¿Por qué la Virgen de La Bella de Lepe lleva miles de euros en el manto? El origen de una de las tradiciones más singulares en Huelva
La verdadera historia de esta singular tradición
Miles de personas reciben a la Virgen de la Bella en el puerto del Terrón en un regreso histórico a Lepe
En Lepe, indiscutiblemente, todo lo que tiene que ver con la Virgen de la Bella, patrona de la localidad, adquiere un valor especial. De ahí que las tradiciones que han acompañado los cultos de la Virgen hayan permanecido imperturbables a lo largo de los siglos, hecho encomiable en un pueblo en el que se ha perdido la mayor parte del patrimonio cultural y artístico en las últimas cuatro décadas.
Sin embargo, algunas de esas tradiciones, tan enraizadas en el tiempo, han desdibujado su primitivo significado y aún cuando se siguen repitiendo los ritos como un día fueron, hay casos en los que se ha olvidado su autentica razón de ser y tienden a verse, por el gran público, como algo fuera de contexto, chabacano y tosco. "Sin saber que con ello se está rememorando una tradición secular con un significado preciso y, a veces, hasta sorprendente", destaca la historiadora local Emilia Mendoza Beltrán.
Algunos de estos ejemplos son el traslado de la Virgen del Camarín al Altar Mayor el 7 de agosto, la Romería actual y, cómo no, los billetes que luce la Imagen el 15 de agosto en su manto.
Sobre esa cuestión, explica Mendoza, seguramente se habrá oído decir lo raro que resulta ver una procesión tan solemne con el manto de la Virgen punteado de dinero. Al escuchar ese comentario, cuenta, los leperos se suelen callar o responder que es una costumbre "de toda la vida". No obstante, detrás de esa conducta tan peculiar se esconde toda una remembranza de tiempos pasados que, haciéndose hoy de “otra manera”, busca la misma finalidad que ayer: aportar un donativo a la Señora en compensación por una gracia alcanzada o demandando alcanzarla.
De todos es sabido que la Bella no tuvo hermandad propia hasta el año 1954 cuando un grupo de leperos, al frente del entonces sacerdote don José Arrayás, fundan la referida Institución. Hasta ese momento, las ceremonias y actos relacionados con la patrona de Lepe eran organizados por el párroco con el apoyo del pueblo y de la hermandad de Nuestra Señora de los Dolores, que recogía en sus Estatutos la necesidad de asistir a los cultos y procesión de la patrona. Pero los gastos eran sufragados exclusivamente por sus fieles y devotos. A partir de ese año, será la hermandad la que asumirá esos asuntos.
Retrotrayéndonos más aún en el tiempo, cuando la Virgen estaba y daba nombre al Convento de El Terrón, eran los frailes franciscanos retirados en dicho cenobio los que se encargaban de todo lo referente a los ritos y a su ajuar, situación que no debió resultar demasiado complicado dado que durante los siglos que la Imagen permaneció entre esa congregación su devoción traspasó las fronteras estrictas del pueblo, propagándose por buena parte del occidente de la provincia de Huelva, el Algarve portugués, Extremadura y algunas áreas de Hispanoamérica. De ese modo, el cenobio se convirtió en un lugar de peregrinación, siendo esos peregrinos los que con sus limosnas y aportaciones sufragaban los gastos y cultos de Nuestra Señora.
Será más tarde, en 1835, con la desamortización de Mendizábal y con la llegada de la Bella a Lepe cuando el pueblo asuma, prácticamente en su totalidad, la parte material y ritual de las ceremonias de la Virgen. Y será entonces también cuando el párroco acopie el dinero necesario para costear la novena y la procesión. Con ese fin cada año, en los primeros días de agosto, el sacerdote se echaba a la calle con un burrito a pedir por las calles del pueblo; en este caso no se buscaba sólo dinero, sino además una pequeña parte de la cosecha. Así, cada lepero entregaba lo que podía: unos almudes de almendras, unos cuantos más de cebada, trigo, avena, melones, etc. Esos frutos, más tarde, eran vendidos y convertidos en metálico.
Junto a esa aportación en especie, las gentes tenían la costumbre de tirar algunas monedas a la “mesa” del paso durante el recorrido procesional. En un principio, esos efectivos eran “duros” de plata. Esa costumbre hizo que también muchos vecinos menos favorecidos económicamente ahorrasen, céntimo a céntimo, durante todo el año para, próximos al 15 de agosto, cambiarlos por una sola pieza y ofrecer a la Bella cinco pesetas de ese metal y, con ellas, dar las gracias por lo bueno que les hubiese pasado o pedir alguna intercesión. La costumbre continuó así, sin cambios, hasta la llegada del franquismo.
En ese momento, y debido a la acuciante exigencias de minerales surgidas por la guerra, el régimen retira prácticamente la totalidad de las monedas de curso legal quedando en circulación, tan sólo, una pocas de escaso valor, pues hasta las pesetas se acuñaron en papel. A raíz de esa situación, cuando algún devoto quería donar a la Bella una limosna de cierta cuantía debía hacerlo necesariamente en billetes, billetes, que, obviamente, no se podían tirar al paso desde lejos. Así arraigó la costumbre que hoy conocemos de sujetarlos con alfileres al manto.
Cabe señalar que, cuando la Hermandad percibió la necesidad de sustituir el tisú del antiguo manto por el terciopelo rojo que actualmente luce, la Junta de Gobierno de entonces intentó erradicar esta costumbre, evitando que se ensartase dinero en él. Para ello, dispuso en la procesión a algunos hermanos junto al paso, portando bandejas destinadas a recoger los donativos. El resultado no fue el esperado, y la mayoría de las personas se negaron a utilizar ese medio, prefiriendo seguir pinchando sus donativos como dictaba la tradición.
Así, de forma sutil, se consolidó definitivamente la vieja costumbre. Eso sí, reeditada y más visible por mor de la autarquía impuesta tras la guerra y, remozada con la llegada del euro, en un “sobremanto” con el cuño y colores de una moneda de curso legal vigente en más de veinte países de economía globalizada.
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