Industria Riotinto, una riqueza detenida

Luna de cobre

  • La Cuenca Minera de Huelva espera la recuperación de la explotación de Riotinto para que se le devuelva el esplendor a una comarca azotada por el paro

¿Puede un operador de la City londinense transformar un pequeño pueblo minero en un vertedero de residuos tóxicos? Siguiendo las reglas del efecto mariposa, puede. Y lo hizo. Su nombre era Yashuo Hamanaka, conocido como míster 5% porque ese era el porcentaje del mercado del cobre mundial que controlaba con sus operaciones a futuros. Durante diez años arrinconó el mercado del metal con compras masivas provocando unas pérdidas a su compañía de más de 1.800 millones de dólares, unas pérdidas que ocultaba en sociedades fantasmas. Cuando se descubrió el pastel, en 1996, el precio del cobre se desplomó y la cuenca minera de Huelva no volvió a ser la misma. Ante su asombro, los accionistas de Minas Río Tinto S.A.L, que no eran otros que los propios mineros, observaron despeñarse el precio de su producto a 1.500 dólares la tonelada, cuando ellos habían conseguido ajustar el coste de producción de cada tonelada a 2.000 dólares. Llegaron poco después inversores a Nerva para proponer la instalación de un vertedero de residuos tóxicos. Sabían que los mineros estaban con el agua al cuello, y les propusieron entregarles un 33% de las acciones del lucrativo negocio que es deshacerse de los desechos que nadie quiere tener cerca. El pueblo se dividió entre los vertederos y los vertedosos. Hamanaka había conseguido que a miles de kilómetros de su oficina en Tokio vecinos de toda la vida se insultaran. Los mineros cogieron las acciones, las revendieron por unos mil millones de pesetas, pagaron los sueldos que se adeudaban a sí mismos y cerraron la mina. Hoy el precio del cobre roza los 8.000 dólares la tonelada en la Bolsa de Metales de Londres, es una de las pocas cosas rentables que existen en un capitalismo colapsado, pero nadie lo extrae de este paraje exhausto, agujereado con inmensos embudos de tierra rojiza.

Pero empecemos la historia por el principio. Podemos hacerlo aquí, donde me encuentro, en un inmenso salón de una mansión. A mi lado, un piano desvencijado por el hundimiento del techo, enfrente una chimenea comida por el polvo; el suelo que piso está alfombrado de cristales rotos y, en esa esquina, dos botellas vacías de vodka y restos de un líquido negruzco que debió ser Coca Cola en su envase de dos litros. Alguien se montó hace poco una fiesta privada en esta casa abandonada en la que la sociedad británica de principios de siglo organizaba puestas de largo y bailes de carnaval en los que los papelillos llegaban a la cintura. Estoy dentro de la Casa Consejo del barrio de Bellavista, en Riotinto. Me he colado por una ventana, no ha sido difícil. Esta casa en ruinas, en la que en su día se tomaban las decisiones que hicieron de esta comarca una de las más desarrolladas industrialmente de España, no tiene vigilancia. Está rodeada de jardines y edificaciones de resonancias victorianas. Al fondo, se encuentra la primera pista de tenis que se levantó en el país. Y en la puerta, un indicativo turístico donde se citan todos los directores generales de las minas que vivieron aquí, de finales del siglo XIX hasta los años 50.

Uno fue Walter James Browning, conocido como El Terremoto o el virrey de Huelva, una leyenda en Riotinto. Llegó en 1907 e impuso su puño de hierro, supervisando él mismo el trabajo a lomos de su caballo, con un Winchester en una mano y una pistola al cinto. Su tumba no está en el destartalado cementerio inglés, con las lápidas desperdigadas entre la maleza. Limpiando una de ellas descubro el nombre de Anthony J. Shelton, ingeniero fallecido en 1913. La propia lápida informa de que fue una de las víctimas del incendio del Pozo Alicia, achacado históricamente a un sabotaje de los propios mineros en su rebelión contra las condiciones laborales. Cerca hay una pequeña colina. Merece la pena escalarla porque al otro lado se encuentra la luna. En lo alto de esa loma se aparece la Corta de la Atalaya, un cañón de vértigo con 600 metros de profundidad que durante siglos dio cobre, oro y pirita a esta comarca. El silencio se clava en la garganta. Al otro lado, se encuentra el cementerio actual de Riotinto, el más rico de España porque los difuntos descansan sobre una tierra preñada de oro. Pero yo estoy en la cima de un mundo muerto.

