"Y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, mi espíritu errará, nostáljico..."

Fuentepiña y su entorno es hoy una oda al abandono y al vandalismo

E. Ll. / Huelva

17 de julio 2011 - 05:01

Otros Nobeles tienen grandes museos hasta en las casas en las que sólo estuvieron una vez. Incluso escritores que no obtuvieron tal distinción. Pero el huerto de la piña, como a veces llamaba Juan Ramón a Fuentepiña, es una oda al vandalismo y al abandono desde hace años. Ni cuando este espacio ha estado protegido por la Junta mejoró un ápice. En una visita al paraje, los problemas comienzan desde el momento mismo en que se trata de acceder a la casa.

A Santa Cruz de Vista Alegre, situada a dos kilómetros escasos de Moguer, se llega tomando la carretera de El Algarrobito, a la altura del polígono industrial del mismo nombre, y el camino de la Dehesa. Pero sólo se puede acceder desde el complejo hotelero Nazaret, antigua finca que perteneció al médico Rafael Almonte, con quien Juan Ramón mantuvo una estrecha amistad y a quien quiso tener siempre cerca.

Fuentepiña cuenta con 14,45 hectáreas y está constituida por una amplia extensión de pinares, construcciones de almacén y la casa de descanso del poeta, desde la que hay una vista sensacional del núcleo urbano moguereño. Pero su puerta, en una primera visión central, luce sin pudor pintadas y firmas. Las ventanas, además, están prácticamente tapiadas para evitar la entrada de desalmados.

La escalinata está cubierta de hierbas y medio derruída, mientras que uno de los cinco muritos del porche está del todo derribado. A sus pies yacen botellas, colillas, bolsas de plástico y cualquier tipo de basura que se precie.

Todos estos desperdicios dan la bienvenida al visitante, que tendrá que hacer un ejercicio de abstracción considerable para evocar, aunque sea de lejos, el ambiente juanramoniano. De poco importa que a los pies del pino que da sombra a la casa descanse Platero; allí hay un colchón abandonado. O que esta finca sea clave en la obra culmen del poeta.

Las dos casas de almacén, situadas en los extremos de la casa de campo, son ahora vertederos ocupados. Una de ellas sirve, tal y como evidencian su suciedad, los barreños y las botellas de agua, para el aseo. Escondida detrás de una especie de contenedor de agua hay una jarra muy antigua de cerámica. ¿Será propiedad de la casa de descanso?

En la otra caseta hay un colchón, un espejo roto, mantas, una mesa con numerosas latas de cerveza, y otra pequeña mesa cubierta por una botella de aceite, latas de conserva consumidas y algunos restos más. Piezas y despojos que evidencian la presencia humana en un espacio de pernoctación y carencia absoluta de higiene.

Poco queda ya del alma de un poeta que, tal y como evidencian los versos de Y yo me iré, de algún modo intuyó que su espíritu vagaría en aquel huerto, donde al final no habría nada; ni tan sólo el pozo blanco: "Se morirán aquellos que me amaron; y el pueblo se hará nuevo cada año; y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, mi espíritu errará, nostáljico..."

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