Escribíamos en la columna de la semana pasada como se prostituía la historia para agudizar las críticas a la monarquía, expuestas en algunas series de televisión sobre personajes reales, actualmente en programación. De la misma manera que se instrumentan habitualmente para conducir la política de nuestros días. Todo ello producto de una malintencionada propaganda hábil y pérfidamente difundida desde fuera y desde dentro para embaucar a impostados intelectuales, iletrados, ignorantes o aquellos que se dejan convencer fácilmente por esa hegemonía cultural en manos de quienes manipulan sentimental o ideológicamente una sociedad dócil o dopada. Es la consecuencia de haber divulgado, con cierta destreza por parte de algunos, unas culturas importadas de discutible categoría que han ido enraizando en nuestras gentes sensiblemente sumisas y manejables a la moda o a la más extravagante novedad. En el ámbito social o político esto es también notablemente evidente.

Si las imposturas y trapacerías de toda índole se advierten en esas interpretaciones históricas a la medida de los intereses políticos que propenden a desenterrar rivalidades y odios pretéritos que creíamos superados, las percibimos cada día más intensamente en el uso y abuso de una política en muchos casos aberrante y remisa a abordar directa y valientemente los cuantiosos problemas que nos aquejan en una preocupante realidad. No se pude prometer lo que no se puede cumplir y afirmar lo que de inmediato se niega. En una visión serena y objetiva recordemos que el presidente del Gobierno aseguraba en el Congreso que la reforma de la sedición, perpetrada en su día por los nacionalistas catalanes, no entraba en sus planes y en el debate de Presupuestos dijo que lo haría ante las exigencias de ERC. Fue el primer obstáculo que impidió consensuar con el PP la renovación del Consejo General del Poder Judicial que tanto urge. Días atrás veíamos como se enfrentaba al Banco Central Europeo, que había censurado contundentemente su disposición de aumentar los impuestos a los bancos, reiterando que seguiría su hoja de ruta para que "los que están arriba apoyen a los que están abajo", cuando de sobra sabe que estos, es decir todos nosotros, lo acabaremos pagando, porque el impuestazo revertirá en nuestras depauperadas economías.

Pero en esta deriva tan poco halagüeña un considerable número de medios de comunicación subvirtiendo o desnaturalizando a veces su función informativa, divulgativa y de objetivo análisis de la función política en general, suscitan el miedo y la inquietud en el ciudadano, fomentan polémicas, rivalidades y enfrentamientos, entrando - innecesariamente en muchas ocasiones y en otras interesadamente por propios beneficios - en controversias ideológicas que confunden y decepcionan al receptor de esa comunicación, originando una especie de desidia política, una despreocupación alarmante para una sociedad que debe ser muy seriamente responsable de su destino.

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