El Cerro de Andévalo revive su historia: La Romería de San Benito Abad llena de color las calles del pueblo
ROMERÍAS
Historia, tradición, sones y aroma a dulces típicos caseros. El corazón de El Cerro late de nuevo con su romería
"Viva San Benito, el patrón de El Cerro de Andévalo": así comienza la romería más antigua de Huelva
La localidad andevaleña de El Cerro amanecía de otro color este sábado. Verdes, azules y rojos intensos contrastaban con el blanco de las casas, y con el marrón apagado de la Iglesia Parroquial Santa María de Gracia, o con los campos que rodean al núcleo del municipio. Los alegres mantoncillos y vestidos de lunares de las vecinas, madres, hijas, o amigas, tampoco pasaban desapercibidos. Una explosión de tonalidades que hizo que el cielo, encapotado durante toda la mañana y avisando de lluvia inminente, no robara ni un minuto de atención de los cerreños.
Rondando las 11:00, los aledaños de la Plaza de España ya estaban llenos de romeros. Contaban los minutos para reencontrarse con sus raíces, que cuidan desde hace más de cuatro siglos, y que guardan y miman con tanto orgullo. También había forasteros a cuyos oídos había llegado que, en un pequeño pueblo de la serranía onubense, se encontraba una de las joyas culturales mejores conservadas de Andalucía.
Al espectáculo de los colores se sumaba el de los sonidos. El de las campanas repicando anunciaba que la romería de San Benito Abad estaba a punto de comenzar. La comitiva acompañaba al Prioste en su recogida del Estandarte, que lo recibía a las puertas de la misma Parroquia, testigo silencioso de aquella misma estampa durante décadas y décadas.
El cura-párroco del municipio, Sergio Bastida Romero, entonaba un enérgico Viva San Benito en torno a esa hora. Le seguían al primero otros tantos vivas y el último era del mismo Prioste, que ya aguardaba entre sus manos el Estandarte de la Hermandad y se disponía a avanzar con él, recorriendo cada rincón del corazón del municipio.
Paralelamente y en el interior de cada casa, las mujeres del pueblo cerraban los últimos enganches del tradicional traje y se retocaban el maquillaje. Llevaban desde bien temprano y en familia preparándose. Abuelos, abuelas, sobrinos y tías colaboraban en la minuciosa tarea, colgando sobre sus cuellos los reliquiarios dorados y plateados, que en pocos minutos verían de nuevo la luz del sol.
Un olor particular brotaba de las mismas viviendas. Recién hechos y artesanales, la repostería típica del momento ocupaba el centro de las mesas del salón de los hogares. Dulces de membrillo, vino de pasas, rosas de flor de miel y pestiños para el desayuno, un manjar obligatorio para todo aquel que estaba invitado a entrar.
Los romeros con sus guitarras se agolpaban a las puertas de cada casa, a la espera de la salida de las Jamugueras. Una vez en la calle, la expectación se centraba en la subida de las mujeres a las bestias. Impulsando desde una silla de madera ayudaban a todas ellas a subir a su sillín, en el que se acomodaban y harían el camino. Otra tanda de vivas -por su Patrón San Benito, mayordomos y por los montes- ponía el cierre al momento, uno de los más simbólicos del sábado de romería.
Tocaba emprender el camino hacia la ermita de San Benito entre despedidas, aguardiente, cantes a las puertas de las casas, música y una contagiosa alegría. Una fila con decenas de personas avanzaba ya hacia la salida del pueblo, presidida por el Estandarte de la Hermandad. Pasando por los Montes de San Benito y con llegada prevista alrededor de las 21:15, los cerreños revivían su gran fiesta, regalando un momento inolvidable a todos aquellos que la veían de cerca por primera vez.
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