Crítica de Música

El eco de la tradición con un sonido original

Un momento de la actuación del Daniel Cano Quintet el jueves en el Gran Teatro.

Un momento de la actuación del Daniel Cano Quintet el jueves en el Gran Teatro. / h. i.

No defraudó el tercer concierto del Circuito Andaluz de Asociaciones de Jazz en Huelva, promovido por la Federación Andaluza de Asociaciones de Jazz y organizado en Huelva por las asociaciones Tom@jazz, Müzzic y el Colectivo Cultural Olontia con el apoyo del Ayuntamiento de Huelva.

En esta ocasión, subió al escenario el onubense (natural de Palos y afincado en Canterbury) Daniel Cano, que sorprendió con su quinteto y su enfoque moderno del hardbop, presentando los temas de su primer álbum como líder, Don't Touch the Blue (Blue Asteroid Records, 2015), donde ha compuesto todos los temas excepto el standard Chelsea Bridge de Billy Strayhorn.

Lo primero que sorprende al escuchar a Daniel Cano es el sonido. El quinteto, con una formación clásica de hardbop (trompeta, saxo, guitarra, bajo y batería), suena brillante y preciso, y en la trompeta de Daniel Cano resuenan ecos de Lee Morgan, de Donald Byrd y también de músicos no adscritos al hardbop, como Ornette Coleman; un eco de la tradición que, sin embargo, brilla original, nuevo, con un estilo personal en el que Cano está consolidando su voz.

Desde la explosión inicial, con el tema ¿Tú siempre tienes que ser el mismo?, se nota que el quinteto conecta con el público, un patio de butacas casi lleno que aplaude con timidez los primeros solos (en Huelva es realmente difícil conseguir que el público aplauda) pero, con el paso de los temas, el grupo va ganando la empatía del público y los músicos van cosechando aplausos cada vez más efusivos. El motivo es la música de Daniel Cano. Vale aquí la máxima de Miles Davis: "Si la música no hace que muevas los pies, entonces no es jazz". Y es que el trompetista ha creado unas composiciones cálidas y efervescentes, bien estructuradas, que conectan con los aficionados y que, al mismo tiempo, dejan espacio a los músicos para desarrollar sus improvisaciones.

Cuando suena el tema que da título al disco (Don't Touch the Blue) el ambiente se pone trascendental, el grupo se queda en un trío, en un ambiente introspectivo, casi íntimo, y el público responde con su silencio y podemos ver a algunos espectadores balanceándose con esa cadencia triste y apasionada del blues. A partir de ahí, el concierto fluye con una perfecta conjunción entre público y músicos.

Acompañan al trompetista en el escenario el saxofonista Pedro Cortejosa, que nos regaló unos fraseos muy bien dibujados sin tener que recurrir a estridencias, tanto en el tenor como en el saxo soprano; Carlos Bermudo a la guitarra, un sevillano con una gran experiencia y un estilo discreto y brillante; el también onubense Pablo Báez al contrabajo, con mucho swing, casi clásico y con unos solos sobrios pero acertados; y el batería Javier del Barco, que tuvo su oportunidad de demostrar en un solo todo lo que la batería puede dar.

En cada chorus y en cada solo, los músicos demostraron que el jazz sigue siendo una música abierta y viva. Al público le gustó y, al final, cuando algunos ya salían de la sala, la insistencia de los aplausos hizo que el grupo volviera al escenario a hacer un bis, un tema muy jazzístico acompañado de palmas flamencas (Campo de las Malvinas) que fue, en la opinión de este que firma, no sólo un gran final sino los mejores diez minutos del concierto.

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