José María Franco, el hombre y el paisaje

la visión humanista3 Puso en marcha la Asociación de Acuarelistas de Andalucía

Profesor de Dibujo, dedicó toda la vida al arte Centró su discurso de ingreso en la Academia Iberoamericana en la belleza de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche

1. En el momento de recibir la medalla de la Universidad de Huelva, en 1999.            2. El pintor, delante de una de sus fuentes de 'Sitios del agua'. 3. Una acuarela de choperas y un poema de Juan Ramón Jiménez, en el que habla del tiempo que se va; expuesta en el Campus de la Merced de la UHU, en 1999. 4. Con su padre, el pergaminista Domingo Franco, y su hijo Alberto Germán, escultor. 5. Una de las acuarelas que dedicó a la Sierra de Huelva, de la que fue un gran paisajista, en esta ocasión del molino viejo de Castañuelos (1999). 6. Una exposición de acuarelas con temática cofrade en Huelva a, en la que se ve al artista con el poeta Juan Delgado, el critico de arte Enrique Montenegro y su hijo Alberto Germán.
1. En el momento de recibir la medalla de la Universidad de Huelva, en 1999. 2. El pintor, delante de una de sus fuentes de 'Sitios del agua'. 3. Una acuarela de choperas y un poema de Juan Ramón Jiménez, en el que habla del tiempo que se va; expuesta en el Campus de la Merced de la UHU, en 1999. 4. Con su padre, el pergaminista Domingo Franco, y su hijo Alberto Germán, escultor. 5. Una de las acuarelas que dedicó a la Sierra de Huelva, de la que fue un gran paisajista, en esta ocasión del molino viejo de Castañuelos (1999). 6. Una exposición de acuarelas con temática cofrade en Huelva a, en la que se ve al artista con el poeta Juan Delgado, el critico de arte Enrique Montenegro y su hijo Alberto Germán.

José María Franco nació en Huelva, en 1936, y falleció la pasada semana en Aracena. Discípulo en el sentido renacentista del gran paisajista Pedro Gómez, en cuyo taller aprendió la técnica y el amor al paisaje, reflejando en sus trabajos la luz de la Sierra de Aracena. Miembro de una saga de artistas, era hijo del pergaminista Domingo Franco y padre del escultor Alberto Germán Franco.

En 1958 obtiene la beca de pintura Daniel Vázquez Díaz, de la Diputación de Huelva. Entre 1970 y 1973 cursa, como alumno libre, los estudios de Bellas Artes en la Escuela Superior Santa Isabel de Hungría, de Sevilla. Desde 1975 a 1979 ejerce la docencia en la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado. Obtiene por oposición la plaza de profesor de Dibujo de Bachillerato, ejerciendo la docencia hasta su jubilación.

A partir de 1956 concurre en exposiciones individuales y colectivas por casi toda la geografía española, así como en Caracas (Venezuela) y en distintos lugares de Portugal, como Lisboa. Su nombre está recogido en numerosos y acreditados estudios y antologías. Su obra se expone en museos y colecciones particulares de prestigio artístico: Museo de Bellas Artes de Huelva, Trinity College de Leeds, casa Museo Juan Ramón Jiménez, Fundación Blas Infante, Universidad Hispalense, Universidad de Huelva, Museo Vázquez Díaz o la Fundación Joao Alberto Faria.

Cultiva técnicas tan dispares como óleo, acuarela, dibujo, cartelismo, grabado o pergamino. Tiene una gran actividad en su papel de portadista, ilustrador y maquetista en notables publicaciones. Sus últimos años los ha vivido en Aracena, donde ejerció el magisterio de enseñar a gozar la luz y el color de la Sierra.

A principio de los años noventa decide junto a otros dos grandes acuarelistas, como son Fernando Rodríguez y Paco Sánchez, no quedarse para sí la enriquecedora experiencia de dominarán el color en forma de acuarela. Se embarcan en una apasionante aventura generosa, que fue la fundación de la Asociación de Acuarelistas de Andalucía. A partir de ese momento su investigación en el mundo de la acuarela ha sido constante, hasta el punto de que el óleo en su obra quedó para el recuerdo.

