Iniciación

Todo ha sido causado por una sociedad que ha adorado lo blandito, lo fofo y lo fácil

Viene este artículo a cuenta y cuento de haber comido con muchos jóvenes estas Navidades. Chicos estupendos, muy sabihondos, pero que, por debajo o por encima de los treinta años, siguen siendo eso, no más que unos chicos muy majos, ellos y ellas. Y es que, ¡ay!, se quedaron en una eterna adolescencia de la que no hay manera que salgan. Porque no han pasado por ningún rito de iniciación a la madurez. Durante millones de años, en todas las culturas habidas y por haber, existía un rito de paso, de tránsito, mediante el cual la comunidad, y los ancianos al frente, certificaban que aquel miembro del grupo había dejado de ser un niño, un adolescente, y ya podría ser considerado un adulto. Este rito tiene miles de variantes y es tarea imposible enunciarlos aquí. Estas ceremonias fueron adaptándose a los tiempos, a las culturas y a las latitudes de todo nuestro mundo. Pero he aquí que de sopetón, en el tiempo que va de una generación a otra, en nuestra cultura occidental, en nuestra patria España, han desparecido los rituales de iniciación hacia la madurez y nos encontramos ante una generación que no ha salido de la adolescencia y permanece en un letargo interminable de primera juventud. Y esto tiene una trascendencia enorme en todos los ámbitos de la sociedad.

Uno de ellos es el de la relación de pareja y sus consecuencias para toda la comunidad. Hoy, la mitad de los matrimonios que se celebran no llegan a los cuatro años de vida. No tengo dudas de que detrás de estas escalofriantes cifras está la no maduración de toda una generación. Permanecer siempre en la infancia es permanecer en el egoísmo, en el capricho, en la ausencia de sacrificios, de renuncias, de independencia del nido materno. Si no me complaces como yo quiero te dejo y punto. Y vuelvo, ¡naturalmente!, a casa de mi madre. O, para evitar divorcios, nos arrejuntamos y el tiempo que dure duró. La palabra compromiso, signo de adultez, produce urticaria. Y, una vez más, digo que los padres hemos sido culpables también. Todo ha sido causado por una sociedad que ha adorado lo blandito lo fofo, lo fácil y ha huido de la corteza de pan duro. Nosotros tuvimos rituales de iniciación y los hemos despreciados. Los internados en colegios alejados de casa, la universidad a cientos de kilómetros del nido familiar, el servicio militar en la Conchinchina, todos ellos eran rituales de iniciación a la madurez. Más solo que la una, te las tenías que ver y desear para madurar de un día para otro o te las daban todas en el mismo lado. Hoy no, hoy en casa, calentito y acunado, porque afuera hace mucho frío.

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