Provincia

El AbalarioRetrato de la transformación de Doñana

  • El espacio natural pasó de ser una zona de baldíos y cotos a convertirse en un monocultivo forestal

Saber es recordar. Así se plantea el libro El Abalario, un paisaje en construcción. Bajo un enfoque retrospectivo, la obra aborda la trayectoria de estos parajes poco conocidos del sector costero oriental de la provincia de Huelva, que en buena medida han llegado hasta hoy como un espacio apenas colonizado. Precisamente puede que fuese su marginalidad la que suscitó las diversas iniciativas que han determinado su carácter como escenario en permanente proceso de construcción. Según las circunstancias y las épocas, ha pasado de ser un área de baldíos y cotos a transformarse en un monocultivo forestal, para convertirse finalmente en un terreno en tensión entre la agricultura, el turismo y las exigencias de la conservación de la naturaleza.

El libro no es solo una invitación a asomarnos a la historia de El Abalario, sino también a proyectarnos hacia a su futuro. Ahora, tras el incendio que sufrió en el verano de 2017, existe la oportunidad de plantear qué destino darle. Contribuir a este objetivo desde el conocimiento constituye el propósito de esta obra de divulgación, que será presentada el próximo martes un año después del fuego de Moguer que amenazó el corazón de Doñana. El Coto del Rey, El Abalario y el pinar de la Algaida albergan extensas áreas de pinos piñoneros y un denso matorral mediterráneo que proporcionan un hábitat adecuado al emblemático lince ibérico y a diversas especies de rapaces como el águila imperial. Estas tierras han sido pobladas y modificadas por el hombre a lo largo de su historia. Usos tradicionales como la apicultura, la recolección de piñas o la agricultura aún se practican.

El libro realiza un repaso de la historia del enclave y su gente. Lo hace desde miradas lejanas, miradas retrospectivas, miradas recientes, el nuevo escenario humano, la vida en El Abalorio y la decadencia de los poblados forestales, en los que se describe la transformación que ha experimentado Doñana como a continuación se detalla.

El territorio costero comprendido entre los ríos Tinto y Guadalquivir constituía una vasta extensión de arenas estériles salpicada de lagunas y charcas. Un medio pobre e inhóspito que permanecía despoblado y sin apenas usos. En algunos puntos próximos a la playa con disponibilidad de agua dulce se instalaron algunos modestísimos enclaves de pescadores. El centro de este inmenso terreno de matorrales raquíticos era El Abalario, con su franja litoral del médano del Asperillo. Todo este desierto de baldíos comunales era tan pobre que una vez ofertados a venta pública tuvieron que pasar muchos años antes de ser adquiridos por particulares a unos precios ridículos.

Estos baldíos ofrecían una oferta de recursos diversos, si bien dispersos y poco productivos, con formas tradicionales de explotación extensiva basadas en la recolección, la caza, la pesca y la ganadería.

Esta situación se prolongó hasta mediados el siglo XIX cuando el ministro de Hacienda, Pascual Madoz, logró en 1855 la aprobación de la Ley de Desamortización de bienes civiles. Con ella se permitió la privatización de los bienes municipales afectando de lleno a los baldíos de El Abalario que entraron a formar parte de las subastas públicas.

El paso a manos privadas supuso la fragmentación del extenso terreno en diversos cotos aunque sin cambios substanciales en los usos del medio, si bien a partir de este momento los aprovechamientos se realizan de una manera más ordenada y bajo criterios de la propiedad.

Sin embargo, el paso a manos privadas de los montes comunales no representó un cambio en el paisaje. No será hasta bien entrada la tercera década del siglo XX cuando la sociedad, consciente del carácter marginal de estas tierras, pretende su incorporación al sistema económico productivo.

Así, en 1901 se creó el Servicio Hidrológico Forestal que tiene encomendadas, entre otras funciones, "la repoblación de las dunas de las fronteras de la Nación para la defensa de la misma". En 1924 se acometió, por parte del Servicio, la fijación de las Dunas del Odiel, con una cabida de 625 hectáreas, afectando al sector de Mazagón. Por esas fechas también la iniciativa privada realizó las primeras transformaciones en terrenos de El Abalario orientadas a potenciar el aprovechamiento de la madera y sus productos. Destaca la experiencia de Forestal de Villarejo, una compañía de capital holandés que se asentó en los cotos de Cabezudos y Bodegones en los que desarrollaron una intensa actividad repobladora en casi 3.000 hectáreas plantadas principalmente con eucalipto blanco, eucalipto rojo y pino piñonero.

En 1932 el Servicio Hidrológico Forestal recibió el encargo de comprar las fincas desamortizadas, labor que comienza en 1935 y a la que se une en 1940 el Servicio del Patrimonio Forestal del Estado. A ambos servicios les guía un objetivo común: la reforestación intensiva de estos cotos casi desprovistos de árboles, no así de matorral.

