El pasado lunes 11 de septiembre se conmemoraron los cincuenta años del violento golpe de Estado que las fuerzas armadas chilenas, lideradas por Pinochet, dieron contra el gobierno constitucional y democrático de Salvador Allende. El ejército bombardeó el Palacio de la Moneda, donde estaba Allende con algunos ministros y personas de su confianza, tomó la primera planta del Palacio presidencial y exigió la rendición del presidente chileno. Allende quedó solo y decidió poner fin a su vida antes que entregar el poder a una junta militar.

A partir de ahí surgieron distintas versiones sobre la muerte del dirigente chileno. Una de las versiones sugería, a iniciativa de Fidel Castro, que Allende fue asesinado por los militares mientras defendía su vida en un acto de heroísmo sin precedentes. La otra versión, comprobada tras la exhumación del cadáver, fue la del suicidio. Sea como fuera la muerte de Allende se produjo por la irrupción violenta de las fuerzas armadas en el Palacio presidencial. Fue el ejército, con Pinochet dictando órdenes, el que acabó con la vida de Allende y con el sueño de una democracia justa en Chile.

De todo esto han dado cuenta los medios de comunicación. Sin embargo hay un hecho gravísimo del que se ha hablado a cuentagotas. El mandato popular de Salvador Allende duró sólo tres años. En ese tiempo EE.UU. llevó a cabo un plan para que Chile viviera una desestabilización constante: desabastecimiento, protestas, boicots, huelgas... Todo ideado bajo la batuta del corrupto Richard Nixon, para que el proyecto de un socialismo democrático, capaz de transformar las estructuras capitalistas no fuera una realidad en Latinoamérica. Luego vinieron las intervenciones en distintos países, las guerras de baja intensidad, el apoyo a dictaduras y todo lo que el imperialismo estadounidense ideó como guardián de Occidente.

Hoy ya no se llevan las intervenciones militares, basta con crear un clima negacionista a través de las redes, desprestigiar gobiernos democráticos con mentiras y bulos intencionados, ocupar parlamentos disfrazados de vikingos... El golpe de Estado chileno debe servir para que los demócratas estemos alerta, todavía, ante lo que los autoritarios, los nuevos fascismos, las nuevas dictaduras, fundamentalmente financieras, están llevando a cabo. No debemos permitirlo, defendamos como Allende la democracia y la justicia y no aceptemos retrocesos en lo mucho o poco que hayamos conseguido.  

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios