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Un legado ambivalente

  • Publicada en el centenario de la Semana Trágica de Barcelona, la tercera novela de Julián Granado recrea con honestidad y brillantez la figura de Ferrer Guardia

Después de Mendizábal, el caballero Neto, una estupenda novela histórica donde presentaba las memorias apócrifas del gran político liberal, el médico y escritor Julián Granado (Nerva, 1957) ha publicado otra importante novela -tercera de las suyas, si contamos la poco difundida La pavana de Sieberg- que no debería pasar desapercibida. Publicada el año en que se cumple el centenario del fusilamiento de Ferrer Guardia, en el castillo de Montjuic de infausta memoria, De Humanidad y polilla rescata la figura del fundador de la Escuela Moderna, librepensador, republicano, anarquista y masón, verdadera bestia negra del nacional catolicismo. Tal día como hoy, el 26 de julio de 1909, se iniciaron los sucesos que han pasado a la Historia con el nombre de Semana Trágica de Barcelona, una explosión de furia anticlerical que arrasó las iglesias y conventos de la ciudad, fue reprimida con dureza y acabó por costarle la vida al pedagogo catalán, señalado como instigador de los hechos.

No estamos ante una glorificación al uso, en estos tiempos de vindicaciones extemporáneas que prescinden de los matices y pretenden llevarnos, otra vez, a la trinchera. Como indica el subtítulo, en este libro se muestran "todas las caras de Ferrer Guardia", incluidas las menos favorecedoras. Quiere decirse que el indudable atractivo del personaje no ha llevado a Granado a intentar la hagiografía laica de un hombre cuya trayectoria, aún hoy objeto de controversia, contiene por igual luces y sombras. Entre otras razones porque eso ya lo hizo su propia hija, Sol Ferrer San Martín, que es la otra y puede que principal protagonista de esta novela, autora de dos biografías extremadamente benevolentes con su padre que no sólo han sido utilizadas por Granado como fuente, sino que constituyen por sí mismas el otro foco de interés sobre el que se vuelca la atención del novelista.

Carmen de Moering, interna en las Agustinas Inglesas de Neuilly, supo desde muy pronto que su verdadero padre no era el conde ruso con el que cohabitaba su madre española, sino Francisco Ferrer Guardia, "español oriundo de Cataluña -escribe la niña en 1900-, exiliado en París por causa de su pensamiento político". No volvió a verlo desde que la abandonara cuando ella tenía poco más de tres años de edad, apenas recordaba de él otra cosa que la melodía del Himno de Riego que solía tararear cuando iba a visitarla a la casa de los campesinos a los que había sido confiada, y nunca más volvería a cruzarse con él, pero la historia de su vida -una vida azarosa y desarraigada- estuvo presidida por la figura del padre ausente. "Tengo edad de sobra para escribir mis memorias. (…) ¿Qué me detiene entonces la mano para contar mi vida, después de haberla invertido en contar la de mi padre?", escribía en 1972, cuatro años antes de su muerte.

La novela tiene algo de doble quest, pues Granado nos cuenta la permanente búsqueda que ocupó a Sol Ferrer toda su vida y la que relata el narrador -que alterna los tiempos e inserta de vez en cuando pasajes escritos por Ferrer o su hija, entre otros documentos- para seguir los pasos de la anterior o reconstruir los de la propia Sol. El resultado es un magnífico fresco que reconstruye tanto la época como la trayectoria personal de ambos, desde una perspectiva que sugiere más que relata los grandes hechos históricos y se centra en las vicisitudes personales, ciertamente novelescas, del pedagogo y su biógrafa. Vemos así la fijación de una hija con el padre que no tuvo, o las contradicciones de un hombre que aspiraba a redimir a la Humanidad pero descuidó sus obligaciones familiares, que creía luchar por la libertad pero aprobaba -o promovía- el crimen por razones políticas.

Paradójicamente, la más que probable implicación de Ferrer Guardia -en el mejor de los casos como instigador directo, quizá también como responsable financiero del atentado- en el famoso intento de magnicidio de Mateo Morral -compañero de ideario, amigo personal y bibliotecario de la Escuela Moderna- quedó impune por falta de pruebas, y en cambio su fantasmal participación en la Semana Trágica, en la que no tuvo responsabilidad ninguna, fue la causa de su condena y posterior fusilamiento, tras una farsa de proceso que no reunió las mínimas garantías. Pionera en muchos aspectos, la pedagogía de Ferrer marcó un hito que trascendió fuera de las fronteras nacionales y acertaba al promover el laicismo, pero es difícil defender hoy, por ejemplo, la conveniencia de no examinar a los alumnos. Más grave es la cuestión del precio de sangre que, en opinión de Ferrer y de tantos otros iluminados, era preciso pagar por el advenimiento de la utopía. En otro tiempo, la violencia revolucionaria, predicada por los partidarios de la eufemísticamente llamada acción directa, pudo verse desde una perspectiva romántica, que consentía la admiración por el idealismo de los pistoleros libertarios y hasta podía buscar en la Antigüedad ejemplos ilustres de venerados tiranicidas. A estas alturas de la Historia, eso es ya imposible.

Julián Granado. Anagrama. Barcelona, 2009. 460 páginas. 21 euros.

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