Tribuna de Opinión

Cumbres Mayores... y Don Eugenio

Don Eugenio

Don Eugenio

Queridos amigos, en lo que yo me encuentro, más o menos cómodo, es escribiendo temas taurinos, pero a veces me salto la norma, y emborrono algunos folios con temas que me satisfacen de una manera diferente.

Belmonte decía  “se torea como se está y como se siente”, yo creo que es cierto, y que este dicho del “Pasmo de Triana”, se puede adaptar a la escritura. Como mejor se escribe es cuando el tema está de acuerdo con tus sentimientos.

Hoy han sido mis nietos los que me han inspirado para reunir las letras que están leyendo. El año escolar ha comenzado. Aquellas excursiones por nuestros pueblos de la sierra, del Condado, del Andévalo o de la Cuenca minera, tienen que esperar otras vacaciones, junto a esos días de playa y chiringuito. Viendo a mis nietos, Marcos, José Luis, Carlos, Carmen o Carlota, preparar sus mochilas, sus cuadernos y sus nuevos libros de texto, (María y Curro, son aun pequeños para estos menesteres), mi memoria ha retrocedido unas cuantas décadas.

-No te hagas el remolón, José Luis, ¿Cuántas décadas?

Procesión de San Antonio Procesión de San Antonio

Procesión de San Antonio

-Bueno, hombre, bueno, por lo menos seis, pero me acuerdo de todo como si fuera ayer, y recuerdo lo que mis padres, aconsejados por D. Eugenio, ¡Mi maestro!, preparaban en mi querido pueblo de adopción, Cumbres Mayores, cada comienzo de Septiembre. Lo nuestro era más bien poca cosa, el plumier de madera de dos pisos, si aun nos duraba de los Reyes, con lápices y alguna plumilla, una goma de borrar Milán blanda y otra, Pelikan de lápiz y tinta, y si en el curso que comenzaba, eran necesarios utensilios para dibujo lineal, ya habíamos de pensar en la escuadra, el cartabón y un juego de compases, que solían ser caros, con lo que a mi madre se le ponían los pelos de punta, pues la economía no era demasiado boyante. Todo esto, junto a los libros de texto, lo encargábamos a la librería Ribary, muy cerca de la calle Concepción y de la Plaza de las Monjas.

Pero, como los recuerdos son como los besos y las cerezas, que se enredan unos con otros, estos recuerdos, en un alarde de capacidad de almacenamiento, han devuelto a mi mente la evocación de una persona que ha sido muy importante a lo largo de mi vida, una persona que ayudó a mis padres, en el traspaso de los valores morales y profesionales, que ellos ejercían, y que me han valido para poder andar por la vida felizmente, rodeado de mi familia y mis amigos, una persona, en fin, a  la que admiré mucho mas, cuando deje de verla y mis sueños y aventuras de niño y adolecente, habían quedado muy atrás. Esa persona era, D. Eugenio Carretero Hermoso, y fue mi maestro. A don Eugenio le guardo un cariño muy especial y no pierdo la oportunidad de pregonarlo. Ya lo he dejado reflejado anteriormente, en artículos periodísticos de otro medios, y espero que esta no sea la última ocasión, de expresarle mi agradecimiento, a través de su familia, a una persona entrañable, que fue una figura en lo suyo y en su tiempo, que supo torear a toros con mucha guasa, que a la menor distracción se llevaban las femorales por delante. Una figura que hacía cada tarde el paseíllo, con toda la honradez del mundo y que sabía manejar el cotarro, como se manejan las riendas de los caballos, con mano dura y movimientos suaves. De esta forma realizó faenas que muchos, no olvidaremos jamás.

Cada vez que veo publicado algún artículo mío, sea cual sea el soporte, cada vez que alguien me habla sobre ellos o cada vez que otros medios se hacen eco de alguno de mis trabajos, pienso que lo justo sería que apareciera, en la firma, su nombre junto al mío. Cada ocasión que esto ocurre, imagino lo feliz que hubiese sido mi querida madre con las cosa buenas que me suceden, pero Don Eugenio también está presente en mis recuerdos y estoy seguro que a él también le hubiesen gustado que a otro alumno suyo, se le conociera por sus trabajos, le costaría trabajo creérselo, pues yo le di pocos motivos para esperar mucho de mí, con la poca predisposición que tenia para el estudio, pero le hubiese gustado.

Cuando vierto todos estos pensamientos en la coctelera del tiempo, invariablemente, vienen a mi mente aquellos que se quejan de los tan manoseados “traumas” que hoy pueden sufrir los niños inquietos y revoltosos, con un profesor que les dé un pescozón porque no estudian. ¡Ya se librara un profesor de poner la mano encima a un hijo mío!

Cada vez que escribo algo que me satisface, me acuerdo de ese niño, poco estudioso, alegre, inquieto y revoltoso que le he descrito antes, porque en él me veo reflejado. Pero de quien de verdad me acuerdo con veneración, respeto y cariño, es de Don Eugenio Carretero Hermoso, mi querido maestro en Cumbres Mayores, un maestro que daba clases particulares en su casa, (que no siempre cobraba) para que los niños que no teníamos medios para estudiar el Bachiller en colegios de la capital, pudiéramos hacerlo en el pueblo. Don Eugenio, formó a varias generaciones de cumbreños y los puso en el buen camino de su futuro. Saco de mí, igual que de otros muchos, lo poco que se podía sacar, en cuanto a estudios se refiere, pero me enseño a comportarme y a ser respetuoso con los mayores, a no mentir, a ser honrado y siempre trató de que todos sus alumnos fuesemos personas de bien,…como se decía antes.

Para aprender todo esto, bien cierto es, que algún pescozón y algún reglazo en las manos, me gane a pulso, ¡Y bien agradecido que le estoy!  Pues a pesar de los castigos, nunca me he sentido traumatizado, siempre me sentí querido y apoyado por él y por sus hijos mayores, Remedios, Encarna y Pepe Eugenio, que le ayudaban en las clases que nos impartía. También recuerdo con cariño a su esposa, Doña Encarna, que cada vez que algún grupo de alumnos, tomábamos el tren que venía de Zafra, para marchar a Huelva a examinarnos de los diferentes cursos de Bachillerato, se pasaba el tiempo rezando y poniéndole velas a San José de Cupertino, patrón de los estudiantes, para que nos ayudase en los exámenes. Menos mal, que no había muchos alumnos como yo, sino, el pobre San José, no hubiese podido dar abasto con todo el trabajo, que la buena de Doña Encarna le encargaba.

Gracias, Don Eugenio. Gracias a usted, hoy hay profesores, empresarios, abogados, farmacéuticos, panaderos, guardias civiles, industriales y hasta críticos taurinos (no sé si le gustaban los toros), que le debemos mucha de nuestra base para ser personas de bien.

Espero que donde este ahora, le hayan podido poner una mesita de camilla, con su brasero de picón, de las que a usted le gustaban, para que, junto a Doña Encarna, puedan disfrutarla comentando las travesuras que, aun, les hacemos sus alumnos.

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