Gente inteligente

Una buena oportunidad para educar a la infancia en inteligencia emocional con la muerte

Gente inteligente: Una buena oportunidad para educar a la infancia en inteligencia emocional con la muerte

Llámelo como quiera: día de los muertos, festividad de Todos los Santos, Halloween o Samaín, la fiesta celta que según muchos estudios da origen a toda la parafernalia hollywoodiense que llena esta noche las calles. Da igual. Lo cierto es que todas las culturas marcan en el calendario alguna festividad parecida en la que conmemoran la vida recordando y mostrando respeto a quienes ya no están en ella.

Sea como sea la plástica de la fiesta o la forma de celebrarlo, lo que ocurre en cada una de esas culturas, y cada primero de noviembre en España, es también una oportunidad anual para tomar conciencia de “la insoportable levedad del ser”, que dijo Milan Kundera. Y aceptar la certeza irremediable de la muerte es otra forma de fortalecer nuestra inteligencia emocional.

Es una oportunidad, además, no sólo para usted, persona adulta que lee este artículo en este momento, sino para todas esas pequeñas personitas que le rodean, de cuya relación con la muerte y su capacidad de aceptar los cambios inevitables dependen muchas de sus futuras felicidades o infelicidades. Y en esto último me quiero centrar hoy.

Lo que viene a continuación son sugerencias reversibles, de ida y vuelta, es decir, que le valen también para empezar por usted frente al espejo.

Naturalidad ante todo

Si tiene menores a su cargo, le propongo que aproveche las costumbres de este día, como puede ser la visita a los cementerios o el recuerdo de personas que ya no están, o las películas propias de estas fechas llenas de alusiones a la muerte, para hablar con naturalidad del hecho inexorable de que somos seres finitos. Seguro que le resultará más fácil que tener que hacerlo con la intensidad emocional de una muerte cercana, y en ese momento, si llegara, se alegrará de haberse adelantado.

Por error, muchas veces pretendemos ahorrar a los niños y las niñas cualquier fuente de sufrimiento. Hay una tendencia incluso a edulcorar los cuentos tradicionales. No lo haga. La tristeza de la pérdida es, como todas las emociones, una palanca de crecimiento que fomenta en la infancia el desarrollo de la empatía, la compasión y la resiliencia.

Eso sí, no se enfrente a esta conversación que le propongo sin haberse chequeado usted primero. Reflexione antes cuál es su propia relación con la muerte. No querrá transmitirle sus propias inquietudes. Intente adelantar qué preguntas podría hacerle esa personita a la que quiere preparar, y defina previamente un mensaje claro. Quizás sea el mensaje de que la vida es así de valiosa justo porque se acaba; o el de que la familia es importante porque siempre tendremos a alguien cerca; o quizás quiera transmitirle sus creencias religiosas… Sea como sea, no inicie esa conversación sin haber gestionado sus propias emociones.

Y una vez reflexionado el tema, y hablando con naturalidad en un contexto libre de emociones intensas, tenga en cuenta estas premisas.

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Explore lo que el niño o la niña ya sabe la de muerte. La ha visto ya de muchas formas en videojuegos, en películas, en cuentos o en su entorno cercano, y quizás tenga una idea poco realista. Pregúntele sobre algún caso conocido, ya sea real o de ficción, y deje que le cuente su visión de la muerte hablando de terceras personas, de familiares de amistades, por ejemplo, o de animales o personajes de sus series favoritas. Así le será más fácil.

Adecúese al nivel madurativo de la niña o el niño. El concepto de irreversible o permanente es complicado, sobre todo para las edades más tempranas. Además, tiene referencias desvirtuadas como superhéroes que resucitan o avatares de videojuegos que recargan vidas. Y aún más difícil le resulta pensar que eso de la muerte le pueda afectar a alguien cercano y querido. Tenga paciencia. A medida que madure lo irá comprendiendo.

Hable de forma clara y simple. Y ya de paso, también breve. No edulcore el hecho de morirse con eufemismos como “está descansando”, “se ha ido de viaje” o términos parecidos. La mente infantil piensa en términos concretos, así que dele eso. Hable de forma precisa, sin abusar de las metáforas. Un enfoque biológico puede ser una buena opción, es decir, relacionar la muerte con las cosas que ya no se pueden hacer después. Por ejemplo: “cuando una persona muere, ya no puede caminar o hablar”, o “una mosca cuando muere, no puede volar”.

Dé espacio a las preguntas. Cállese y permita que le pregunte todo lo que le inquieta. Y tenga en cuenta que quizás no será de forma inmediata. Necesita su tiempo para digerir lo que le acaba de contar. Así que esté asequible, porque lo mismo espera un tiempo para sacarle otra vez el tema. Preste atención a sus estados emocionales.

Dele seguridad. A medida que las niñas y los niños interiorizan el concepto de la muerte, lo más habitual es que sientan desamparo y miedo. Es especialmente evidente en los más pequeños cuando preguntan si su papá o su mamá también van a morir, o los abuelos... Sea cual sea la pregunta, busque la preocupación que hay debajo: ¿miedo a quedarse sola o solo?, ¿a no tener a nadie que les cuide? ¿A perder su casa o su cole? Pregúntele directamente, ¿qué te preocupa por eso? Y tranquilícele, sin mentiras: “es muy probable que no ocurra, porque falta mucho tiempo, pero si ocurriera, está toda la familia para seguir cuidándote”, o “voy a estar contigo todavía mucho tiempo casi seguro, hasta que ya no me necesites, pero si no fuera así lo dejaré todo preparado para que estés bien”.

El miedo a la muerte es natural, y muy útil casi siempre, porque nos pone en guardia. Y la tristeza es la antesala del fin de cualquier duelo, para llegar a la aceptación. El problema está en la incapacidad para aceptar lo irremediable, porque los cambios inevitables que no aceptamos nos hacen sufrir mucho más. Por eso, ayudemos a quienes más queremos a afrontar estos cambios de forma emocionalmente inteligente. Por su bien, y por el nuestro.

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