de seda y oro

El sueño de una tarde de 'verano'

  • Entusiamo desbordado, los dos actuantes a hombros, un sobrero de regalo, y tres horas de festejo enmarcan la fugaz reaparición de Espartaco con motivo de la corrida Pinzoniana celebrada ayer en Palos de la Frontera.

ENTUSIASMO desbordado, los dos actuantes a hombros, un sobrero de regalo, y tres horas de festejo enmarcan la fugaz reaparición de Espartaco con motivo de la corrida Pinzoniana celebrada ayer en Palos de la Frontera. Que no fueron cuatro, sino cinco, los bureles que el de Espartinas lidió ayer tarde. Decir que sin despeinarse sería mucho decir, porque el esfuerzo lo llevó por dentro el torero, pero hubo fondo suficiente como para solventar con la casta que siempre le caracterizó una actuación en la que se enmarcan desde las dudas con las que afrontó la lidia del primero de la tarde hasta la torería con las que se entresacan muchos buenos pasajes ante un buen toro de Juan Pedro, tercero en saltar al ruedo, an te el cual Espartaco mostró lo más brillante de su actuación.

Faena de mucha calidad por ambos pitones ante un ejemplar serio de presencia que se quedó con buen son ante la muleta del sevillano. Toro para la confianza. Para afianzar una tarde de mucho compromiso. El juampedro empleó bravura y nobleza para seguir la muleta y Espartaco se quitó de en medio las dudas de su primero y corrió la muleta con largura y ligazón por ambas manos. Bastó media estocada en todo lo alto para que el toro doblara y el torero afianzara en su esportón dos legítimos trofeos.

Dos más llegarían ante el cuarto. Salió paradito el juampedro, sin celo, pero dejando la impronta de una embestida vibrante cuando se decidía a ir para adelante. Espartaco lo tanteó en el comienzo de faena con muletazos sueltos hasta que finalmente el jabonero soltó lastre y se ajustó a embestir con más presteza a los engaños. Faena seria ante un toro de juego interesante y nada fácil, al que Espartaco terminó por enjaretarle una faena llena de oficio y de mucho sabor con el remate de una buena estocada.

Debía abrocharse todo cuando el sexto saltó a la arena, pero allí no se entendieron toro y torero, e incluso el desacierto con los aceros agravó aún más la falta de lucimiento. No era el final pensado y Espartaco se atrevió con el quinto, un buen toro de Albarreal con el que el de Espartinas escuchó los oles más profundos e intensos de toda la tarde cuando jugó con gracia los brazos en el capote. Vibrante faena la que llegó después de que se jugaran el tipo con gallardía en banderillas Contreras y Muriel, dos hombres de Huelva.

Estuvo torero el sevillano en una faena muy en el tono de su toreo de siempre. Relajada la planta y mostrando la muleta para que el de Albarreal la siguiera con mucha nobleza en sus embestidas. Entrega total del torero y apoteosis en el tendido. Ese sí era el final soñado, más aún cuando el tercer pañuelo asomó al palco y Espartaco paseó por el albero los máximos trofeos.

El otro triunfo, honesto, trabajado y de colofón brillante, lo puso Andrés Romero frente a dos toros de diferente condición de Luis Albarrán. Bravo y codicioso el primero, al que le cuajó una soberbia faena en todos los terrenos. Con el poderío de tener que luchar el triunfo con dos toros. Los dos últimos de una brillantísima temporada que pedía a gritos que la tarde fuese también de triunfo. Se quedó por el camino el esfuerzo cuando el rejón no remachó la certeza de todo lo bueno que hubo.

Y otra vez Perseo. Otra vez el volver a comenzar todo como si fuese todo el inicio. Como si esas cicatrices de guerra que llevan sus caballos después de tanto esfuerzo no debieran diluirse por desagüe de la ausencia de trofeos porque de la oscuridad, donde Andrés se metió con su montura, saltó un toro sin celo para seguir al caballo.

Conquistador devolvió a la lidia el sentido del triunfo cuando quebró con gracia torera, en dos lances suaves, sin querer hacer daño al oponente. Más allá de todo, en pleno fragor de la batalla contra un toro que no quería, surgió la confianza de esos terrenos inverosímiles que marcó Guajiro, poniendo los vellos de punta a toda una plaza cuando se plantó delante del de Albarrán y esperó la señal de Romero para irse con todo el corazón por delante a levantar de sus asientos a toda una plaza. Esa plaza que después le arrancaría al palco dos orejas muy legítimas.

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