La caldera metálica 'entierra' al boliche en la producción de carbón

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El nuevo sistema es menos sostenible desde un punto de vista ecológico pero más rentable

La combustión previa ha pasado de un mínimo de ocho días a media hora

Llenado de sacos en lo que supone una de las últimas actividades de creación de carbón vegetal. / Fotos: Jordi Landero
Carlos López

Almonte, 26 de noviembre 2017 - 02:06

El Espacio Natural de Doñana no solo es conocido por sus valores ecológicos. Doñana no sería nada sin el componente humano que le ha dado una idiosincrasia muy específica y que supone un enorme tesoro etnográfico que no debe perderse. Uno de esos componentes es los oficios que en ese espacio se han venido dando de manera histórica aunque en algunos casos ya han desaparecido. Aun así se trata de un patrimonio que hay que valorarlo sin dejarlo atrás del ecológico y que debe permanecer en la memoria.

En este importante apartado, hay un oficio que se compaginó en perfecta armonía con el entorno: el de carbonero. Se trataba de un oficio artesanal que, junto a la apicultura y la recolección de piñas, representó el sustento de miles de familias en la comarca durante el pasado siglo, y que quedó sepultado por el empuje de los avances industriales que borrarían del mapa los boliches como técnica con la que obtener una de las fuentes de energía más trascendentales y utilizadas durante la historia de la humanidad.

Estas actividades económicas mantienen la armonía con el entorno

La democratización de la electricidad y el gas hicieron el resto para que la figura del carbonero se convirtiese en un anacronismo, perdiendo Doñana y la provincia una de las técnicas milenarias con las que se obtenía el mejor carbón vegetal. Aun así no será nunca suficiente remarcar que eran actividades económicas que mantenían una armonía con el entorno sin que se diera una agresividad que pusiera un riegos el privilegiado paraje que alberga la provincia onubense.

José Juan Chans, gerente del Espacio Natural de Doñana, certifica que desde hace años no se produce carbón con los restos del denso patrimonio de este templo medioambiental. Las razones no son burocráticas o producto del necesario celo conservacionista del Parque; son estrictamente de índole económico. "El precio del carbón cayó" hasta alcanzar niveles irrisorios, dejando de ser rentable la actividad, menos aun para costear ni tan siquiera los desplazamientos" a las zonas de Cabezudos, Bodegones y el Coto, de donde se recolectaba la madera.

En El Condado, los profesionales que aún perduran en el gremio insiste en que los boliches como técnica de producción han pasado a mejor vida. A pesar de que a través de ella se obtenía el mejor carbón, la actividad hace lustros que dejó de ser rentable. Quienes aún se mantienen en el negocio optan por utilizar la caldera metálica, mucho más rápida y limpia. El trabajo también es más agraciado. La caldera se carga por la parte superior, se tapa colocando el bidón y se le prende fuego. El proceso de combustión a penas dura un día.

En el boliche por cada cuatro kilos de madera se obtiene uno de carbón; por el contrario, en la caldera es necesario invertir seis de materia prima. Sin embargo, en las reglas económicas que dominan el mercado la sostenibilidad no es un valor rentable, si acaso un mero distintivo al que el consumidor no otorga mayor recompensa que cierta simpatía. La ecuación que define la cuenta de resultados de un negocio va muy ligado a un valor como el tiempo; y aquí sí que no hay comparación. Los grandes boliches de 130.000 kilos de maderas podían permanecer en combustión hasta 70 días. Para uno más modesto, de unos 4.500 kilos, era necesario ocho días de en los que una nutrida cuadrilla de trabajadores tenía que turnarse día y noche para garantizar una buena cocción de la madera y evitar que esta terminase quemándose.

En los hornos de alambique el tiempo se reduce aún más. En 20 o 30 minutos se solventa el proceso. Para más inri, no se producen desprendimientos de materia volátil. Sin embargo, la calidad dista de ese carbón brillante de tonos azulados en los que se refleja la luz del sol y que conforman las características más preciadas de este recurso energético que hoy día prácticamente sólo se utiliza para alimentar a las barbacoas.

En Cartaya, Joaquín Antonio fue uno de los carboneros más famosos de la provincia de Huelva. Junto a su familia mantuvo las últimas llamas del negocio fiel a los cánones ancestrales de producción, construyendo enormes boliches de más de 70.000 kilos de madera.

Él seguía esos principios de la sabiduría artesanal construyendo las plataformas de madera con troncos recios en círculos que servirán de base. Las ramas y palos más endebles se utilizaban para la parte superior y taponar con ellos cualquier abertura en los laterales. La experiencia, a su vez, daba las tablas para garantizar la estabilidad y el empaque de las estructuras. Además, mientras se va levantando el boliche es necesario dejar diversas aberturas o huecos por los que se produce la combustión , mientras que el orificio superior cumple la función de salida de humos. Finalmente, la parte superior se cubría de forma homogénea con hierbas de monte que harán la función de aislante entre la estructura de madera y la tierra que recubrirá la estructura simulando un horno natural. Todo un proceso se hacía a mano y obliga a velar noche y día para evitar que la madera se quemase en vez de cocerse.

Una ciencia que dominaban estos artesanos de la madera. Un oficio que, como tantos otros, perecieron por el empuje del desarrollo industrial pero que está ligado a los usos tradicionales de Doñana, a la historia viva de un territorio y sus gentes que deben ser un objeto de orgullo.

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