Benito de la Morena: la ciencia, la montaña y una vida dedicada al conocimiento
Gente de aquí y allá
El físico madrileño, doctor por la Universidad de Granada y referente en investigación atmosférica, dejó una profunda huella en Huelva desde su paso por El Arenosillo hasta la dirección de la Agencia de Medio Ambiente
Conocí a Benito cuando llevaba poco tiempo trabajando en los Servicios Técnicos Municipales del Ayuntamiento de Punta Umbría. Él también acababa de ser nombrado director de la Agencia de Medio Ambiente de Huelva, porque en aquella época aún no existía ni consejería ni, por supuesto, delegación. Eran los inicios de cuando los políticos comenzaron a tomarse en serio el medio ambiente, y por eso idearon una agencia. Y quién mejor para dirigirla que un físico.
Fue entonces cuando empecé a tratarlo, visitándolo muchas veces en su despacho y siendo siempre atendido con exquisitez, porque hay que reconocer que es todo un caballero, con unos modales que da gusto tratar. Y ahora, con el paso del tiempo, vuelvo a coincidir con él, ya que ambos somos miembros de la Academia Iberoamericana de La Rábida.
Benito de la Morena es licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid y posteriormente se doctoró en la Universidad de Granada, con su tesis Acoplamiento entre la atmósfera media y la baja ionosfera.
Nació en Madrid en el año 1950, justo a mitad del siglo XX, y fue bautizado con el mismo nombre que su padre, Benito Arturo, que trabajaba en el periódico Ya. Su madre, María de los Llanos, era profesora, aunque no ejerció y se dedicó a sus labores. En ese entorno familiar, humilde pero trabajador y lleno de valores, se crio Benito.
Hijo único, sus padres se volcaron con él para que tuviera una infancia feliz, y lo consiguieron: siempre tuvo muchos y muy buenos amigos, algo de lo que presume con orgullo. A los cuatro años, la familia se trasladó al Puente de Vallecas, muy cerca del campo del Rayo Vallecano. Allí estudió en el Colegio Nuestra Señora de la Estrella, donde cursó primaria y bachillerato, hasta su ingreso en la universidad.
Siempre fue un apasionado del deporte. Llegó a probar suerte en el Rayo Vallecano, pero no superó las pruebas juveniles y decidió cambiar de disciplina. Se dedicó al judo, alcanzando el cinturón marrón, el grado previo al negro. Una mala caída y una operación de hombro lo obligaron a dejarlo, y entonces descubrió el montañismo, donde disfrutó de la naturaleza y la amistad.
En una ocasión, él y sus compañeros se propusieron ascender el Mont Blanc, el pico más alto de Europa. Era un auténtico reto, pero un accidente lo mantuvo convaleciente durante un año. Al recuperarse, decidió centrarse por completo en sus estudios. Se matriculó en Ciencias Físicas, y al terminar la carrera le ofrecieron trabajar en Huelva, en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), en el Centro de Experimentación de El Arenosillo, donde llegó a ser responsable científico.
Fue allí, en El Arenosillo, donde conoció al amor de su vida: una joven de ojos impresionantes que lo dejó completamente prendado. Tan fuerte fue el flechazo que pronto celebrarán sus bodas de oro.
Benito ha estado siempre ligado a actividades científicas y ambientales, lo que le llevó a dirigir la Agencia de Medio Ambiente de Huelva, etapa en la que tuve la suerte de conocerlo y forjar una buena amistad.
Podría contar mucho más sobre él, pero no tengo espacio suficiente. Hoy continúa impartiendo clases en diversos másteres de la Universidad de Huelva, junto a mi amigo el catedrático José Manuel Andújar, sobre drones y atmósfera. Sé de buena tinta que Benito es un profesor muy querido y respetado, un maestro con un saber inmenso y una trayectoria internacional reconocida.
Por todo ello, no me queda más que felicitar a mi amigo por todo lo que ha conseguido aquí, en mi tierra.
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