La esquila

La imagen que damos

El Perdón por el paseo del Conquero.

El Perdón por el paseo del Conquero. / JOSUÉ CORREA

No será la primera vez ni la última que reflexionemos sobre el concepto que se tiene de los cofrades desde fuera. Dicho de otro modo: qué piensan de nosotros aquellos que no pertenecen a las cofradías.

Desde mi punto de vista, se trata de una de las grandes asignaturas pendientes de las hermandades, ya que hemos de asumir que la representación que tienen de nuestro colectivo es, en general, negativa. Por ello, sería interesante pensar en las posibles causas.

Por un lado, se trata de una imagen injusta. Conozco a muchas personas, creyentes, que no pisan nuestros templos porque no sé qué creen que hacemos en ellos. Jamás vendrán a misa a la capilla de una hermandad pensando que quizá el Señor que está en el sagrario no es el mismo que el que se encuentra en cualquier parroquia.

Hay también una costumbre muy dañina de mirarnos por encima del hombro, desde una superioridad moral que no sé quién la otorga. Las cofradías están formadas por personas, y, como tal, sujetas a todos los vicios y virtudes de cualquier colectivo. Tomando prestadas las palabras de Terencio, nada humano les resulta ajeno. Pero claro, es muy cómodo censurarlas desconociendo la complejidad que conlleva la gestión de un grupo movido por pasiones y voluntades (ojo con esto) totalmente altruistas. Aquí todos estamos por amor al arte; es más, nos cuesta el dinero.

“Qué mal están las hermandades”, nos dicen. ¿Y qué está bien hoy? ¿Miramos el mundo de la política? ¿Y el de la empresa? ¿Cómo está la sociedad, en general, pandemia aparte? Pongan un informativo y díganme qué funciona en el panorama que nos presentan. Las hermandades no dejan de ser un reflejo más de la sociedad actual. Un mundo que a veces parece que se desmorona.

Ahora bien: hemos de ser autocríticos y no conformarnos con irnos al traste porque flotamos en un gran barco que se hunde sin remedio. En ocasiones, parece que nos esforzamos por dar una imagen que no es real de las hermandades. Esto, que quizá provenga de otra virtud (la de ser colectivos abiertos a todos, sin distinción), desvirtúa la imagen que ofrecemos a la sociedad y carga de razones a aquellos que no quieren nada con nosotros.

Este año tenemos una oportunidad de oro. Dentro de la enorme tristeza que supone no ver a nuestros titulares por las calles, cosa de la que no debemos avergonzarnos jamás, podemos con nuestro testimonio dar la altura real del colectivo. Durante estos meses, las cofradías han sido un ejemplo de prudencia al no entrar en el juego de qué pasará la próxima Semana Santa. Todos, o casi todos, sabíamos que este año las hermandades no saldrían.

Hagamos de la necesidad virtud y estemos en los templos, dentro del orden que establecen las autoridades, primero adorando al Señor en estos días tan importantes, y luego acompañando a nuestros titulares. Sin aspavientos. Con madurez y desde la fe. De verdad.

Las cámaras buscarán la imagen del hermano que llora desconsoladamente, pero hemos tenido todo un año para saber que este año sería así. Nuestra historia se escribe en siglos y las hermandades han superado episodios peores. Más pronto que tarde, las puertas de San Pedro se abrirán y Jesús saldrá del templo para entrar triunfalmente en la Jerusalén onubense. Mientras tanto, ánimo a todos y que aprovechemos estos días.

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