Provincia

Zona Norte, entre bosque y marisma

  • El área incluye tanto partes incluidas en el parque natural como en el nacional

  • Las parcelas privadas persisten pero en proporciones menores tras las expropiaciones realizadas durante la década de los 80

Yeguas en la marisma que también alberga garcillas-bueyes.

Yeguas en la marisma que también alberga garcillas-bueyes. / reportaje gráfico: amelia uceda

Luz, polvo, arena, vegetación y muchos colores. Hay tantos tonos de verde que no se pueden contar. Con los marrones pasa lo mismo, los tonos del suelo varían en pocos metros, así como el resto de sus características. Y el azul del cielo, límpido o con aves alzando el vuelo, o con nubes, pero siempre inmenso y cegador. Doñana colma los sentidos de todo aquel que tenga la suerte de adentrarse en el parque.

La Zona Norte del enclave natural la conforman bosques de pinos, de eucaliptos y de alcornoques, además de las marismas. Los pinos y los eucaliptos fueron introducidos por el hombre hace 55 años, aproximadamente, mientras que el alcornoque es una especie autóctona. El área más septentrional de Doñana estaba conformada por una finca, el Coto del Rey, que pertenecía a una familia de La Palma de Condado, los Noguera Espinosa, y que a mediados de los años 80 comenzó a expropiarse por el Estado para la preservación total del enclave natural. En la actualidad, sigue existiendo una parcela mucho menor de carácter privado y que pertenece a la misma familia, que es parque natural y donde se sitúa el Palacio del Rey, y el resto es parque nacional. Al lado del Coto del Rey emergen las marismas, una de las señas de identidad del parque.

Adentrarse en la Zona Norte de Doñana invita al espectador a conocer una diversidad de paisajes, aromas y colores que acercan una imagen de ese parque que embelesa por los cambios abruptos de ecosistemas que, paradójicamente, se suceden con una naturalidad asombrosa. Es el equilibrio que nos enseña la naturaleza, esa sabiduría ancestral que sigue gobernando con generosidad si la mano del hombre lo permite. Tras pasar el puente del Ajolí lo más recomendable es seguir por la vía pecuaria, zona de paso de ganado y que se extiende con gran amplitud dividiendo la zona. Grandes cantidades de arena forman este camino donde pueden verse coches todoterreno que van de visita por el lugar o vehículos que transportan a técnicos del parque, encargados de los trabajos de conservación y seguimiento de las distintas especies de fauna y flora en Doñana.

En el área de parque natural los pinares llenan el espacio proporcionando esa sombra tan anhelada por los animales en esta época del año. Esta especie vegetal, a pesar de no ser autóctona, se ha adaptado perfectamente al ecosistema y, a veces, es muy frecuente ver pinos que crecen de lado, ya que el terreno, al ser arenoso, hace que el árbol se ladee porque no puede con el peso. En este lugar se llevan a cabo labores de tala y desbroce, ya que es parque natural, mientras que en el parque nacional la manipulación del hombre es casi inexistente. Los arbustos, como los helechos, se suceden entre pinares, poblando el terreno de una rica vegetación. Concretamente, los helechos ponen de manifiesto la gran cantidad de agua que hay en el territorio, ya que es un arbusto que necesita mucha humedad. En estos pinares es muy recomendable adentrarse lo máximo posible para observar la entrada de luz entre las copas de los árboles, ya que en muchos casos los pinos más mayores tienen tanta copa que la penumbra se apodera del lugar, dejando entrar solo algunos rayos, creando esa apariencia mágica que hay en los bosques.

Estos enclaves son perfectos para el sesteo de especies animales como el lince ibérico. Rosario Roldán, guía turística de la empresa de rutas por el parque Doñana Nature, conoce a la perfección toda la zona y no se le pasa ningún detalle. Mientras explica a Huelva Información las características del lugar acaba de ver unas huellas en la arena. Un ejemplar de lince ha pasado por el camino hace muy pocos minutos. "Doñana se escribe de noche y se lee de día", asevera Roldán acerca del parque. Los animales se mueven más al anochecer y al amanecer y las pruebas aparecen a la vista. Según cuenta Roldán, es frecuente ver los linces cruzando los caminos para buscar alimento o zonas de sombra. Aunque de Doñana impresiona todo, ver uno de estos ejemplares siempre es un deleite para la vista. Tal es el caso, igualmente, de las manadas de ciervos que corretean entre los pinos y que miran con curiosidad para saber quién es el osado que se mete, así como así, en su casa. Pero no hay miedo, los animales saben que Doñana es su santuario, su hogar y prosiguen su camino como si nada.

