El día de la buena estrella
La Semana Santa es un lugar de encuentro donde darnos a los demás
SI el buen cristiano siempre tiene una gran sonrisa dibujada en la cara puedo decir, sin miedo a equivocarme, que debo de estar en la misma Gloria. Porque tras hablarle a Huelva sobre la Semana Santa de sus devociones me siento tremendamente feliz. El pasado Domingo de Pasión me sentí libre, me sentí desprendido, me sentí austero, me sentí rendido ante una Huelva cofrade que vivió conmigo las emociones que me sacuden cuando hablo de esos momentos íntimos que todos compartimos junto a nuestra gente y con nuestras convicciones y valores, siempre con las hermandades de por medio.
El Gran Teatro de las devociones, allí donde se exponen los miedos y esperanzas de los onubenses que tenemos la oportunidad de pregonar la Semana Santa de nuestra tierra, será para siempre un lugar especial. Sobre sus tablas tuvo lugar un desencuentro y una reconciliación que me dejaron exhausto, tras una hora y cuarenta minutos de derrame sincero. No pretendí gustar a todos, pero sí intenté que todos comprendieran que nuestra Semana Santa es, por encima de todo, un lugar de encuentro donde darnos a los demás.
El 13 de marzo de 2016 tuve la enorme fortuna de sentirme querido como pocas veces lo he sentido. Y agradezco sinceramente todas esas palabras que me llevaron en volandas hasta el pregón y que fueron el bálsamo necesario para curar las heridas del camino mientras lo escribía, donde las noches no fueron siempre estrelladas.
Todo lo vivido me ha hecho más fuerte, me ha mostrado aquello que es importante, y me ha zarandeado una fe que siento más mía que nunca. Mi voz me condujo de la oscuridad de las dudas a la luz de la buena estrella que todos atesoramos. Y el aplauso de Huelva me arropó en el último instante ante el final del camino.
Aquello que le dije a Huelva forma parte ya del pasado, aunque aún resuene en la cabeza de los buenos cristianos y aunque las hermandades lo hagan presente en la Semana Santa. Siento aún como las últimas notas de Estrella Sublime me calmaban el espíritu y me aceleraba el pulso, escucho como La Saeta del Silencio hablaba de Calvario y como lo hacía del Prendimiento la marcha Silencio Blanco. Cada uno de los onubenses que habitáis en mi corazón lo habéis dejado maltrecho por tanto piropo enviado. Muchos de vuestros testimonios han sido para mí el mejor de los pregones que jamás pueda escuchar. En cada gracias, hay detrás, además de mi palabra, un sentimiento que me gustaría que os acercara a vuestras devociones con ánimo y espíritu renovado.
Siento que el momento en que me levanté de la silla para dirigirme al señor obispo y pedir su bendición es uno de los más maravillosos del mundo porque me encaminé a contar mi verdad a un auditorio dispuesto a escucharla. Por eso, gracias por hacerme sentir especial por unos minutos.
Pero ya todo lo dicho, soñado y escrito, es agua pasada. Es el momento de salir de las trincheras y tomar de la mano al hermano que lo necesita porque el poder de las cofradías es tan desmesurado en la capital que, por su dimensión, aún nosotros mismos no nos damos cuenta de la repercusión social que tiene todo lo relacionado con la Semana Santa.
Hay buenas estrellas en Huelva, aunque a veces no nos demos cuenta de ello. Deseo que lo que dije hace siete días en el Gran Teatro haya podido inyectar, aunque sea a una sola persona, la ilusión y las ganas de vivir esta Semana Santa. Deseo que hoy, y todos los días, salga a la calle con la expectativa de dejarse sorprender por la piel erizada al paso de un palio, que suena a bambalinas contra varales al son de La Madrugá.
Ahora es el momento de que Huelva dé el pregón. El mío ya pasó y dejó flores a la puerta de mi casa. Los onubenses de buena estrella cargarán los momentos que nos quedan por vivir para poder hacer el resto del año lo que nos pide la Iglesia. Rezaré por aquellos que no comparten las obras y el compromiso de la Misericordia para que se den cuenta de que encontrarán la paz si se la dan a los demás, como así dijo Santa Ángela de la Cruz.
Gracias y hasta siempre, Huelva. Me hiciste feliz y pintaste en mí una sonrisa para siempre. Es la hora de vestirnos de nazarenos, de costaleros, de acólitos, de músicos y dar lo mejor de nosotros mismos para enseñar nuestra devoción a Huelva. Me siento un pregonero con buena estrella porque así me lo descubriste el Domingo de Pasión.
En nombre de mi familia, de mis amigos y de mis hermanos del Prendimiento. GRACIAS. Nos vemos en la calle, en los templos y en las casas, en el tiempo efímero y en el eterno. Ahí me encontraréis, al servicio de Huelva y de mi fe.
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