Gente de aquí y de allá

Enrique González Barragán: Persona íntegra y ejemplar

  • Estudió topografía y completó su formación en Nueva York

Enrique González Barragán

Enrique González Barragán / M. G.

Una de las cosas más bonitas que tiene la enseñanza es la cantidad de alumnos que has tenido y que después te encuentras por la calle y te saludan cariñosamente. El otro día trabajando en una aldea minera apareció por allí uno de ellos acompañado por su padre. Me habían visto antes con mis trípodes y aparatos de medir y me traían bolsas llenas de verduras y hortalizas varías de su huerta. Fue un detalle bonito y una muestra de cariño por parte de ambos. Y han sido muchas las ocasiones en las que han sucedido cosas parecidas. Nos repartimos el regalo entre los tres que estábamos cartografiando y seguimos con nuestro trabajo. Pues bien, uno de ellos era Enrique González Barragán, a quien hoy dedico este artículo.

Pero más bonito es cuando un alumno se dirige a ti al finalizar el curso y te pide que por favor lo llames para ir contigo a trabajar. Esto me ocurrió muchas veces: Adrián Oreña, Juan Vizcaya, Ángel Romero, Enrique González Cerrejón y otros muchos. Todos me lo decían con el argumento de lo que les había gustado mi asignatura y que se les había hecho muy corta. Yo aceptaba y les decía que tendrían su recompensa económica, lo cual era un aliciente más para ellos, que en esa época no andaban muy sobrados.

Pero de todos aquellos alumnos hubo uno que estudiaba Ingeniería Agrícola y que destacaba por su interés, pues no solo estaba por la mañana en la escuela recibiendo clases y estudiando, sino que luego pasaba la tarde entera trabajando en el campo conmigo y después, cuando yo me iba al estudio a seguir con mi labor, se quedaba a mi lado pendiente de todo lo que iba haciendo. Y así un día tras otro hasta las once de la noche. También empezó a venir otro Enrique, González Cerrejón, más conocido por Quique, pero le surgió otro trabajo mejor y de mayor remuneración y, naturalmente, se marchó. No obstante, quedó entre nosotros una entrañable amistad que perdura ya para siempre. Pero Enrique González Barragán, erre que erre, aprendió más Topografía que ningún otro alumno de los que he tenido y hoy por hoy diría que sabe más que yo.

Pasó el tiempo y atrás quedaron aquellos años juveniles. Enrique lleva trabajando conmigo desde 1995, es decir, más de 25 años. Y en este periodo nos han pasado muchas cosas. Yo creo que la más importante ha sido la fortaleza que demostró su cuerpo cuando estábamos midiendo una finca de naranjos en Isla Cristina y había una zona en la que no se veía el prisma. Entonces yo me subí arriba de una casa y él, con el prisma levantado, iba recorriendo la alambrada. Pero en este recorrido había un cable de alta tensión del que él no se percató y que yo vi caer chisporroteando desde el anteojo de mi estación taquimétrica, a la vez que también vi caer al suelo el prisma que utilizábamos en nuestra medición. Fue un momento muy duro porque él no me contestaba a mis llamadas por medio del walkie talkie que utilizábamos y yo, cansado de gritar su nombre una y otra vez, decidí a tomar un vehículo todo terreno que teníamos allí y, saltando y dando botes por todos los surcos de los naranjos, pude llegar hasta él. Pero antes, en mi trayecto, por fin él pudo coger el walkie y decirme: “Nando, que me he electrocutado ‘to’”.

Y así fue, cuando llegue al lugar, estaba en el suelo con sangre en las manos y en la cara, pero vivo. Lo llevamos al centro de salud de Lepe, que estaba más cercano que el de Isla, y además habíamos llamado a una amiga enfermera que trabajaba allí. Lo limpió, lo cuidó y lo montó en una ambulancia hacia el Hospital de Huelva, pero ya con la tranquilidad de que iba bien y sin problema. Podría haberse quedado muerto allí o, como me dijo su padre por teléfono, al que yo aún no conocía ni había hablado nunca con él: “¿No se quedó “pajarito?”. Al decirle yo que no, el padre respiró y me dijo entonces: “Tranquilo Fernando”, porque se dio cuenta de que yo estaba sollozando al hablar con él por lo que pudo haber pasado. Desde entonces Enrique forma ya parte de mi familia y es un hijo más.

Enrique González Infante y María del Carmen Barragán Hernández, sus padres, así como sus hermanos Carlos y Mary Carmen, son desde entonces algo muy importante para mí. El padre, que falleció hace poco, había trabajado en la empresa onubense de Celulosa y había conocido varios casos de accidentes. Por eso decía lo de “pajarito”.

Enrique González Barragán. Enrique González Barragán.

Enrique González Barragán. / M. G.

Enrique estudió Bachiller en el Colegio de los Hermanos Maristas de Huelva, pero luego fue a Estados Unidos a terminar en Gloversville High School de Nueva York. Después regresó a nuestra ciudad y empezó a estudiar la carrera de Ingeniería Agrícola, que fue donde yo lo conocí. Y el resto de su vida profesional lo acabo de contar hasta este momento en que aún seguimos trabajando juntos. Pero me vuelvo un poco atrás para recuperar su vida familiar.

Hubo un día que, como siempre, salimos los dos de la oficina para tomar café en el bar Agmanir. Y mientras andábamos le dije que qué gran compañero y amigo era. Le dije que se había convertido en mis pies y mis manos. Entonces yo vi cómo se le cambiaba la cara porque le parecía que yo había adivinado que ese día él me iba a comunicar que dejaba la Topografía. Se asombró tanto que me preguntó que por qué lo sabía. Yo no sabía nada, fue casualidad, pero me alegré mucho porque era una mejora en su vida y yo, como a un hijo mío, le deseo siempre lo mejor. Sin embargo, el buscó la fórmula para poder compaginar los dos trabajos, y así lo hace en la actualidad.

Enrique se casó con su encantadora novia Angelita Pavón Redondo y se fueron a vivir, por motivos de trabajo de ella, que es aparejadora, al pueblo sevillano de Bollullos de la Mitación. Allí tuvieron dos hijos maravillosos, muy lindos y graciosos, aunque antes habían sufrido una mala experiencia, ya que su primer hijo falleció a las horas de nacer. Fue una gran tristeza que nos invadió a todo su entorno. Pero pronto, con el nacimiento de su hija y luego de su hijo, nos devolvieron la alegría a todos sus allegados.

Hoy afortunadamente la vida transcurre con absoluta normalidad, alternando su feliz vida familiar con su trabajo y con sus amigos bollulleros, con los que tiene muchas disputas, amistosas, porque para él su Huelva está por encima de todo y presume de ella a cada momento. Muchas veces sus amigos, bromeando, le ponen siempre a Sevilla por delante y le dan mucha caña por el Recre, sobre todo últimamente. Pero ellos saben que Enrique se lo toma todo con buen humor porque es un caballero, un auténtico señor y una gran persona de las que hoy es difícil encontrase en la vida.

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