Oficios tradicionales | Garrafero

La maestría artesanal en canastas y fundas de antiguas garrafas de vino

  • José aprendió el oficio cuando era un niño y estuvo realizando cestas hasta los 19Los materiales son cañas de los arroyos, que originalmente provenían de Doñana, y mimbre de Cuenca

Entre los dedos de José Ligero se tejen cestos , canastas y fundas de garrafas.

Entre los dedos de José Ligero se tejen cestos , canastas y fundas de garrafas. / Josué Correa

José Ligero, de La Palma del Condado, es un hombre activo que se vuelca en realizar el oficio que aprendió de niño y ejerció durante su juventud. Ahora, tras recuperarlo hace unos años desde que se jubiló como albañil y se quedó viudo, José dedica sus horas a realizar cestos, canastas y fundas de garrafas de vino, entre otras labores.

En un solar que tiene cerca de su casa, se apilan los materiales para llevar a cabo la labor artesanal y en el techo cuelgan una treintena de cestas de diferentes tamaños. A un lado, en el suelo, las garrafas de vino de mayor tamaño están apiladas todas con su correspondiente funda de nea y mimbre, muy parecidas a las canastas, pero con una parte superior que estas últimas no tienen. La estampa recuerda a las bodegas de la zona de hace medio siglo cuando continuaba en La Palma un apogeo vitivinícola que se originó en las primeras décadas del siglo XX.

El artesano junto a las garrafas que acaba de terminar. El artesano junto a las garrafas que acaba de terminar.

El artesano junto a las garrafas que acaba de terminar. / Josué Correa

Para hacer las canastas, José debe preparar el material varios días antes, en el caso del mimbre, metiéndolo en agua durante tres días, aproximadamente, para que sea maleable y moldeable. En cuanto a la nea se remoja con anterioridad, además de limpiarlas. Las largas varas de caña, la nea y el mimbre se van mezclando en sus manos hasta dar forma a las cestas completamente artesanales que realiza. La nea provenía en sus orígenes de los bayuncos, como José los llama, de las marismas del Rocío. Ahora, el palmerino encarga el mimbre a Cuenca, y obtiene la nea de árboles y plantas de los arroyos, ya que el acceso a Doñana está más restringido que hace décadas.

Además, utiliza varas de los olivos, “que también valen, pero deber ser del olivo manzanillo, porque los demás no sirven porque se parten”, recalca José, así como las cintas que salen de árboles de mimbre, como el álamo, también son válidas, según explica.

Diversos usos

Hay tres tamaños de cestas, la pequeña, que tradicionalmente se usaba para transportar los huevos que se compraban por docenas o medias docenas en los establecimientos comerciales, y otros dos tamaños cuya utilidad está enfocada en la recogida de gurumelos en la Sierra onubense. Tal y como cuenta José, estas setas necesitan ser transportadas en este tipo de objeto, que es transpirable, por lo que es frecuente que durante la temporada de recolección de este vegetal se vean sus cestas por la Sierra de Huelva, zona de gran raigrambre la recogido de estos hongos.

Las manos de un artesano son su principal herramienta. Las manos de un artesano son su principal herramienta.

Las manos de un artesano son su principal herramienta. / Josué Correa

De esa actividad proviene la demanda de canastas que José y Pepe Infante, otro palmerino que conoce el oficio y las hace con él, fabrican cada año. Así, cada temporada venden entre 100 y 150 cestas a comercios que se la piden para proporcionársela a todo aquel que va a recoger setas. Con los ingresos que obtienen, el artesano indica que sufragan los gastos del lugar donde almacenan las cestas y donde, cuando hay demanda, dedican tres o cuatro horas diarias a la tradicional labor.