En la plaza del Ayuntamiento de Nerva hay movimiento. Los llamados recolocables están esperando desde hace siete años que la Junta cumpla la promesa de reubicarles en empresas que nunca llegaron. Cuando quebró la mina y su edad no les alcanzaba para la prejubilación se les dijo que instalarían un polígono industrial donde se fabricarían tornillos para los airbus. Años después, "de Nerva no han salido tornillos ni para colocar una estantería", dice uno de estos hombres que lleva esa etiqueta tan extraña: recolocable. Esperan al alcalde para que les apoye en sus reivindicaciones.

Además, el pueblo vuelve a estar dividido. La historia es tremendamente compleja, una complejidad que aviva la ansiedad. La mina podría volver a abrirse y generaría 400 empleos directos en una comarca que sufre una tasa de paro de cerca del 70% entre los jóvenes. Hay 4.000 solicitudes para entrar en la mina, si ésta al fin se abre. A Nerva sólo le quedan 5.000 habitantes de los 15.000 que tuvo en sus años de esplendor, la década de los 60. En las aldeas mineras de los alrededores apenas si queda nadie, sólo unos pocos ancianos. El cierre de la mina está asfixiando a esta zona. El vertedero sólo da unos cien empleos, existe algo de movimiento turístico con la atracción del tren minero y luego está la fábrica de tintes. No es suficiente. En la vecina Riotinto la actividad también es escasa. Su principal motor es el hospital, que se construyó con la operación ladrillo. Los mineros se propusieron llevar todos los días un ladrillo a un solar para levantar un hospital en el que se atendiera a los trabajadores heridos en el tajo. Poco más. Los jóvenes emigraron en los años de la burbuja inmobilaria, pero ya no hay ni eso. Ése es el motivo de que hayan vuelto a mirar a la mina, pero no es tan sencillo.

Un grupo de sindicalistas explica la situación: "En 2007 llegó una compañía chipriota, Emed Mining, dirigida por un tal Harry Adams, con el propósito de reabrir las instalaciones. Compraron activos a muy bajo precio, pero ni lo compraron todo ni está claro que adquirieran los derechos mineros. Todavía quedan mineros de Río Tinto S.A.L. que poseen acciones que se niegan a vender. Está Mantesur, que fue la que se quedó con las instalaciones de la mina, y hay otro personaje, Carlos Estévez, que fue director de la mina en los años de la cooperativa laboral y que se marchó de aquí para volver y adquirir por precios simbólicos acciones de otros mineros a cambio de prometerles trabajo en una sociedad de su propiedad que se llamaba Red Creek International, que no quiere decir otra cosa que Cerro del Colorao, que es la veta de donde ahora se podría extraer cobre sin hacer gigantescas inversiones".

En su día Emed Tartessus, que es como se llama la filial onubense de la multinacional chipriota, buscó aliarse tanto con Mantesur como con el propio Carlos Estévez. Todo parecía listo para la recuperación de la actividad cuando en 2008 Shorthorn, una intermediaria suiza del mercado de metales, inyectó capital al hacerse con el 49% de Mantesur comprando acciones a la personas más cercanas a Estévez. Pero las relaciones se deterioraron tras acumularse palos en las ruedas. Emed quiso quitarse de en medio a Estévez por incumplimiento de obligaciones. El pasado agosto Harry Anagnostaras-Adams anunció a sus accionistas que, tras sus últimas gestiones con la Junta, que ha intentado arbitrar en todo este entramado que tiene muchas más bifurcaciones de las que cabrían en este reportaje, "hemos dado un paso adelante en la consecución de acuerdos entre todas las partes para el reinicio de la mina Río Tinto".

Así las cosas, están los que creen en Adams y esperan que se haga realidad la fecha de finales de 2011 para reanudar la actividad y los que están convencidos de que Emed "no tiene un duro" para poner en pie este proyecto. Los de UGT apuestan por la mina; los de CCOO guardan un prudente silencio: "No es el momento de hablar". Esta división puede verse en los calientes foros de internet de los vecinos de la Cuenca Minera, pero también los inversores expresan sus dudas en un foro igualmente caldeado reservado a quienes tienen intereses económicos en Emed y escrito en inglés. En este foro figura un personaje que cada día, a las 7 de la mañana, incluye un comentario en el que tira por tierra cada uno de los anuncios optimistas de Adams. Bajo el nombre de Tartessus Druid, muchos foreros piensan que se oculta la figura del mismísimo Carlos Estévez.

