El embarque del 'ganao'
Beas
Las capeas se suceden estos días en Beas, que vive sus fiestas patronales. A las doce y media de la mañana se repite el ritual: el embarque de vaquillas.




Sí, la estampa no es otra que esa donde, según las famosas sevillanas de los Romeros de la Puebla, se levanta una polvareda mientras las reses, en forma de negras sombras, avanzan. Es una imagen de tradición que desde el día 23 y hasta el próximo sábado se puede observar en las anuales capeas beasinas y que, en breve, se repetirá en las localidades vecinas de Trigueros y Niebla.
En estas localidades, y en San Juan del Puerto con fechas más tempranas, el indispensable rito del encierro para poder tener vacas en las calles es vivido como todo un acontecimiento festivo en contacto con la naturaleza. Y las sardinas son una de las protagonistas de la jornada. Desde primeras horas de la mañana los mercados de abastos son un ir y venir de compras para surtir el banquete, que se disfruta poco después regado de vino y cerveza a la sombra de las encinas que salpican las dehesas ganaderas.
Gorras, sombreros de paja, o incluso sombrillas protegen del potente sol del verano a quienes se acercan hasta los recintos empalizados para ver, dentro de una nube de polvo, cómo los pastores seleccionan, controlan y encajonan a las vacas seleccionadas por su casta y bravura para recorrer las calles del pueblo.
Un camión adaptado para el transporte de reses bravas se encarga hoy del traslado. Además, un exhaustivo control veterinario y de seguridad previo al embarque posibilita que las vacas salgan de la finca. Pero no siempre fue así. A la sombra de las encinas, donde sardinas y carnes se cocinan a butano o plancha y generador eléctrico ante la prohibición de encender fuego, se habla de tradiciones. De aquellas cuando las vacas llegaban desde el campo guiadas por jinetes a caballo pica en ristre y era la polvareda y el jaleo los que avisaban de la llegada del ganado.
Aquellas calles de arena, hoy adoquín o en su mayoría asfalto, se llenaban de carreras de mozos ente las astas, mientras las casas parecían engalanarse con racimos de niños subidos a las ventanas. "Eran otros tiempos…", se dice con cierta nostalgia.
El claxon del enorme camión y las salvas de cohetes son el anuncio hoy de esta llegada. Ya todos, en su mayoría jóvenes, esperan en la calle de arena y palos o en la plaza del pueblo mientras sus padres y abuelos recuerdan de otras mañanas en las que subidos en azoteas oteaban el campo en busca de esa polvareda que, por sevillanas, se veía avanzar desde el embarque.
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