literatura | un capítulo crucial de la historia de las vanguardias

Cabaret Voltaire Cien años de una ruptura

  • El andaluz José Luis Reina Palazón traduce 'Cabaret Voltaire' y 'Dadá Zúrich', dos libros sobre la revolución del dadaísmo

"Cuando fundé el Cabaret Voltaire", escribió Hugo Ball, "era yo de la opinión de que en Suiza tendría que haber algunos jóvenes que igual que yo estarían interesados no sólo en gozar de su propia independencia, sino también en documentarla. Fui a ver al señor Ephraim, el propietario de La Lechería, y le dije: Por favor, señor Ephraim, deme su sala. Quiero abrir un cabaret. El señor Ephraim estuvo de acuerdo y me dio la sala. Y fui al encuentro de algunos conocidos y les rogué: Por favor, deme un cuadro, un dibujo, un grabado. Quiero unir una pequeña exposición a mi cabaret. Fui a la amable prensa zuriguense y le rogué: Publiquen ustedes algunas notas. Se abrirá un cabaret internacional. Queremos hacer bellas cosas. Y me dieron cuadros y publicaron mis notas. El 5 de febrero teníamos un cabaret. Mme. Hennings y Mme. Leconte cantaron canciones francesas y danesas. El señor Tristan Tzara recitó versos rumanos. Una orquesta de balalaica tocó preciosas canciones populares rusas y bailes".

Así cuenta Hugo Ball (nacido en Pirmasens, en el antiguo Imperio alemán,en 1886 y fallecido en Sant'Abbondio, Suiza, en 1927) uno de los hitos de su biografía junto a su pareja Emmy Hennings: la apertura en 1916 del Cabaret Voltaire, en Zúrich, un espacio de libertad que compartieron con Tristan Tzara, Marcel Janco, Richard Huelsenbeck o Hans Arp y donde el dadaísmo surgió para abrir caminos más allá de las convenciones. En una Europa por la que se propagaba el sinsentido de la guerra, un grupo de intelectuales proponía otra sacudida por la que los esquemas del arte, la literatura, la vida, se resquebrajarían. "Lo que os tenemos que decir os alcanzará como una bala", advirtió Huelsenbeck. No se equivocaba: el impacto de aquella corriente fue fugaz y certero como el de un proyectil. El canto africano, tribal, de aquellos apóstoles de lo inesperado se oyó en el mundo: la onda expansiva llegaría hasta otros creadores como Louis Aragon, André Breton y Marcel Duchamp.

El sevillano José Luis Reina Palazón (La Puebla de Cazalla, 1941) participa como traductor en dos de las publicaciones que celebran el centenario de esa ruptura: Cabaret Voltaire, un trabajo del profesor de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca José Antonio Sarmiento, que edita la Universidad de Castilla La-Mancha y que reconstruye a través de una compleja documentación el alcance del movimiento dadaísta y el que fue su primer centro de operaciones, y Dadá Zúrich. Poesía, imágenes, textos (E. D. A. Libros), que recupera la única antología realizada por los protagonistas del movimiento.

Pocos podían vaticinar el eco internacional que obtendría aquella rebelión ética y estética. Antes de ceder la sala adjunta de la taberna holandesa La Lechería, Jan Ephraim, el propietario del establecimiento, le escribe al director de la policía de Zúrich y habla de "un punto de encuentro del público de Zúrich interesado en lo artístico. Piensan ofrecer, especialmente a jóvenes artistas, la posibilidad de entretenerse artísticamente, animarse mutuamente, debatir y ofrecer al público sus primeros trabajos. Los señores creen que un local así hace falta en Zúrich y es necesario como contrapeso a los siempre numerosos cabarets mundanos y oficiales". Los propios creadores del Cabaret Voltaire gestaron esa iniciativa casi por casualidad, como recuerda Reina Palazón: "Ball quería ser camarero, con el argumento de que él quería servir a los demás, quería servir al hombre, y para ello se había comprado un frac. Nadie le daba trabajo y Ball iba a tirar ya ese traje al lago de Zúrich, por donde paseaba junto a Emmy Hennings, y ella dijo: Vamos a salvarlo, a darle una segunda oportunidad", recuerda el especialista, Premio Nacional de Traducción. Así fue como Ball y Hennings hablaron con Ephraim, acabarían abriendo el cabaret "y el éxito fue total", señala Reina Palazón. La pareja ponía fin a una dura etapa de subsistencia en la que Hennings llegó incluso a prostituirse para poder salir adelante, unas durísimas condiciones que volcó en su poesía, "en la que refleja con una sensibilidad extraordinaria los temas de la pobreza y la exclusión social", sostiene el traductor, "una obra muy distinta a la de Ball, que en cierto sentido es neoclásica aunque con visos expresionistas y está muy preocupada por la trascendencia religiosa que seguiría explorando más tarde".