El Mercantil de Nerva mantiene cierta presencia del lujoso club que fue y cuyos socios son, en buena parte, mineros prejubilados. Hemos quedado con dos de ellos: un mohíno, Sebastián, y un chorizo, Manolo. Así es como se llaman entre sí los naturales de Riotinto y los de Nerva, respectivamente, dos pueblos con una rivalidad de escaparate. "Los de Nerva siempre les hemos echado en cara a los mohínos su servidumbre porque convivían con los jefes, mientras aquí éramos más levantiscos. Es una rivalidad curiosa porque si le preguntas a cualquier chorizo seguro que te dice que su mejor compañero en la mina fue un mohíno, y viceversa, pero fuera de la mina ni agua. Aunque eso era antes. Ahora hasta nos llevamos bien. Se ha perdido todo", bromea Manolo.

Sebastián bajó a la mina por primera vez en 1979, con 27 años. "Aquí lo suyo era hacer la mili, buscarse novia y meterse en la mina y, antiguamente, si la novia era una de las criadas de los ingleses, mejor, porque antes entrabas en la mina". Él ha sido un trabajador de contramina, que es como aquí llaman a la minería bajo tierra. Excavó en Pozo Alfredo, el último en explotarse en la cuenca. "Recuerdo el primer día que me metí en la jaula para descender. Abajo, me encontré galerías inmensas por donde circulaban camiones y enormes naves a 600 metros... Y muchas ratas. Cada vez que realizábamos una explosión, al regresar nos encontrábamos el suelo lleno de ratas abrasadas, ratas como gatos. Pasabas tanto tiempo abajo que te familiarizabas con ellas y hasta le tirabas migas a la hora del bocadillo".

Manolo sólo estuvo en el Pozo Alfredo una vez, pero una vez muy larga: 35 días. Una larga protesta sindical para defender la supervivencia de la mina a principios de los 90. "En estos días, con lo de Chile, me he estado acordando mucho de esa protesta, de todo ese tiempo bajo tierra, pero también he pensado en el drama de los que no estaban abajo, que habrán perdido el trabajo y ahora no tendrán la fama de sus compañeros. Esos mineros son unos héroes, pero yo no he parado de pensar en todos los demás mineros del mundo, que en este mismo momento, en algunos casos, seguirán trabajando en condiciones infrahumanas".

Y es que por muy prejubilado y por muy retirado que él diga que está de los follones, a Manolo se le nota el deje sindical. Formó parte de la "esquizofrenia" vivida en los años de la S.A.L., cuando la mina era de los mineros, entre 1995 y 2003. Era, a la vez, miembro del comité de empresa y del consejo de administración. "Si aquello fracasó fue por condiciones ajenas a nosotros, no porque se hiciera una gestión irresponsable. Contratamos a los mayores expertos en minas que había en el país. Nosotros seguíamos ganando nuestras 150.000 pesetas al mes, pero a los directivos les pagábamos un pastón. Íbamos a los consejos de administración con el mono de trabajo negro de la mina y nos sentábamos con estos señores con sus trajes a medida". Ellos trajeron a Carlos Estévez como director y alguna vez le tuvieron que decir "oye, que tú eres mi director, pero soy yo el que te pago". Aún se ríe Manolo recordando como "pasé de decirle a los trabajadores que su tarea, la que venía en el convenio, era hacer exclusivamente esto a tener que decirles, como miembro del consejo de administración, que ahora tu trabajo es éste, éste y éste".

Era su mina, querían salvarla a toda costa. Se trabajó duro. Sebastián asegura que en Riotinto y Nerva te encontrabas a los mineros leyendo la prensa salmón. "Nos hicimos expertos en cotizaciones y era divertido vernos en el bar con acaloradas discusiones que no eran sobre el Madrid y el Barcelona, sino sobre el índice Nikkei o las nuevas posibilidades del mercado de metales". Hasta que Hamanaka lo fastidió todo y expulsó a los mineros de su mina. Fue, naturalmente, por muchas más cosas. Hoy, los mohínos y los chorizos, herederos de una raza de gente trabajadora, vuelven a mirar a la mina, la que siempre estuvo allí . Su luna de cobre.

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