El resultado desde el punto de vista ambiental fue la uniformidad. Las labores de roza y limpieza rompieron los frágiles perfiles orgánicos construidos durante siglos. Además del pino piñonero, el eucalipto es el otro árbol seleccionado para el "rescate de estos suelos ociosos".

Hacia mediados de los años 50, con el programa de repoblaciones en buena medida concluido, se inició la fase de explotación de los nuevos recursos forestales generados. Se pretendía rentabilizar al máximo los productos mediante el aprovechamiento integral de los mismos.

Con un afán de autosuficiencia y rentabilidad se intenta poner en práctica un modelo de aprovechamiento integral del máximo de los productos que ofrece el monte. Se aprovecha todo, hasta las hojas de eucalipto procedentes de las labores de limpieza se utilizan para la elaboración de aceites esenciales. Y también las leñas, piñas, colmenas, carbón y cortezas.

El aprovechamiento de todos estos productos manifiesta una desventaja: su dispersión en un territorio muy extenso. Por ello se propone la concentración de las actividades transformadoras en un complejo industrial forestal que disponga de las instalaciones necesarias en un solo lugar: el Complejo Industrial del Eucalipto, que se instala cerca del poblado de Cabezudos, orientado a la obtención de madera de sierra, de mina y para celulosa; de esencia de eucalipto o, en el caso de eucalipto rojo, de clorofila.

El elemento humano fue el factor más importante en el proceso de transformación de El Abalario, fueron los auténticos protagonistas de la ejecución material de los proyectos, sobre todo en los primeros momentos, cuando la mecanización era muy limitada.

Los habitantes de los poblados desarrollaban su vida bajo una sociedad estamental jerarquizada, de carácter grupal y en buena medida cerrada. En el vértice superior se hallaba el ingeniero jefe al mando de otros ingenieros y técnicos subalternos. Por debajo estaban los encargados de trabajo de zonas, con categoría de capataces, guardas y vigilantes de incendios; los encargados de almacenes y de las cuadras, los manijeros o jefes de cuadrillas y, por último, los obreros.

Junto a este contingente encargado de las labores forestales aparecen otros oficios más o menos especializados (mecánicos, carpinteros, albañiles, panadero, comerciante, cantinero...), además de los que cubren las necesidades asistenciales, como el médico, los maestros y sacerdotes.

La procedencia de los habitantes era variada, con una significativa participación de vecinos de Almonte y Moguer y en menor medida de otros municipios de la provincia onubense. También tienen apreciable participación los procedentes de Extremadura y de otras provincias andaluzas.

Llegaron familias de todas partes. Había trabajo para todos, lo que provocó que no hubieran viviendas para todas ellas, recurriéndose a lo más fácil en aquella época y en aquel entorno, a la choza del bosque.

Con los años la situación mejora y se dignifican las condiciones de vida. En los poblados se construyen edificaciones de obra bajo un urbanismo planificado. Aparecen las casas del guarda y los grupos de viviendas para obreros. En casi todos se levanta una iglesia, elemento fundamental en la organización de los poblados, y que manifiesta la honda preocupación por la instrucción religiosa por parte de los dirigentes. La tipología y número de edificaciones varía según la importancia del poblado. En el de Cabezudos, y en menor medida en el de Bodegones, erigidos como centros directivos de organización territorial, estabab la casa del ingeniero, del encargado, escuela, casas del maestro, del cura y del médico, cantina, club, tienda… y toda una serie de naves, talleres y oficinas para los servicios de apoyo y complemento a las labores forestales.

En estos poblados de colonización, erigidos como centros de trabajo y de vivienda, la frontera entre el ámbito privado y el laboral era inevitablemente difusa. Allí se fueron asentando nuevas poblaciones de forma definitiva, dando lugar con ellos a un paisaje completo y cerrado, cada día más desvinculado de los núcleos tradicionales de la comarca aunque nunca independientes de ellos. Pero, al final de todo, nada es definitivo ni dura para siempre.

A partir de los años 60 del pasado siglo este monocultivo maderero empiezó a ser cuestionado por una nueva inquietud: la conservación de la naturaleza. Con el tiempo esta sensibilidad, que se expresa muy bien en la Reserva Biológica de Doñana, alcanzó a estas tierras. Se aclaran las masas más densas de pinos para levantar la copa que apenas superaba el metro de altura en ejemplares de 20 años o más, se eliminan selectivamente ejemplares de eucaliptos y finalmente se incorporan estas tierras al nuevo sistema de Parque Natural de Doñana protegido para, en el camino el desarrollo económico del país y la propia naturaleza de las decisiones provoca el abandono de los poblados construidos y la despoblación.

El Abalario ha sido muchas cosas: fue mar y playa, delta fluvial, duna, arenal y laguna. Fue y es matorral y bosque, pinar y eucaliptal, espacio de agricultura, de naturaleza, de ocio y recreo; un ámbito de vida y trabajo... El Abalario ha sido y sigue siendo todo esto y mucho más, un paisaje y un escenario paisajístico en cambio permanente.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios