas elecciones, a caballo entre un otoño caliente y un invierno previsiblemente tormentoso, son la participación superior al 80% de los catalanes censados; que Ciudadanos, una fuerza con sentido nacional, ha resultado ganadora, y que los votos emitidos han sido mayoritariamente a favor de opciones que apuestan por la unidad de España. Un dato curioso, no muy comentado, es que la derecha y el centro derecha han superado claramente (74 escaños) a las izquierdas (61 escaños); pero este hecho no va a determinar el nuevo gobierno autonómico, que será probablemente una amalgama de formaciones independentistas, favorecidas por una ley electoral injusta. La incógnita es si, aprendida la reciente lección recibida en los tribunales, encauzará sus aspiraciones por vías legales, o bien (o mal) reincidirán en su desafío al Estado de Derecho.

La agudización del conflicto catalán en las últimas legislaturas se suele explicar por los graves errores en el diálogo entre los responsables estatales y autonómicos, del que no puede responsabilizarse a uno solo de los bandos. Muchos pensábamos que, más allá de la propaganda política y la falta de objetividad esperable en los mensajes que suelen recibir los ciudadanos, producto de las técnicas de mercadotecnia, el sentido común se iba a imponer. Sin embargo, es un hecho que casi la mitad de los votantes de Cataluña han ignorado el rechazo sin paliativos de Europa a la independencia de una de sus regiones; han desoído el mensaje de las empresas que abandonan en masa Cataluña, lo que a medio plazo puede condicionar su desarrollo económico, y han despreciado el principio universalmente respetado de que "la unión hace la fuerza". Comparto la opinión de que el pueblo es soberano y que la expresión de su voluntad en las urnas es el fundamento de la democracia. Pero también mantengo que a veces el pueblo soberano es manipulado y se equivoca. Ha sucedido ahora con Cataluña, como hace poco ocurrió en Gran Bretaña con el brexit.

Mi optimismo, potenciado por las fechas navideñas, me hace confiar en que, poniendo el foco en los innumerables lazos que nos unen, el rumbo de la historia se enderece y el hijo pródigo pueda volver a la casa común.

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