Huelva

A menta y canela olía la tarde

Miguel Ángel Perera en el fragor de una batalla emotiva en la que la belleza del toreo respondió a la bravura de este segundo toro.

Miguel Ángel Perera en el fragor de una batalla emotiva en la que la belleza del toreo respondió a la bravura de este segundo toro. / reportaje gráfico: alberto domínguez

Como si las hordas de Atila hubiesen pasado por encima de la tarde. Como si el bárbaro del norte se hubiese hecho torero y arrasara el festejo, Perera y sus hordas subalternas le sacaron el aire a toda la plaza con dos faenas bestiajas que se adueñan de muchas cosas en la feria. De muchas, y todas llenas de la grandeza que un torero poderoso, artista y brutalmente ambicioso con el triunfo, les montó a dos bravos y nobles toros de la notable corrida con la que Torrealta inicia su andadura en esta plaza.

El triunfo del extremeño no deja ni una fisura por donde discutirlo. Ni una sombra de duda de que esas cuatro orejas son de una legitimidad que apabulla y distingue a un torero en plenitud llegado a la feria para adueñarse de ella. Con él vibró La Merced. Se apasionó entregado y roto el tendido, y cuando ya no pudo más se levantó para responderle con palmas al torero que les miraba altivo, desplantado de espaldas al toro como diciendo: Ahí queda eso.

Perera forja un triunfo de cuatro orejas ante un interesante lote de Torrealta

Dos toros bravos dispuso la suerte para el extremeño. Bravos y nobles. Uno, su primero, sacando fuerza de la raza que llevaba en la sangre para seguir esa tela hipnotizadora que se arrastraba muy despacito encelando la bravura de Legionario, un toro bien hecho, engatillado de pitones y con un temple excelente que se dejó el alma embistiendo sin parar en las largas series que Perera le administró. Por los dos pitones sirvió el toro y por ambos llegó a engarzar el toreo la muleta ambiciosa de un torero borracho de ambición y poder.

Brutal en el quite por la espalda al quinto, Perera le robó el corazón a una plaza loca de pasión, mirando cómo el toro trazó el surco completo mientras el capote se movió en la redondez perfecta de un pase de pecho.

Después, la faena en una perra gorda con los zapatillas atornilladas en el albero, parando, templando y mandando sobre ese curto gerundio de los cánones que es arrematando como decía El Guerra. El torrealta asumió en su embestida de bravo la borrachera de toreo que Perera le largó a la faena del quinto, que terminaron rubricando dos legitimas orejas fruto de una estocada certera. El acabose.

En la certeza de la valentía sin remilgos le contestó Miranda en el tercero de la tarde. Bravo como un tejón y transmitiendo verdad en su embestida, al triguereño le sirvió la ocasión para explicar en un quite por gaoneras ese toreo valiente que raya mas en el arte que sobre el miedo de la tragedia. Muleta sincera sobre el run run de la tarde. Metida la gente en un nuevo acto apasionado de clamor sobre las series que el más joven del cartel era capaz de llevarse a su terreno. Sin ambigüedades, Miranda jugó la baza de engarzar con temple la ambiciosa embestida de un burel que reclamaba sitio y firmeza. Las mantuvo el torero en otro acto importante de la tarde de ayer. Como si no hubiese un mañana. Como si todo tuviese que ser ayer frente a la nobleza que sobre el tapete del albero se dejaba en cada muletazo el torero a un toro con alma de bravo.

Por ambas manos se cuajó la búsqueda del muletazo y el remate que buscaba salir de la suerte y respirar ambos: toro y torero.

Y a más. Una sobre otra en ese limite irrenunciable de la torería que aspira a ser.

Sobre el que cerró plaza la faena no terminó de rubricarse en la rotundidad deseada. Tuvo el toro de los campos gaditanos otras teclas complicadas de afinar y la faena nunca alcanzó ese punto de hervor que le da una embestida más entregada y franca que no tuvo este que cerró plaza. Una estocada mortífera sin pudor le arrancó al tendido las ansias de exigirle a la presidencia el trofeo que necesitaba el torero para celebrar su tarde por la Puerta Grande.

Y como la tarde se esta contando sobre la valentía de toros y toreros, merecida es la crónica que hable de un Castella que vino con la sinceridad y entrega necesarias para triunfar. Le faltó toro en su primero. Toro para emocionar con el que el de Beziers estuvo francamente bien en esa medicina que es el temple. Suavecito o despacito. Esa coña veraniega del Fonsi pero aplicada por el francés a un toro que se sumió en la nada, porque nada decía.

El jabonero que hizo cuarto tuvo poca cosa más que esa estampa diferente que le prestó Castella en una faena de menos emoción pero llena de verdad porque el francés no le hizo ascos en toda la tarde en intentar agradar y arrimarse sin cuentos. Desde los estatuarios hasta ese límite que marcaba un toro que no se entregó de verdad.

Calló la plaza ante su buena labor con el primero, al que le recetó una estocada a ley y calló el palco cuando la petición del tendido le pidió una oreja para el galo. Demasiado silencio injusto para Castella cuando tanta algarabía había tenido la tarde.

Tarde que se salda con tres toros bravos e intensos en su embestida y el triunfo de dos toreros cruzando el umbral de La Merced cuando la noche se hizo cierta y aún sobre el ruedo olía la tarde a torero valiente, a toro bravo y a triunfo. A menta y canela olía la tarde cuando se iban a hombros los toreros.

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