la palma del condado

El sonido rociero de El Tormenta

  • Antonio Martínez es uno de los pocos artesanos en la fabricación de tamboriles y panderetas

  • Sus trabajos son reconocidos por su sonido inconfundible que mantiene como seña de identidad

Es el sonido más característico de nuestras romerías. En forma de tambor o pandereta su percusión anuncia fiesta y evoca el patrimonio etnográfico de una tierra como Andalucía. En La Palma del Condado Antonio Martínez Pinto, más conocido como El Tormenta, es uno de los pocos artesanos que aun pervive en el negocio construyendo con sus propias manos sendos iconos de nuestras fiestas.

Sus trabajos son reconocidos por ese sonido inconfundible que ha sabido depurar y mantener como seña de identidad. En cualquier caso, cada vez son menos las personas que deciden pagar el plus que comporta realizar una pandereta o un tambor artesanal. No todos saben apreciar que tienen entre manos no sólo un instrumento de percusión, sino un producto mimado en todas las fases de producción que suena de manera inconfundible.

El palmerino es un digno sucesor de su padre en este oficio artesanal

En su taller nos muestra los detalles que hacen únicas sus creaciones. La construcción del tamboril rociero no guarda una ciencia compleja, ni el tampoco se escuda en supuestas recetas mágicas. La sapiencia del artesano es la clave. De sus conocimientos depende que su característico sonido suene limpio y sin estridencias; a la par que intenso y flamenco, lleno de cuerpo y fuerza; capaz de mantener su impronta y personalidad en medio de los palillos, las palmas, la flauta y las voces de los romeros.

En estos objetivos la calidad de la materia prima es esencial y, el de la piel del paño, en particular. El Tormenta trabaja con una enorme gama: cabra, cabrito y chivo. Martínez explica que "la de macho cabrío no ofrece buen rendimiento sonoro; posee un pellejo muy gordo" y eso lastra el resultado de la percusión. "Yo lo desaconsejo", si bien algunas peñas rocieras insisten en tener un tambor aprueba de bombas a costa de sacrificar la pureza de su característico sonido. "Quieren que haga ruido", y el cliente manda, pero no es la opción que recomienda.

En sus manos nos muestra la piel de una cabra costeña, de raza caprina española; de Málaga para más señas. Su piel es fina y aterciopelada, siendo estos dos de los elementos más anhelados en los parches que a uno y otro extremo taponaran la caja de resonancia.

Aun así, ahí quien le gusta personalizar su sonido. Hay quienes se decantan en sus preferencias por la piel de cabrito, por "los tonos altísimos que se logran con ellos. Su intensidad es el predilecto de los tamborileros de la Hermandad de Huelva. "Yo, por el contrario, -nos aconseja el artesano- prefiero utilizar la combinación de piel de cabra y cabrito, que brinda una alternancia sonora alto que, a mi modo de ver, es insuperable".

Esa pasión que destila El Tormenta al narrar su trabajo es el que buscan sus clientes, principalmente tamborileros profesionales, que saben distinguir el polvo y la paja, aquellos que tienen al instrumento como material de trabajo.

En cuanto a las cajas trabaja con dimensiones que van desde los 40 a los 48 centímetros de alto y parches de 38 y 40 centímetros de diámetro. Ha trabajado excepcionalmente con medidas más grandes que han ofrecido un rendimiento sonoro sin igual, si bien estéticamente no todo el mundo tiene el cuerpo para llevarlo. "En manos de un hombre que no supere el 1,80 metros de altura sólo se observaría tamboril", de ahí que los principales pedidos se ciñan a las medidas estándar.

Sin embargo, en contra de la opinión extendida de los profanos, el tamaño de la caja tiene una importancia un tanto relativa, pues hay tamboriles de cadete con parches de calidad que suenan con inusitada fuerza y brío.

Otro de los elementos más demandados por los clientes es que se utilicen anillas de cuero de cáñamo, sin remaches entrelazados, siguiendo así la antigua usanza. El objetivo es evitar el uso del metal que, a la larga, termina rayando la pintura de la caja. "He tenido clientes que me han pedido el tambor y lo han llevado directamente a licenciados en Bellas Artes para que les realizase unos dibujos de la carreta de su hermandad o la Virgen del Rocío", asegura. Obras de arte que sus propietarios pretenden mantener inmaculados y para lo que exigen que nada ponga en riesgo la pintura.

Con materiales nobles un tambor que se golpee con la fuerza adecuada "lo heredarán tus nietos". La afirmación no es gratuita y el artesano sostiene con orgullo el primer tambor que construyó su padre, el mismo que aun sigue brindando su característico sonido y rememorando la tradición de una estirpe familiar que sigue siendo sinónimo de calidad.

Su fama data de su padre que a fuerza de oficio y talento se labró un nombre en la región. Aunque el artesano vivía de la agricultura, los pedidos de tambores le llegaban desde toda la geografía andaluza e incluso de hermanos de la entonces asociación rociera de Bruselas. Atraído por el oficio de artesano, Martínez pasaban gran parte de su niñez en el taller de su progenitor, primero observando a su padre con denodado interés y jugando a construir sus primeros tambores. En la adolescencia pasó a ser el aprendiz y ya con catorce años tomaba la responsabilidad de ayudar a preparar las pieles. El relevo generacional fue cuestión de tiempo y cuando el padre se jubiló y las fuerzas comenzaron a flaquear, su hijo tomó las riendas de un negocio que mantiene por amor a la profesión, ya que el vive de la construcción.

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