Encinasola/rosal La investigación de un crimen

Setenta años sin sepultura

  • La Guardia Civil encuentra en La hoya del muerto los restos de una víctima de la represión · El cráneo y la mandíbula hallados parecen ser los del joven de 20 años Sixto Caro, huido en 1936

No era un lugar cómodo para ser republicano en 1936. El ideario carlista y tradicionalista imaginaba Encinasola como una Covadonga desde donde iniciar la reconquista del país a las fuerzas del mal, es decir, los rojos. Esa aura de mitología totalitaria atrajo a la zona al requeté sevillano. Lo recuerda Espinosa en su obra de manual La Guerra Civil en Huelva. Fue el único pueblo donde triunfó la sublevación fascista de forma permanente y cayó en manos de los franquistas el 19 de julio de 1936. Así que la represión se inició pronto. Cuando reaccionaron los izquierdistas fue tarde. Comenzó una desbandada en dirección al vecino Barrancos (Portugal) y a Badajoz. Treinta y tres víctimas de la represión derechista y cuatro de la izquierdista (fuente: La Guerra Civil).

Este fue el complicado decorado para sobrevivir que se encontró un joven campesino de 20 años llamado Sixto Caro. Como tantos, decidió huir. Perfecto conocedor de las montañas que rodean la llanura de Encinasola buscó cobijo en una de las zonas más agrestes del término, en dirección al Rosal que viera el poeta Miguel Hernández, y esquivó los primeros zarpazos de la muerte. Allí comenzó su calvario. Alimentado por los estraperlistas de la ruta del café resistió algún tiempo. Su aventura acabó después de recibir unos cuantos balazos de una batida fascista encargada de lo que el régimen franquista llamaba "la limpieza de los campos".

Entonces se dio paso a una leyenda amparada por un paraje de nombre más bien poco discreto: La hoya del muerto. Muchos sabían que en esa concavidad se encontraban, a la intemperie y sin enterrar, los restos de una persona.

Setenta años después de los hechos, la Guardia Civil ha resuelto el enigma y si se confirman las pesquisas, los restos óseos que encontraron en el lugar el pasado 7 de julio tendrán un rostro, una vida y una familia, la de Sixto Caro.

Todo empezó hace unos meses, cuando la Guardia Civil tuvo conocimiento de que en un paraje de Rosal de la Frontera podrían encontrarse todavía los restos de un hombre que fue asesinado durante la Guerra. Los agentes estudiaron pormenorizadamente las fuentes históricas hasta dar con el lugar conocido como La hoya del muerto, dentro de la muy conocida finca El Castillo.

El pasado 7 de julio, narra la Benemérita en una nota, los agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza junto a un equipo de la Policía Judicial de Aracena y una comisión judicial formada por juez, secretario y forense emprendieron una expedición al recóndito paraje. El grupo tuvo que abandonar hasta los todo-terrenos y continuar a pie hasta La hoya. Allí, entre una maleza de dos metros de altura, encontraron varios restos óseos, una mandíbula humana y un trozo de hueso craneal. También una bota y un trozo de hoz. Era lo que quedaba de un hombre después de que el tiempo y las alimañas se encargaran de dispersar un cuerpo que nunca fue enterrado.

Los huesos, tras autorizar la titular del Juzgado de Instrucción el debido levantamiento, han sido enviados al Instituto Anatómico Forense para que se proceda a su identificación.

No será fácil. La mandíbula no tiene dientes adheridos ni alveolos, lugar donde el ADN permanece por más tiempo y que permite la identificación de un cadáver.

La aparente imposibilidad médica para conocer el nombre de la víctima no ha echado para atrás a la Guardia Civil. Ha recompuesto la historia, entrevistado a cronistas, historiadores y viejos conocedores de aquellos días del 36 hasta hilar una identidad y un pasado creíble que puede ser el de Sixto Caro. Su hermana, que tuvo un hijo que luego se hizo agente de la Benemérita, ha aportado datos claves, al igual que un sobrino nieto. Sólo queda hacer oficial un nombre, un hombre, una muerte y un asesinato más de aquella gran represión.

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