tribuna

Santiago / Hierro

Semblanza recortada de la Sierra onubense

Son muchas las veces que he recorrido, muchos años atrás, la Sierra de Huelva, bien por mis obligaciones laborales, de otros tiempos, o bien por expansión de volver a recrearme por toda ella, tan ubérrima y hermosa, llena de maravillosas perspectivas y asombro placentero.

Su mayor lucidez para visitarla y conocerla son en los meses de primavera y otoño, que la define con su mayor amalgama colorista y contrastes arbóreos, que cambia en algo el paisaje, en su configuración topográfica del suelo y esas cromáticas tonalidades en tiempo otoñal.

En su estación primaveral, se cubre toda la sierra, de un verdor intenso; los castaños, chopos, cerezos, álamos y manzanos, brillan sus hojas, como esmeraldas, que contrasta con el azul del cielo.

Te puedes perder, por algunos de sus rincones, que es un relax para tu espíritu, para campar a tus anchas, entre un silencio y una paz, que se palpa, entre olores de espliegos, romeros, frutales y otras hierbas aromáticas, y el aire es tan puro, que al absorberlo tus pulmones se ensanchan y parece que levita tu cuerpo.

Desde mi salida del laborioso y bello pueblo de Aracena, y solo recorriendo algunos pueblos de su contorno, como Galaroza, Jabugo, Almonaster, Santa Ana, Fuenteheridos y otros, que no le van a la zaga; entre carreteras de estrecha calzada, te encuentras grandes extensiones de castaños, que entrelazan sus ramas, los que bordean las cunetas, formando arcadas tan tupidas, que sombrean su calzada, refrescando el ambiente.

En la época otoñal, los espinosos erizos, con el fruto de la castaña en su interior, al caer, se esparce por toda la carretera, mientras que las hojas que aun quedan en sus ramas, toman un color dorado cobrizo, como así las caídas en el suelo, que forman una alfombra de reflejos dorados, que crujen al pisarlas, tomando el paisaje un bello colorido, que es un recreo para la vista.

Pero llegando el friolero invierno, estos castaños quedan al desnudo de sus hojas, resquebrajados y rugosos troncos, que en las mañanas, con la velada gasa de la niebla, dan la sensación de fantasmales figuras amenazantes. Son tantos los rincones maravillosos, escondidos entre la fronda de esta ubérrima sierra, que son digno de plasmar con la cámara, con algunos epítetos, como la plaza de las Pizarrillas, la aldeita de Las Chinas, el puente de Las Botellas, pasear por la ribera del río Múrtiga, entre los blancos chopos, aromáticos manzanos y cerezos con sus rojizos frutos y su puentecillo, que cruza el río, que se le atribuye a época romana.

Cuando ya la sierra, va tomando un color pardo y violáceo y entre olores de cantuesos, tomillos y otras flores aromáticas, entramos en Aracena, finalizando nuestro breve recorrido.

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