Por otra parte, los eucaliptos se han convertido también en seña de identidad de la zona. Introducidos con el objetivo de desecar el terreno, es evidente que cumplen su función, pues en zona de eucaliptales no crece nada a su lado. Con gran majestuosidad estos árboles van formando un arco en las proximidades del Palacio del Rey, en el camino que lleva hasta la propiedad. Debido a la sequedad que provocan, muchos de estos árboles se han quitado de raíz, ya que con la tala no desaparecía el problema. Estas raíces son utilizadas para proteger zonas de madrigueras de conejos, lo que se conoce como majanos, para permitir la repoblación de la especie cuando ha pasado por enfermedades y que el lince, su principal depredador, no pueda acceder a sus madrigueras.

Prosiguiendo por la ruta norte se llega a los bosques de alcornoques, donde los pinos hacen menos acto de presencia y las especies arbustivas florecen con gran proliferación. La buena adaptación de los pinos a la zona ha provocado que las dehesas de alcornoques estén en minoría, sin embargo se llevan a cabo repoblaciones de la especie autóctona en un intento de que no se pierda. Además, las copas de los pinos adultos permiten poca entrada de luz a los alcornoques, de ahí que su presencia sea cada vez menor. Estamos en parque nacional. Todo es verde, de diferentes tonalidades, la tierra y la arena apenas se ven porque la vegetación lo domina todo. La sensación de estar en un lugar sagrado es potente, el respeto por el entorno alcanza en estos lugares su máxima expresión. Antes de la preservación total de esta zona por las autoridades competentes, se hacían labores de recogida de corcho de los alcornoques, concretamente se retiraba cada siete años, lo cual contribuía a su conservación. Ahora, los árboles que se descomponen porque han muerto debido a enfermedades como la seca, van formando un ecosistema propio que enriquece el terreno. Mientras estos troncos siguen ahí, son utilizados por las hembras del lince para parir, ya que este es uno de los enclaves donde procrean en libertad. Son las truecas, las parideras de las hembras y cunas de los cachorros, cuyas madres para impedir que el macho se coma las crías -en un intento de que las hembras vuelvan a ponerse en celo- van cambiando de una a otra.

Y casi sin que el viajero se dé cuenta, en un instante, la vera es la protagonista. Zona de paso entre el bosque, de terreno arenoso, y la marisma, donde el suelo es de arcilla. En la vera los contrastes de colores son muy llamativos. Su suelo es arcillo-arenoso y en unos metros crecen plantas muy verdes -donde el suelo es arcilla- y a los pocos metros una vegetación más seca es la dominante. La calma caracteriza estos enclaves de tránsito entre el bosque y la marisma, que se presiente no muy lejos. Al ser una zona de pastizal, el azul del cielo cobra peso en los paisajes de la vera y se une a los tonos verdes y ocres que provienen del terreno. Es la magia de Doñana, todo cambia de un segundo para otro. En el siguiente recodo de la ruta aparece una vasta extensión de territorio, la marisma. Un amplio humedal, paraíso para las aves, algunas de paso y otras que viven todo el año. Especies como el martín pescador, el ibis morito, el ánsar, el milano negro, la garza real y la imperial, así como un largo etcétera conviven en Doñana. Junto al ganado, que pasta con la tranquilidad de quien se haya en su hogar, la simbiosis entre los animales es perfecta. En esta parte del parque se encuentran marismas saladas y dulces, además de espacios transformados por la mano del hombre. También se halla el Centro de Interpretación José Antonio Valverde, en honor al científico que contribuyó de forma fundamental a que las marismas no fueran drenadas en la época de la dictadura franquista. La extensión del humedal abarca hasta que casi se pierde de vista en el horizonte, en un territorio de extraordinaria belleza.

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