Combates por el patrimonio

El Molino del Francés de Encinasola

  • Una vez comenzada la restauración de la construcción fue paralizada

El Molino del Francés.

El Molino del Francés. / F.S. (Huelva)

Hace casi veinte años luchábamos denodadamente para que una joya del patrimonio de las Sierras de Aroche y Aracena fuera conservada y restaurada. El Ayuntamiento de Encinasola, con su alcaldesa, Reyes Márquez, a la cabeza, había encargado un proyecto a la arquitecta Natalia Grandes para salvar del olvido y la desidia el Molino de Aceite del Francés; la cual me pidió que hiciera un informe histórico para conocer las vicisitudes de aquel establecimiento industrial que tanto había contribuido a la dieta mediterránea y a la identidad vecinal. 

A mediados del siglo XVIII el Catastro de Ensenada nos habla que en los alrededores de Encinasola había 10 hectáreas de olivar que producían más de 240 arrobas de aceite, o lo que es lo mismo unos 2.800 kilos. Esta aceituna la molturaban los molinos de las poblaciones de los alrededores para la fabricación de aceite o jabón. 

Esos olivares no eran suficientes para el aceite del año por lo que una gran parte venía de los pueblos extremeños vecinos. Esta situación se mantendrá durante bastante tiempo hasta que a finales de siglo se empiezan a incrementar los cercados de olivar en un intento de autoabastecerse. Tampoco se solucionó el problema, pues a mediados del siglo XIX, Pascual Madoz expone que se seguía importando aceite de Extremadura y Condado onubense. Claro que una parte del oro líquido se comercializaba en Portugal. 

El primer molino aceitero del que tenemos constancia se remonta al año 1848, levantado en la entonces calle Mora, hoy González Bravo, por José López Pérez, más conocido como el del Francés. Fue un molino de sangre, es decir, movido por bestias, de una viga común, de prensa de rincón o de torre, que molía unos meses al año. En 1856 se construye otro molino en la calle Corchuela, de prensa antigua de madera, por José Moreno. En 1867 contabilizamos 10, eso sí cada uno con un tipo de tecnología, dimensiones y capacidad de molturación. 

En 1875 sólo habían quedado 3, el de Jacinto Moreno, Francisco Jarillo Jimeno y José López Pérez. En 1900 el Molino del Francés está en manos de los herederos de José, es decir, de Francisco Vázquez López, pero sufre la competencia de los molinos de prensa de husillo de Jacinto Moreno, en la calle Montes Claros y de Miguel Pérez Delgado, en la calle San Andrés.

Durante la Postguerra, ante el anquilosamiento de los molinos de fuerza de sangre, los nuevos avances en la maquinaria y los incentivos de la Dictadura a las industrias, nacen nuevos molinos aceiteros o se transforman los antiguos, los cuales habían pasado por muy duros momentos durante la Guerra Civil (1936-1939). Los molinos marochos comenzaron a utilizar la electricidad, pero fueron afectados por las restricciones que impuso el Régimen y por las frecuentes inspecciones.

En 1941, tras la inactividad de la contienda, El Molino del Francés cambio de propietario, se hace cargo de él Manuel Vázquez Vázquez. En estos momentos trabajaban en su funcionamiento 3 personas y la campaña de molienda duraba 45 días. La maquinaria estaba compuesta de una prensa de torre de 700 kgs. cada aprieto o de capacidad de prensada de dos aprietos y un molino de cilindro. El almacenaje se cuantificaba en 3.000 kgs. de aceitunas en tinajas. Los años de buena cosecha molturaba unos 40.000 kgs. de aceituna que se traducían en un 14 % de aceite. 

La competencia se tornaba dura, pues en el casco urbano existían otros molinos de similares características y personal, como era el de Florencio Velasco López, en la calle Montes Claros, que contaba con una prensa de husillo, de 800 kgs. de capacidad de prensada y 2 aprietos al día, un molino de dos rulos y 5.500 kgs. de capacidad de almacenaje; y el molino de Eloy Díaz Gómez, ubicado en el Callejón de las Cruces, que poseía una prensa hidráulica construida por Matías López, de 700 kgs. de prensado, molino de un rulo y capacidad de almacenaje de 2.500 kgs.

Hasta mediados del siglo XX, en que se instala la fuerza mecánica, los molinos tenían como fuerza básica la sangre, es decir una caballería que arrastraba los rulos. En todo momento, la actividad de los molinos oleícolas va a estar condicionada por el volumen de la cosecha local de aceitunas, lo que marca la dinámica y actividad de la campaña.

En 1953 había asentados en la población 5 de estos ingenios, los de María Moreno Boza (Poleo) y Vitorio Pérez López (Las Cruces) que eran de prensa batidora; los de Ángeles Moreno Márquez (Montes Claros) y Miguel Pérez Dabrio (Calvo Sotelo) de prensa de husillo; y el del Francés, de prensa de torre de Manuel Vázquez (González Bravo).

Éste último, que había conservado su primitiva tecnología por espacio de más de cien años, dejó de moler aceitunas en 1954. Desde entonces han permanecido quietos en el tiempo tanto su edificio como su aparato de transformación. A principios del siglo XXI su propietario era Antonio Vázquez García. Será en estos momentos cuando se plantee la restauración como ejemplo de molturación de aceituna en tiempos pasados, con idea de conservar su edificio, maquinaria y labor, en un claro intento de permanencia en la memoria de una actividad fundamental en el patrimonio cultural, material e inmaterial, de los vecinos de Encinasola. A ello se sumaba la escasez de este tipo de tecnología en el marco andaluz.

En el año 2003 se hizo una pequeña intervención arqueológica de apoyo por Miguel Ángel López, Elena Castilla y Jesús de Haro. Incluso en 2008 el diputado Felipe Alcaraz preguntó a la mesa del Congreso de los Diputados si se le iba a conceder alguna ayuda al Ayuntamiento de Encinasola para convertirlo en sala de interpretación del Museo Etnográfico del Aceite. Una resolución de 5 de marzo de 2010 de la Consejería de Turismo, Comercio y Deportes de la Junta de Andalucía concedió una subvención de más de 128.000 euros para la restauración del Molino del Francés. Sin embargo, una vez comenzada fue paralizada por problemas burocráticos en los que no vamos a entrar.

Actualmente, doce años después, el molino sigue durmiendo el sueño de los justos, esperando que llegue la ansiada restauración, pero conservando toda la magia de un elemento de primer orden dentro del patrimonio industrial serrano. Desde aquí quiero hacer un llamamiento a las autoridades públicas competentes para que no desaparezca, como ya ocurrió con la antigua fábrica de harinas. Encinasola es un pueblo que necesita una ayuda urgente para fijar su población en un marco que algunos llaman la España Vaciada.

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