Semana Santa

La fuerza del sentimiento

El Cristo de la Buena Muerte saliendo de la iglesia de las Agustinas.

El Cristo de la Buena Muerte saliendo de la iglesia de las Agustinas. / Alberto Domínguez

¿Por qué el invierno engendra la Primavera y la Cuaresma, la Pascua? ¿Por qué el pecado puede llevarnos a la gracia como la noche a la aurora? ¿Qué motor engendra este dinamismo? Agustín llamó al hombre “un caminante de deseos” y yo me atrevo a añadir “cargado con una mochila llena de sentimientos”.Año tras año contemplamos el devenir de la naturaleza y, año tras año, nos asomamos al misterio de la vida de Cristo en su recuerdo a través de la liturgia, que es su actualización.

Preguntas, recuerdos, miradas… ¿Qué esconden dentro sino aquellos sentimientos que mueven la vida? Y nos asomamos, buceadores inquietos, al océano donde contemplar esas maravillas que nos atraen. Y entramos en ese “modo de admiración,” que nos acerca al sentimiento religioso, ese que llevamos en nuestras mochilas como la más rica herencia de nuestros padres.

Cuarenta años vagaron los israelitas por el desierto en busca de la tierra prometida. Esa tierra había entrado ya en su corazón desde que, en él, recibieron la promesa de los labios de Dios, pero les faltaba recorrer su camino con la fidelidad del día a día en el esfuerzo, en la ilusión y en el “codo a codo” fraterno que abraza el gozo y el dolor.

Somos caminantes en la autopista del devenir del tiempo y necesitamos experimentar que ese tiempo está vivo con sus estaciones y sus días; por eso la Iglesia nos regala el fluir de lo divino en nuestra historia porque, en ella, Dios se ha hecho hombre con nosotros en su Hijo Jesucristo.

Entramos en la Cuaresma con la experiencia de Jesús en el desierto. Allí vivió la dureza del hambre y la sed, de la soledad y el miedo, del temblor del corazón, de la turbación de la mente y de la desorientación de sus pasos… Allí, sencillamente, vivió la experiencia de ser hombre, tentado y abocado a la soberbia o a la desesperación. ¡Cuarenta días palpando el sentir de la carne y la sangre!

Después, la luz de los ángeles. ¡Ya está preparado para encaminarse a la Pascua! Bendecido por el Padre en su bautismo, fortalecido por la prueba en la tentación, acompañado por el Espíritu, se encamina a predicar el Reino de Dios, comenzando su paso, su Pascua de entrega salvadora, entre nosotros. Esos tres años anticipan el triduo de su Pascua, esos años anuncian la Vida nueva que acunarán las entrañas de la tierra en aquellos tres días de siembra: “Si el grano de trigo no muere…” (Jn 12, 24).

La oración, como alimento; la caridad, como tarea; el ayuno, como dominio de nuestro yo pecador, son los medios que la Iglesia, recordando la experiencia de Cristo, pone en nuestras manos para vivir con Él la preparación para la Pascua.

Solo del corazón y de sus sentimientos más profundos brotarán esos deseos de ser, en este tiempo de gracia, “otro Cristo” que se prepara a su gran hora.

Desde ya, Él nos cita para su Semana Santa. Vamos en su compañía, pues, no en vano, ser cofrades significa ser hermanos en comunión.

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