Manuel Riquelme Castaño: Pirotécnico, profesor y geofísico

Gentes de aquí y de allá

Desde una consulta por la que pasaban miles de personas y que tuvo que cerrar, hasta una obra sobre yacimientos arqueológicos, su actividad fue incesante

Manuel Riquelme Castaño.
Manuel Riquelme Castaño.
Fernando Barranco

Punta Umbría, 18 de julio 2022 - 06:01

Conocí a Manolo cuando yo estaba recién entrado en el Ayuntamiento de Punta Umbría para formar parte de los servicios técnicos municipales. Cuando llegaba el verano aparecía el señor Riquelme para preparar y organizar los fuegos artificiales en las fiestas de la Virgen del Carmen. Tradicionalmente él los instalaba y cada año sorprendía a todos los vecinos y veraneantes con un gran espectáculo de luces y colores, a veces hasta con música.

Pero no se dedicaba solo a eso. Recuerdo que una vez coincidí con él en un replanteo topográfico y, en cada estaca de madera que yo colocaba, él ponía un pequeño cohete muy calculado que al estallar producía un agujero en la tierra perfectamente cuadrado y con la profundidad necesaria para que luego una maquina colocase un pilar de hormigón y justo al lado quedaba el montoncito de tierra sobrante. Manolo era genial y nos dejaba a todos perplejos con sus inventos.

Estudió y se hizo facultativo de Minas en la escuela que había en la Alameda Sundheim y un día se encontró al insigne matemático y profesor don Fernando de Cos y Jahrling, que le propuso ser profesor de prácticas en la especialidad de Combustibles y Explosivos. Más tarde obtuvo la plaza de profesor titular en la asignatura de Prospección Geofísica y, nuevamente, nos volvimos a encontrar, porque yo impartía clases de Topografía como profesor asociado.

Él enseñaba a localizar agua subterránea, gas, petróleo y minerales por medio de la prospección geofísica y sus alumnos disfrutaban muchísimo. Iba todas las semanas a Madrid, donde se había matriculado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá de Henares para obtener el título propio de especialización en Bioelectromagnetismo. Además, también se especializó en Naturopatía, Geobiología, Homeopatía y en no sé cuántas cosas más a las que se iba a dedicar una vez jubilado para no estar ocioso en ningún momento. Tanto es así que, en su chalet de Pinos del Mar, donde residía, instaló una consulta donde, de forma gratuita, atendía a personas con dolencias.

Manuel Riquelme en una imagen de archivo.
Manuel Riquelme en una imagen de archivo.

Recuerdo aquella época en la que los alrededores de su casa se llenaban de gente que acudía a recibir sus tratamientos. Yo conocía a muchos de los habituales que me contaban sus mejorías y cómo le había eliminado sus dolores. Los pacientes de don Manuel Riquelme lo adoraban, pero al final tuvo que cerrar la consulta porque ya no podía más. Llegó a recibir tantas visitas que hasta bien entrada la noche seguía atendiendo a personas que hacían cola delante de su casa. Y todo esto, como he dicho antes, de forma gratuita, pues no admitía que nadie le pagara ni que le hicieran ningún regalo. Él lo hacía por ayudar al prójimo.

También realizó muchas investigaciones geofísicas y participaba en muchos proyectos con arqueólogos en la Isla de Saltés, en aquellas primeras intervenciones patrocinadas por la Casa Velázquez y en las que quedó patente la existencia de una ciudad islámica.

De todos estos estudios e investigaciones quedó constancia en un libro que escribió, y que me regaló y dedicó, sobre sus prospecciones biofísicas sobre yacimientos arqueológicos que tituló Tartesia y Atlántida y en el que figuran los planos que él levantó del pueblo romano de Punta Umbría, del yacimiento El Carambolo en Sevilla, de la factoría de salazones de Villamanrique de la Condesa y de otros muchos.

A Manolo le impresionó mucho unas clases que recibió en la Facultad de Medicina del célebre y conocido internacionalmente Padre Pilón, un jesuita que fue quien por primera vez les habló a los alumnos, médicos, ingenieros y otros profesionales universitarios de la Radiestesia. Y tanto asombro le producían las explicaciones de don José María Pilón que él mismo se preguntaba si sería verdad todo lo que decía aquel hombre. Y efectivamente, pudo comprobarlo e incluso más tarde lo llamaban a él para que diera conferencias sobre esta actividad seudocientífica que también ejerció.

El bueno, porque era muy bueno, de Manolo Riquelme no paraba y sus amigos y compañeros no nos olvidamos nunca de él. Un día vinieron a hacerle un reportaje en el yacimiento romano de la Punta del Eucaliptal, en Punta Umbría para una revista de divulgación científica.

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