Pero, de los integrantes del dadaísmo, sería Tristan Tzara el que mayores réditos sacaría de la experiencia. En una entrevista que recoge el libro Cabaret Voltaire, el pintor rumano Marcel Janco evoca a su paisano como "otro género de intelectual. Nadie sabía excitar al público mejor que él. Injuriaba a la gente, se peleaba, la emprendía con algunos. Mientras más escándalos hacía más gente venía. Tzara no era solamente un poeta de talento, tenía también un gran talento para promover Dadá en el mundo". Esa destreza en la publicidad hizo que se le definiera a menudo como el fundador del dadaísmo. "Tzara", argumenta Reina Palazón, "es un personaje muy vivo y escribió una serie de cartas diciendo que él era el que lo había inventado. Lo que sí es cierto es que, una tarde de febrero de 1916, en que buscaban un nombre para el movimiento y la revista que iban a hacer, abrió un diccionario de francés y encontró allí la palabra dadá, que define a un caballito de juguete. Tzara escribió muchísimo más que todos los demás, sólo su poesía ocupa mil páginas. Él sabía muy bien vender lo suyo; también trabajaba mucho su aspecto, era un tanto daliniano. Pero su obra es compleja, experimental, la más interesante del grupo", considera el sevillano, que ha traducido entre otros autores a Paul Celan, Georg Trakl, Herta Mueller, Anna Ajmátova o Boris Pasternak.

En estos libros, Reina Palazón se ha enfrentado a un trabajo difícil, pero también, reconoce, muy placentero. En Cabaret Voltaire trasladó al castellano fragmentos que en su versión original estaban en cinco idiomas diferentes: francés, alemán, italiano, ruso e inglés. "Pero estaba impresionado con los textos que José Antonio Sarmiento me daba para traducir, algunos de ellos muy curiosos", expone. "Entre ellos hay una canción rusa muy bella, El sarafán rojo. El sarafán es una especie de vestido que se ponían las muchachas que se iban a casar, y la chica de la canción pide que no le den todavía esa prenda, que quiere ser libre. Ese tema lo cantaban los asistentes rusos, porque allí había una colonia rusa a la que pertenecía el señor Lenin, que vivía cerca del cabaret y del que se sabe que asistió alguna vez. En las veladas no se interpretaban sólo textos dadaístas, también muchas obras de autores relacionados con la guerra o muchas canciones francesas populares, que son de las que más me han gustado".

En la ruptura con lo establecido que promovieron desde el Cabaret Voltaire, sus componentes dan la espalda a la tradición burguesa de la poesía, "algo que ya comenzó con Baudelaire, cuando decía que la realidad está más bien en los sueños". Los surrealistas y los expresionistas buscan una verdad hasta entonces inexplorada, una senda que "culmina con los dadaístas. Los surrealistas hacían quizás una poesía más compleja, más densa, pero los dadaístas la llevan a un extremo con la apuesta por la poesía fonética", asegura Reina Palazón. "Quizás una de las conquistas del Cabaret Voltaire", indica el traductor, "es esa huida de un mundo triste hasta la alegría de la sonoridad".

"Ellos eran experimentadores", prosigue el poeta sevillano, "no venían ya con una idea de lo que había que hacer, si no que se preguntaban realmente qué iban a hacer". Richard Huelsenbeck describe el clima de intensa creatividad en el que vivían: "En el Cabaret Voltaire hemos ensayado primero nuestras danzas cubistas con máscaras de Janco, vestidos de cartón y lentejuelas hechos por nosotros. Tristan Tzara, que publica ahora los Cuadernos dadaístas en Zúrich, ha inventado la representación en escena del poema simultáneo, poema recitado en diferentes lenguas, ritmos y sonidos, por varias personas a la vez. Yo he inventado los conciertos de vocales y el poema ruidista, mezcla de poema y de música ruidista, esta última célebre por el Despertar de la Capital de los futuristas. Llovían invenciones. Tzara ha inventado el poema estático, una especie de poema óptico, el que se mira como se mira un bosque; yo he inventado el poema movimientista, recital con movimientos primitivos, como no se había hecho hasta entonces".

Para Reina Palazón, la publicación de libros como Cabaret Violtaire y Dadá Zúrich resulta particularmente oportuna "para el momento poético español actual, donde se buscan nuevas tendencias, la superación de lo que ya se ha hecho, una poesía que no se acoja tanto a la realidad sino que viva de su propia experiencia lingüística. Sin embargo", concluye con temor, "creo que la alienación social y el malestar histórico son tales que muy difícilmente podrá la poesía ofrecer una trascendencia alentadora".

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