Sixto Romero, presidente de la Academia Iberoamericana de La Rábida, a la que pertenecía el pintor, dijo de él en la presentación de su discurso de ingreso que utilizando los paisajes de la Sierra, "nos adentró exquisitamente en el extremo occidental de Sierra Morena", gracias a su dedicación a la pintura y a este entorno privilegiado.

"La pintura de José María Franco se desenvuelve bajo las tonalidades de realismo y el impresionismo, o mejor aún, para no recurrir a técnicas estilísticas, una figuración fiel y poética que registra en esa unión feliz entre un a personalidad, abierta a la verdad natural desde un corazón sentido, y un paisaje. No reproduce, cera a partir del descubrimiento de un submundo que se apropia". Así lo define Jesús Velasco nevado en su Historia de la Pintura Contemporánea en Huelva. 1892/1992.

No le interesa los detalles de estampas. Un momento, un lugar, una perspectiva inesperada, un color o una luz, conjugan una mentalización subjetiva para afirmar su yo artístico. Ahí reside toda su fuerza, todo el encanto de una pintura de paisaje.

Portugal ha significado para José María Franco, una profundísima revelación, una de las grandes de su vida. Ciertamente no se acercó a esta tierra con la vehemencia del muchacho que necesita descubrir su mundo, sino como el artista maduro que ofrece su bagaje al nuevo mundo que se la presenta ante la vida. "Y José María lo ha hecho con sincera curiosidad y así sus amigos más íntimos, lo sentimos revivir, darse de nuevo apasionadamente, lo cual no sabemos si nos llena más de alegría de envidia", así lo refleja el poeta Manuel Moya.

De aquel tiempo en Portugal es la exposición en Arruda dos Vinhos y con aquella ocasión, Víctor Escudero, de la Academia Nacional de Bellas Artes de Portugal, destaca de José María Franco "el esfuerzo, dedicación, empeño y creatividad en el establecimiento de verdaderos puentes culturales entre ambos pueblos de esta ibérica península, donde las raíces nos unen más que nos separa los matices".

Decía, también, que a través de su pintura, rica y plena del color de la vida, preñada de una luz intensa que brilla como un faro de sensibilidad y escuela de observación cuidada y poética, "José María Franco es hoy, en plena edad y en su estadio de oro, un verdadero embajador de buenas voluntades y de la plenitud en el arte de vivir".

José Pérez-Guerra, de El Punto de las Artes, dice que la pintura de José María Franco "nace de la ilusión, se alimenta de querencias y se curte a base de perseverancia". Por eso las tonalidades acumulan nidos que harán primavera en paisajes donde la naturaleza se escucha". Son paisajes abiertos de un territorio de alrededores; interiores cuán hábitats familiares; composiciones que rememora algo que trasciende. Es crónica animada con notas autobiográficas, de arraigo; un suelo cuajado de huellas con flora ambiental que es vestimenta; física y química en cualquier estación. De esta manera el testigo acaba siendo parte y su testimonio deja de ser narración simple para acabar en oración sustantiva; oración como acto de fe y de esperanza y siempre marcada de ritmos, hecha poemario.

De su tiempo de docente, María Josefa Parejo Delgado, doctora en Historia y catedrática de enseñanzas media, señalaba como una de sus estrategias didácticas era creación directa. "José María se complacía mucho en sacarlos de la clase habitual y llevar a sus estudiantes a contemplar un paisaje natural o urbanizado invitando a cada alumno a recrear la forma que más le agradase al objeto de familiarizarlos con la luz y el color". La recreación personal de dichas forma ayudaba a los estudiantes a percibir la belleza no en su dimensión clásica, sino como algo que le place y puede transmitirse en libertad.

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