Fundas para garrafas

Por otra parte, las fundas de caña de las garrafas de vino tienen menos demanda que las cestas, ya que estas garrafas ya no tienen su uso original, que era el de contener el vino de las bodegas del Condado. También las fundas de estos objetos son de cuatro tamaños, según las propias garrafas. Existe la pequeña (con una capacidad de dos litros), la mediana (de cuatro litros) la grande (de ocho litros o media arroba) y la super grande, cuya capacidad es de 16 litros o una arroba.

José conversa mientras expone su trabajo. José conversa mientras expone su trabajo.

José conversa mientras expone su trabajo. / Josué Correa

De estas dos últimas, José indica que, antiguamente, se le colocaba una goma que hacía las veces de grifo para extraer el vino a demanda en los bares y tabernas de la época. Asimismo, afirma que las garrafas más grandes, las cuales cuentan todas con su funda, son muy difíciles de encontrar “porque ya no se fabrican en ningún sitio”.Por aquel entonces las garrafas iban provistas de sus fundas, estando mucho más protegidas, al ser de un cristal grueso que si se partía podía ser peligroso. Si se quiere sacar de su funda, la solución es romper la parte superior de la funda, por lo que están pensadas para no un uso continuo y prolongado en el tiempo.

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Actualmente, las garrafas que llegan a las manos de José son de particulares que las tienen semi abandonadas y se la entregan porque saben que él las recoge. En alguna ocasión alguien ve la garrafa y la adquiere, reconocedor de la importancia del objeto, vestigio de una época dorada en el mundo del vino.

Tal era el esplendor que José relata que cuando era adolescente él trabajaba en un taller, donde aprendió, en el que se realizaban al día en torno a 15 y 18 fundas de garrafas que luego se vendían a las bodegas de la zona, como es el caso de Bodegas Calero, Bodegas Rubio o Bodegas El Cortinal, todas de La Palma. Allí entre cuatro y seis trabajadores se dedicaban a realizar una labor que casi está perdida de no ser por las manos de José, que cuando llega a él una antigua garrafa de vino le hace su pertinente funda, echando a un lado las de plástico con las que viene provistas.

El otro artesano, Pepe, viene a ayudar a José de vez en cuando, mientras preparan un aperitivo con el vino, también elaborado por ellos, que junto a otros dos amigos jubilados preparan cada año. “Qué vamos a hacer si no”, señala José “¿sentarnos en un banco?”, se pregunta. Visto lo visto bien merece la pena seguir con una labor que, por ahora, ninguna persona de una generación más joven quiere hacer, ya que según el palmerino “no sale rentable”, además de que “nadie tiene tiempo de sentarse a aprender el oficio”.

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No hay duda de que los oficios tradicionales “son un sello de distinción histórica. Hablan de lo que fue importante en otro tiempo”, como bien destaca el diputado territorial del Condado, Pablo Valdera. Dejarlos perder, “implicaría diluir la identidad de nuestra tierra. Implicaría renunciar a lo que somos. Poner en valor oficios como el de garrafero –añade– no debe ser una labor exclusivamente dirigida a la recuperación de la memoria”. De ahí que desde la Diputación se defienda que es necesario “extraer, además, los elementos tradicionales que aún no son útiles, y reciclar aquella labor” porque así “lograremos entender mejor quiénes fuimos y conseguiremos optimizar la percepción, y orientar la reflexión, que debemos realizar desde las instituciones públicas hacia el presente y el futuro de nuestras sociedades”.

Predecesor de José

José cuenta que antes de que él volviera a dedicarse a esta labor artesanal era conocido en la localidad el trabajo de Manuel Rebolete. Este hace unos 14 años se dedicada a realizar las cestas y que, durante una época se dedicó a realizarlas y venderlas en La Rábida.

Manuel, que ronda los 90 años de edad, le pidió a su amigo José que lo ayudara a la hora de elaborar las cestas, y le trajera los materiales, ya que a él, por sus achaques de salud, le resultaba complicado conseguir. A pesar de las reticencias de José, finalmente Manuel consiguió que trabajaran junto durante una época, hasta que el más mayor decidió dejar la actividad por su avanzada edad.

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