Semana Santa

Se estrenaron el sábado con su buen viaje

Son trillizos; María, Manuel y Jesús cuentan 12 primaveras. Son tres niños maravillosos en su sentimiento transmitido por sus padres y heredado con ensueño y destreza en el valor cofrade, sin aspavientos ni vanidades y con pleno sentido devocional en función -claro está- de la edad que tienen. Desde hace días no hablan de otra cosa, les gobierna casi con vehemencia la ilusión porque se estrenan como monaguillos en el cortejo litúrgico del traslado y de la procesión gozosa del Santísimo Cristo de Jerusalem y Buen Viaje que tendría lugar el pasado sábado, en conmemoración del 75 aniversario de su incorporación a la señera hermandad mercedaria.

Son mis sobrinos, qué quieren que les diga, y seguro que a mí me hubieran transmitido esta ilusión con favorable facilidad por mi parte, pero es innegable que cualquiera que les vea decir a todo aquel que ven y conocen que "el sábado salimos de monaguillos con el Buen Viaje", podrá empaparse con meridiana claridad de ese sentimiento felicísimamente contagioso que, en definitiva, nos puede hacer pensar a todos.

No sé si a su padre le va a gustar que lo diga pero ellos también saben que cada una de las cantoneras de la nueva cruz que el Cristo de Jerusalem y Buen Viaje portó de estreno, llevaban su nombre inscrito.

Pues bien, lejos de permanecer absorto en esta contemplación que podría ser baladí, quiero hacer mención expresa al desborde de ilusión con el que vivían este momento, la ilusión grave que constituyó para ellos, apartados de todo conflicto ajeno a la verdad que somos, estos momentos maravillosos e inolvidables que están gravando en sus vidas. Qué tal si por una vez aunque sea, aprovechándonos si quieren de que estamos en Cuaresma y, como sabemos, es tiempo de meditación y de reciclaje personal para disponernos con esa ilusión grave, procuramos sacar la cabeza del remolino de agua, de la rueda en la que estamos siempre sumergidos, sin ser capaces de ver más allá de lo que está dentro de ella, para precisamente mirar las cosas con otro prisma, con otra altura que nos ayude a crecer en todo lo mucho que ya somos, aglutinándonos en lo que nos une que es muy grande, pero que podría serlo mucho más si adoptáramos posturas de grandeza y nos apartáramos un poco o un mucho del torbellino del que nos cuesta salir para intentar agrandar nuestra postura, que nunca se consigue -a los hechos me remito- intentando limitarnos tan solo a caer encima del que primero nos insta.

Que conste que no me dirijo solo a los dirigentes de nuestras hermandades, que también. Me dirijo a todo el que conoce, siente, vive, padece, goza y participa de nuestra tantas veces centenaria tradición religiosa, -sí, religiosa-, que desde su mucho sobrevivido y lo mucho que sobrevivirá más allá de nuestros defectos y de los devaneos sociales, que igual o peor que nosotros, no ven más allá de la disputa absurda, para contar los tristes logros que ni siquiera lo son aunque ellos se lo crean, nos toca a todos hacer crecer cada vez más y cada vez con mayores dificultades.

Perdónenme pero yo me quedo con la sublime inocencia de esa ilusión y que cada quien quiera se apunte.

Manuel, Jesús, María: chicos, no dudéis nunca en el amor al crucificado. Quedaos con su sufrimiento pero también, mucho más, con la gran ilusión de Jesús en su Buen Viaje para hacernos la vida mejor a nosotros. Quedaos con su bondad, con su grandeza, con su testimonio limpio y fuerte, y que la vida os sonría todo lo mucho que os merecéis desde vuestra ilusión que al Pequeñito de la Catedral pido que no os abandone nunca.

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