Respons(H)abilidades

Reactividad o proactividad, una sutil diferencia en la responsabilidad social

  • Diferenciar las actitudes reactivas de las proactivas y saber distinguir entre responsabilidad y culpabilidad, es fundamental para impulsar el cada vez más necesario cambio social

Solemos confundir responsabilidad con culpabilidad. Parece que nos hemos acostumbrado a usar la palabra responsable con ese matiz oscuro de la culpa o del peso que se lleva sobre los hombros en el rol que sea que desempeñamos en cada situación que vivimos. Pero si miramos la responsabilidad como aquí nos gusta mirarla, y la nombramos como responsHabilidad o habilidad para responder, el significado cambia rotundamente. De pronto, se nos pone literalmente encima a todos y cada uno de nosotros y seremos responsables o no en función de nuestra actitud reactiva o proactiva.

Una cuestión de actitud

Antes de diferenciar las actitudes reactivas de las proactivas, aclaremos la enorme influencia que tiene la actitud en los resultados que obtenemos en la vida.

La actitud es un multiplicador de los resultados, un motor de cambio espectacular, el factor que más influye de hecho. El problema es que lo hace tanto para bien como para mal. Una buena actitud, positiva y motivada, multiplica los resultados y los efectos positivos; pero la actitud negativa también multiplica, sólo que lo hace restando.

Imaginen una fórmula matemática con una suma y una multiplicación en la que el resultado es el cambio o la meta que nos proponemos. Quedaría algo así: el cambio es igual a la acción o acciones que ponemos en marcha, a las que les sumamos la habilidad personal para hacerlas, y que después multiplicamos por la voluntad que le ponemos. O lo que es lo mismo: Cambio = (acción + habilidad) x voluntad.

Estarán de acuerdo conmigo, porque lo habrán experimentado multitud de veces, que la voluntad está directamente influida por nuestra actitud. ¿Les cuesta más tener voluntad para hacer algo cuando su actitud no es positiva? Yo creo que sí. Siempre cuesta más. Así que la actitud es como la energía con la que afrontamos las acciones, y también está multiplicando la suma. ¿Se dan cuenta? La habilidad para hacer lo que necesitamos hacer es importante, claro que lo es, pero sólo suma, no multiplica. Es mucho más importante la voluntad influida por una buena actitud, tanto que pueden llegar a igualar o superar el resultado de otros que tenían más habilidades que ustedes.

Éste es un concepto que manejamos mucho los que nos dedicamos al desarrollo de la inteligencia emocional en personas y organizaciones, y me gusta especialmente cómo lo cuenta el escritor y conferenciante Víctor Kuppers. Les recomiendo desde aquí que lo busquen en la red y vean, si no lo han hecho ya, su charla sobre la actitud y las personas como bombillas. Les hará reflexionar y reírse un rato, que nunca viene mal para generar buena actitud.

Proactividad vs. Reactividad

Sigamos con la reflexión. Si la buena actitud es la energía para hacer las acciones que queremos hacer, lo contrario sería no hacer, o dejarse llevar reaccionando ante lo que vivimos como buenamente podemos o sabemos. Así que la actitud negativa nos mete de lleno en conductas reactivas, esas con las que llegamos a pensar que somos víctimas de lo que nos pasa, y que no podemos cambiar las cosas. ¿Les suena? La culpa es de otros.

Sin embargo, cuando teñimos de buena actitud nuestra voluntad, nos convertimos en directores de nuestras vidas, tomamos decisiones, hacemos planes y actuamos, porque nos sentimos con poder para transformar las cosas. Ya no hay culpables, nos sentimos responsables, mejor dicho, responshábiles.

Busca la respuesta proactiva a la pregunta ¿quién es el responsable?

Ahora es el momento de aterrizar toda esta reflexión. Para hacerlo, voy a volver a plantearles una situación parecida a la que escribía hace algunas semanas en este mismo periódico. Imaginen que es domingo por la mañana. Han comprado el periódico y se van a leerlo y tomar café en una terraza. En la mesa contigua hay una familia grande hablando y celebrado su encuentro con un volumen alto, muy alto. Para aderezar la estampa, imaginen varios niños de esa familia disfrazados y con pitos de carnaval, coletazos de la importada y adulterada fiesta de Halloween, ¿los oyen? No pueden leer este artículo porque no escuchan ni sus propios pensamientos. Y metidos en esta situación imaginada, díganme. ¿Quién es el responsable de que usted no pueda leer el periódico tranquilamente?

De entrada muchos diríamos que los principales responsables son los padres de los impertinentes niños, quienes prefieren subir el volumen de sus conversaciones a pensar en los demás clientes de la cafetería. Pero no, "los padres" sería una respuesta reactiva. Así que quizás dirían que el responsable es el dueño del local, por no poner remedio a semejante atropello a sus clientes. Y seguiría siendo una respuesta reactiva. ¿Quién es el responsable entonces? ¿Los niños? ¿La mal aceptada cultura española de hablar alto en los bares? ¿La mala educación de base? ¿El sistema educativo? ¿Usted, por sentarse justo en esa cafetería? Podríamos seguir, pero todo son respuestas de actitudes reactivas.

La respuesta proactiva sería decir que "el responsable soy yo, por no levantarme y pedirle a la familia que tenga consideración y respeto". Claro que esto necesita una alta dosis de asertividad para que no se nos vuelva en contra, un tema que bien merece otra página otro domingo.

La Responsabilidad Social Corporativa transformadora es la que da respuestas proactivas cada vez que quien la tiene -sea persona, empresa o institución- se pregunta quién es el responsable de algo. No necesitamos más jueces que busquen culpables, necesitamos más gente y más organizaciones responsables.

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