Huelva

Dorantes, el reto de una nueva tradición

Hacer música en medio de la naturaleza inspira y enriquece. Nerva ha tenido la ocurrencia de habilitar un viejo yacimiento de la Peña de Hierro para cultura al aire libre bajo el título Noches de música a la luz de la mina: emplazamiento antecedido por un mirador que permite la sobrecogedora panorámica de una cuenca salteada de vegetación que se hunde en las oscuras aguas del Tinto. Vivencia única en los aledaños de un concierto, cuando los tonos rojizos y pardos se acentúan al atardecer. El auditorio ha sacado provecho del entorno manteniendo incluso los árboles que delimitan al escenario.

En la séptima serie de estos encuentros llegaba Dorantes con su Interacción para convencernos de que vivimos una época de fusiones, el rumbo de unos pueblos que han descubierto nuevas esencias al mezclarse indiscriminadamente. Asistíamos el viernes a un espectáculo palpitante y jugoso que llevaba esa fuerza de la Tierra que determina todo desde sus misteriosas profundidades. Dorantes engarzó con ingenio el flamenco, la música clásica y el yaz dosificando múltiples recursos que se moldeaban en una versátil percusión como énfasis a un lenguaje culminado por una bailaora que dio alas a la propuesta musical. De todo lo ofrecido lo más sobresaliente fue el tema interpretado antes de las palabras que el pianista dirigiese al público. Piano, percusión y baile lograron resultados espléndidos que se culminaron en la extroversión de la bailaora, que, en pleno frenesí, el color plateado de su toquilla contrastado con el rojo de la iluminación le dio el aspecto de un ave exótica.

El estilo de Dorantes abarcaba tendencias y géneros que contentan a muchos sectores del público; en un mismo tema se disfrutaba con variedad de elementos y formas integrados a la perfección. Distingamos por separado el flamenco, con ribetes melódicos a modo de relámpago y motivos en bucle muy acentuados; la música clásica, cuyos trazos beben de las fuentes de la rapsodia y el estudio y que nos evocan al Ravel burbujeante y al Strawinsky palpablemente yazístico. El yaz del artista sevillano se construye con frases cromáticas y notas que oscilan entre la consonancia y la disonancia, dejando algunos temas en suspenso. Pero el genio artístico necesita más, la música hay que zarandearla, ponerla del revés con tal de que su esencia desborde el corazón del oyente. Dorantes fue preparando el terreno para una exhibición junto al percusionista: una fugaz rapsodia sobre el teclado daría paso a un hermoso diálogo de ambos artistas; aquí bifurcó las posibilidades del "Steinway and sons" tocando con una mano del modo convencional y con la otra el arpa metálica. ¡Todo un banquete para los oídos!

Javi Ruibal contaba con un abanico de sonidos en la percusión que ponía ante el espectador el complejo mundo sonoro de algunos temas, donde el sosiego y el ímpetu se iban sucediendo alternativa y gradualmente. Úrsula López ya acaparaba la atención con variedad de vestimenta (según el carácter que la música demandara), que lució llevando un aire que servía para dotar al espectáculo de su dramatismo; no pasaron desapercibidas sus conclusiones al abandonar la escena con genial sutileza.

Démonos cuenta de cómo la Madre Naturaleza escucha al hombre y le responde: una brisa que meció la arboleda del auditorio tras una secuencia melódica de los primeros temas, sonido de fronda lejana cual suspiro hacia la mitad del espectáculo y choque del viento en los micrófonos justo al término de una obra con que aquello pareció tormenta u oleaje.

La sonorización no resultó propicia al piano: había números de una riqueza extraordinaria que resultaron enflaquecidos en un timbre sintético y sin lustre. De hecho, la conexión con el equipo producía un siseo muy perceptible.

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