Balcón de Sol

José García-Carranza

Divisa negra por un señor de Sevilla

Habría que preguntarse por qué las figuras se apuntan a estas corridas y rehúyen las anteriores

Uno de los toros de Juan Pedro Domecq con la divisa negra.

Uno de los toros de Juan Pedro Domecq con la divisa negra. / José Angel García

LA expresión del luto en las corridas de toros es una costumbre antigua en la fiesta. Ya en el siglo XIX los toros de Miura lucieron divisa negra por la muerte del Espartero. Los Gallo, Rafael y José, vistieron de luto toda una temporada, con traje negro y azabache, tras la muerte de su madre la señá gabriela. Las ganaderías, en general, siguen manteniendo esa costumbre; los toreros, por el contrario, ya no se suelen vestir de luto y lo han sustituido bien por una cinta negra en el brazo o un emotivo brindis al cielo. Don Juan Pedro Domecq, gran ganadero y aficionado de estirpe, tuvo el detalle de que ayer sus toros llevaran la divisa negra en recuerdo de Ramón Ybarra, gran aficionado y amigo íntimo de la casa, recientemente fallecido. Un detalle que aquellos que conocimos y apreciamos a Ramón, un señor en toda la extensión de la palabra, nunca olvidaremos.

Desgraciadamente, los toros de Juan Pedro no dieron el juego que a Ramón le hubiese gustado y, seguro, al ganadero ofrecérselo póstumamente. La corrida, terciada y chica, fue mansa y descastada en todos los tercios y si bien fue noble y no desarrolló peligro su falta de fondo no permitió lucimiento alguno. Habría que preguntarse por qué las figuras se apuntan a este tipo de corridas y rehúyen corridas como las pasadas. Fue una tarde de detalles sueltos. Morante nos deleitó, en su primero, con una faena plena de torería.

Mucho se ha alabado su capacidad, valor y arte. Yo resaltaría también su variedad y torería. Ayer, en su primero, el único que medio se dejó, inició la faena en el tercio, con unas trincheras que eran carteles de toro, para a continuación, entre pase y pase, aprovechando las suaves y cortas embestidas del toro, dar pases por alto, ayudados por bajo, molinetes, pases del desprecio o, ya al final, un macheteo por bajo con indudable sabor antiguo. Tenían todos estos pases claro sabor gallista pero yo me acordaba no solo de José sino también de Rafael, y, sobre todo, de su padre, Fernando, del que decían que aprendió todas estas suertes como banderillero del gran Lagartijo y se las transmitió a sus hijos.

Pablo Aguado, la nueva ilusión de Sevilla, nos deslumbró con unas verónicas llenas de ritmo rematadas con una media echándose todo el toro por delante para después llevar el toro al caballo con unas suaves chicuelinas. A mí Aguado me sigue recordando mucho al toreo sevillano de los años 40. A Pepín, Manolo González, los Bienvenida y, por qué no, incluso el propio Pepe Luis. Ahí es nada. Su toreo no es poderoso, ni profundo, ni arrebatado o sentido, pero es elegante, natural y posee lo que Dios solo da a los elegidos: el temple. Tiene todas las cualidades para ser figura del toreo. Esta temporada es clave para él. Ahora tiene que decidirse a dar el paso o quedarse en aquella figura que pudo ser y nunca lo fue.

Manzanares, dispuesto, se estrelló con un lote imposible. Para poco más dio la tarde. Saludó, montera en mano, Curro Javier tras dos grandes pares cuadrando en la cara. Me gusta la suerte de banderillas y no entiendo por qué las figuras, algunas como Morante excelentes rehileteros, no la realizan con más asiduidad. No me resigno a no ver a Morante poniendo un par en Sevilla, como hacía su admirado Gallito.

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