Huelva

El carro en la historia de Huelva (I)

Nada tan popular, tan puramente choquero, como los carros en esta bendita ciudad abrazada por dos ríos. Son suyos, particularmente suyos. Nuestra capital, sin carros no podía concebirse.

Eran los carros en la Huelva de hasta los años cincuenta del siglo pasado una nota de color vivísima, clásica, entrañable, insustituible. Circulaban por nuestras calles decenas de ellos más o menos deteriorados, más bien más que menos deteriorados, al margen de igual número de coches de caballos llevados por escuálidos Rocinantes. Pero, comencemos por la génesis. Los carros están vinculados a nuestra historia desde que estábamos encuadrados en una extensa zona llamada Tartessos. Así, como pieza importante de aquella cultura, citemos el carro tartéssico.

A lo largo de las centurias los carros fueron útiles en una Huelva rodeada de vegas ubérrimas y muy dadas a la pesquería.

En los siglos XVIII y XIX, hasta 1842 (fecha en que contó nuestra entonces villa con la primera plaza de toros de madera), los carros se ensamblaban con tablas y se constituían en circunstanciales plazas donde toreaban los mozos, y es posible que algún foráneo de prestigio.

En los siglos citados, los carros prestaban útiles servicios, pero no debieron ser muchos, ya que en los últimos años del siglo XVIII e iniciales de la siguiente centuria sólo había un carpintero de carretería. Así, en el Poder especial de Miguel Ramos a Estanislao Codino, otorgado el 26 de septiembre de 1811 ante Diego Hidalgo y Cruzado (Folio 91, número 417) podemos leer:

"A don Estanislao, que vive en Cádiz, para que solicite de los poderes el que se pueda labrar el servicio toda vez que su madre es viuda y tiene un hermano sirviendo y, sobre todo, haga constar fue el único carpintero de carretas y demás utensilios de la labor que había en esta vecindad…".

En 1833, con la constitución de Huelva en capital de provincia comenzaron a surgir obras importantes, lo que conllevaba tener una flotilla de carros preparadas para rendir a tope para el logro de las mismas y para mejorar algunos servicios municipales.

A través de la sesión municipal del 10 de enero de 1862, advertimos que los carreteros se habían constituido en un Gremio

"Visto una instancia que presenta don Juan Andrés Gómez y Pedro Toscano a nombre de varios carreteros todos vecinos de esta capital con fecha 11 del que corre solicitando sea reglamentado el servicio que prestan en el muelle de esta villa y, en su vista, se acordó quede pendiente a tratar sobre este particular en otra sesión".

Los gremios en el siglo XIX al honrar a sus santones patrones imprimían una libretos con las alabanzas de los mismos. Y así los joyeros y plateros lo hacían con San Eloy; los agricultores con San Isidro y San Galderico, los cocheros y carreteros tenían su festividad en el día de San Antonio Abad…

En la sesión del 15 de septiembre de 1865, se acuerda que el servicio público de las carnes se realice con un carro digno:

"Considerando el Ayuntamiento la conveniencia de que las carnes para el consumo público se conduzca con todo el aseo que se requiere desde la casa Matadero situada en la calle Silos, -añadimos nosotros- a las tablas y vayan expuestas a la vista del vecindario, desapareciendo el repugnante aspecto que representan hacinadas en un serón donde se acostumbra a conducirlas actualmente, se acordó invitar a los tratantes de carnes, don Manuel Peláez, don José Cordero y don José López y Ortiz para que construyan entre todos un carro con condiciones a propósito para destinarlo a dicho objeto, adelantando los fondos necesarios si lo necesitaran…".

Días más tarde y ante la imposibilidad de que los carreros que trasladaban las carnes les fueran imposible disponer de dos carros nuevos y de mayores dimensiones, José García Ramos se dirige al Cabildo exponiendo sus condiciones económicas:

"Se dio cuenta de una instancia de don José García Ramos manifestando que, habiendo llegado a sus noticias de que el Ayuntamiento trata de establecer un carro para la conducción de carnes desde la Casa Matadero a las tablas y otro carro para que diariamente se recojan las basuras o estiércol de las casas, deseoso de que, ayudado a poner en ejecución esas disposiciones administrativas propone hacerse cargo en verificar ambos servicios bajo la base siguiente: Que el Ayuntamiento lo dé provisto de atalajes y demás enseres de las carnes desde la casa matadero a las tablas abonándosele seis reales por un viaje diario y cinco cuando exceda de dos. Igualmente se obliga a recoger diariamente el carro constituido al efecto por el Ayuntamiento y que todos los arreos de la basura o estiércol que los vecinos le entreguen haciéndolo el exponente suyo en permiso de su trabajo; pero el Ayuntamiento le ha de dispensar en este caso toda su petición obligando y ordenando a los vecinos a entregar su estiércol periódicamente cada ocho días si no quieren hacerlo diariamente, éste debe verificarse periódicamente en carros bien acomodados y prohibiendo efectuar en caballerías serones para evitar el derrame por las calles y obligándole a quien no tenga medios de hacerlo así entreguen su basura al conductor del carro destinado al efecto".

Como "las cosas de Palacio van despacio"…, por fin, en la sesión del 20 de febrero del año siguiente podemos leer:

"Se acordó se aprueben dos carros para la conducción de carnes y recogida de basuras…".

Pero, se hizo con este servicio José García Ramos. Sí, a juzgar por la referencia que aparece en las Actas Capitulares del 23 de septiembre de 1867:

"Se hizo presente que don José García Ramos, contratista de los carros de carne y basura destinados para el servicio público, hace días se ha presentado pretendiendo se le devuelva el depósito de mil reales de vellón que contribuyó para la subasta puesto que en una de las condiciones se establece la devolución luego que otorgue la subasta competente a plena satisfacción del Ayuntamiento".

En la segunda mitad del siglo XIX, estampa típica de nuestra ciudad era ver cómo los asnos o caballos uncidos a los solemnes carros de las verduras tiraban con denuedo, con valentía, hasta que quedaban extenuados, llevando los productos que la diosa Ceres ofrecía (rábanos, tomates, patatas, etc.) a la Glorieta de los Mercaderes. Más tarde (1866) al Mercado del Carmen y de Santa Fe (1904) y finalmente (inicios de los años 50 del siglo pasado) a los enclavados en los Barrios de la Merced y San Sebastián.

Daba la impresión de que soportaban tanta carga en un intento de merecer el aprecio de sus paupérrimos amos. Y, además, eran y son sobrios como espartanos. Así, una gavilla de hierbas, unas cuantas algarrobas o varios puñados de gramíneas bastaban para que recuperaran las energías perdidas y comenzaban, al día siguiente, la ruda tarea con mayor decisión y empeño.

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